Evolución independiente hacia cerebros grandes en primates superiores......Independent evolution toward large brains in higher primates

Posted by renegarcia on 26 Agosto, 2008 21:56

 

Desde hace mucho tiempo, los primatólogos han sospechado que el aumento de la encefalización, o tamaño relativo del cerebro, pudo ser un fenómeno surgido en diferentes puntos del írbol evolutivo de los primates, pero ésta es la primera demostración clara de un aumento del tamaño cerebral que es independiente de otros registrados en íreas geogríficas distintas.

La encefalización es el aumento del tamaño del cerebro con respecto al tamaño del cuerpo. Los animales con un alto coeficiente de encefalización son los que tienen los cerebros mís grandes respecto a su tamaño corporal, en comparación con el coeficiente promedio del grupo biológico completo. La mayorí­a de los primates y los delfines tienen altos coeficientes de encefalización respecto a otros mamí­feros, aunque algunos primates (especialmente los humanos y los simios) tienen los mayores coeficientes de encefalización.

Un elemento clave en el nuevo estudio es el desarrollo de ecuaciones mís precisas para la estimación del tamaño corporal de los monos americanos. La mayorí­a de los fósiles son fragmentos del críneo o dientes, de manera que para poder estimar su tamaño corporal (y por ende el coeficiente de encefalización), Flynn y sus colegas recogieron 80 mediciones de los críneos, mandí­bulas y dientes de 17 especies de monos modernos americanos, lo que cubrió el espectro completo de tamaños corporales.

Este estudio es uno de los primeros en estimar el tamaño corporal con monos americanos en vez de emplear a sus semejantes africanos y euroasiíticos, mejor estudiados. Ademís, este nuevo y detallado anílisis empleó innovadores enfoques estadí­sticos para valorar qué caracterí­sticas se correlacionan mejor con el tamaño corporal. El objetivo es aplicar esta ecuación a los especí­menes fosilizados.

Cerebros
Fósil de Chilecebus. (Foto: John Weinstein, The Field Museum)

 

 

 

 

 

 

 

 

El Chilecebus, descubierto a gran altitud en los Andes, y descrito por Flynn y sus colaboradores en 1995, es uno de tales fósiles. Data de hace unos 20 millones de años, y es el críneo bien fechado mís viejo y mís completo de entre todos los conocidos de primates americanos. En el nuevo estudio, Flynn y sus colegas han estimado, de manera mís precisa, que el Chilecebus pesaba alrededor de 583 gramos, y que tení­a un coeficiente de encefalización de sólo 1,11, un tamaño relativo cerebral mucho mís pequeño que el de cualquiera de los antropoides vivientes, los cuales tienen coeficientes que varí­a entre 1,39 y 2,44, siendo aún mayor en los seres humanos.

El resultado es claro: los miembros primitivos, tanto del linaje antropoide de América como del de ífrica-Eurasia, cuyos fósiles han sido analizados, tení­an pequeños tamaños cerebrales, de manera que los tamaños cerebrales mís grandes vistos en la actualidad en ambos grupos debieron surgir por separado.

 

ARTICULO EN INGLES

 

Independent evolution toward large brains in higher primates

  Since long ago, primatologists have suspected that the increase in encefalización or relative size of the brain, could be a phenomenon emerged in different parts of the evolutionary tree of primates, but this is the first clear demonstration of an increase in brain size that is independent of others in different geographical areas.

 
The encefalización is increasing the size of the brain in relation to body size. The animals with a high ratio encefalización are those with larger brains regarding their body size, compared with the average ratio of biological group altogether. Most primates and dolphins have high coefficients encefalización compared to other mammals, although some primates (especially apes and humans) have the highest ratios encefalización.

A key element in the new study is the development of more precise equations for estimating the body size of apes Americans. Most fossils are fragments of skull and teeth, so that in order to estimate their body size (and hence the rate of encefalización), Flynn and his colleagues collected 80 measurements of the skulls, jaws and teeth of 17 species of monkeys Modern Americans, which covered the full spectrum of body sizes.

This study is among the first to estimate the body size with monkeys instead of employing Americans to their fellow African and Eurasian, better studied. In addition, this new and innovative approaches detailed statistical analysis used to assess what features are correlated better with body size. The aim is to implement this equation fossilized specimens. 

 
The Chilecebus, discovered at high altitudes in the Andes, and described by Flynn and his staff in 1995, is one such fossil. Data from some 20 million years, and the skull is well-dated oldest and most comprehensive among all known primate Americans. In the new study, Flynn and his colleagues have estimated, more precisely, the Chilecebus weighed about 583 grams, and that had a encefalización ratio of only 1.11, a relative brain size much smaller than that of any of living anthropoids, which have ratios ranging between 1.39 and 2.44, being even greater in humans.

The result is clear: members primitive, both from the lineage of americas antropoide as that of Africa-Eurasia, whose fossils have been analyzed, brain sizes were small, so that larger brain sizes seen at present in both groups had to arise separately.
 


«GIRASOLES» ....ANALISIS DE CASO,,,"Sunflowers"

Posted by renegarcia on 26 Agosto, 2008 21:53

«GIRASOLES»

El artista le dio los últimos toques a su cuadro. Era un cuadro que él habí­a titulado «Girasoles». El cuadro estaba lleno de trazos coloridos, enérgicos y seguros. Pero el artista, debido a su extremada pobreza y a una enfermedad que lo consumí­a, habí­a sucumbido ante una profunda depresión. Lo cierto era que su demencia y su muerte no estaban lejanas.

Acercíndose a un amigo, le dijo tristemente: «Nadie me lo quiere comprar. Ojalí me dieran 500 francos por él.» Quinientos francos, allí por 1890, año de la muerte del artista, representaban apenas unos 125 dólares.

En marzo de 1987, una compañí­a japonesa adquirió ese mismo cuadro, «Girasoles», por la suma de cerca de cuarenta millones de dólares.

¿Quién era el artista? El gran Vicente Van Gogh. í‰ste, por supuesto, no podí­a advertir, desde su momento en la historia, lo increí­blemente famoso que llegarí­a a ser.

Van Gogh no puso sólo pintura sobre la tela. Vertió en ella su alma. í‰l fue uno de los mís grandes pintores impresionistas de todos los tiempos. Sabí­a cómo plasmar en el lienzo, con una habilidad natural, la combinación exacta de luces y sombras y colores.

Pero Van Gogh fue un desventurado toda su vida. Hijo de un pastor protestante holandés, su vida transcurrió en medio de dolores, frustraciones, errores y fracasos. Como pintor, fue supergenial; como ser humano, nunca aprendió a vivir. Casi demente ya, concluyó su vida en Parí­s, suicidíndose.

Ese cuadro, que ni en 125 dólares pudo Van Gogh vender, en el transcurso de los años llegó a valer casi 40 millones de dólares. ¿Qué habí­a en su cuadro «Girasoles» que le dio tanto valor? Creación, arte, genio y amor.

Así­ como el «Girasoles» de Van Gogh, cada uno de nosotros es un lienzo que, en las manos del Artista Supremo Jesucristo, puede ser transformado en una obra maestra. Cristo vierte, en los que confí­an en í‰l, todo el poder del cielo. Lo que antes era fracaso —ya sea fracaso en el matrimonio, en las relaciones, en el negocio o en la vida— í‰l lo transforma en victoria.

La persona que moral y socialmente valí­a muy poco, después de conocer a Cristo vale tanto como vale la vida eterna. Por lo tanto, si nos sentimos afligidos por haber perdido todo amor propio, cobremos ínimo. Cristo puede infundirnos su amor divino. Permitímosle que nos dé una nueva vida y un nuevo sentido de valor.

 

ARTICULO EN INGLES

 

Sunflowers  
 


The artist gave the finishing touches to your table. It was a box which he had titled Sunflowers . The table was full of strokes colorful, energetic and confident. But the artist, because of its extreme poverty and a disease that consume it, had succumbed to a deep depression. The truth was that his dementia and his death were not far away.

Nearing a friend, told him sadly: Nobody wants to buy me. Let me give 500 francs for him. Five hundred francs, back in 1890, the year of the death of the artist, represented only about 125 dollars.

In March 1987, a Japanese company bought the same table, Sunflowers by the sum of about forty million dollars.

Who was the artist? The great Vincent Van Gogh. This, of course, could not warn, since their time in history, so incredibly famous that would become.

Van Gogh did not only paint on canvas. Pour into her soul. He was one of the greatest Impressionist painters of all time. He knew how to translate on the canvas with a natural ability, the precise combination of light and shadows and colors.

But Van Gogh was an unfortunate all his life. Son of a Dutch Protestant pastor, his life was spent in the midst of pain, frustrations, failures and mistakes. As a painter, was supergenial; as a human being, never learned to live. Almost as insane, ended his life in Paris, committing suicide.

That table, or 125 U.S. dollars could sell Van Gogh, during the years was worth nearly $ 40 million. What he had in his painting Sunflowers that gave him such courage? Building art, love and genius.

Just as Sunflowers by Van Gogh, each of us is a canvas that, in the hands of the Supreme Artist Jesus Christ, can be transformed into a masterpiece. Christ pours, which relies on the entire power of heaven. What used to be failure-either failure in marriage, relationships, in business or in life-it transforms it into victory.

The person morally and socially worth very little, after getting to know Christ is worth as much as is eternal life. Therefore, if we feel distressed for having lost all self-esteem, charged mood. Christ can give us his divine love. Permitímosle give us a new life and a new sense of value

 

Músculos ultraveloces en pájaros cantores......Muscles ultraveloces in songbirds

Posted by renegarcia on 25 Agosto, 2008 23:21

 

Estos investigadores, de la Universidad de Utah, han descubierto que el estornino europeo, propio de Eurasia y América del Norte, y el pinzón cebra, común en Australia e Indonesia, controlan sus cantos con el tipo de músculos mís rípidos que se haya descrito hasta el momento.

Sólo se conocí­a con anterioridad la presencia de músculos ultraveloces en los órganos sonoros de las serpientes de cascabel, varios peces y la paloma torcaz. Los resultados del nuevo estudio muestran que los píjaros cantores también desarrollaron este tipo de músculos especiales, lo cual hace pensar que aunque los mismos fueron considerados en su dí­a extraordinarios, son mís comunes de lo que se creí­a.

Aunque en el estudio sólo se examinaron dos especies de aves cantoras, es muy probable, según los investigadores, que todas estas aves posean tales músculos.

El estudio fue llevado a cabo por Coen Elemans, Franz Goller, y dos cientí­ficos de la Universidad de Pensilvania: Andrew Mead y Lawrence Rome.

Músculos
Un píjaro cantor en San Francisco. (Foto: Coen Elemans)

Para llevar a cabo su estudio, los biólogos midieron la actividad de los músculos vocales de píjaros que cantaban libremente e hicieron también mediciones de músculos aislados en el laboratorio.

Descubrieron que el estornino europeo y el pinzón cebra pueden contraer y distender sus músculos vocales en un lapso de tiempo de entre tan sólo 3 y 4 milisegundos, lo cual es cien veces mís rípido que los 300 ó 400 milisegundos que necesita un ser humano para pestañear.

Por tener estos músculos tan extraordinarios, las aves poseen un control mís preciso sobre su voz, y pueden cambiar activamente el volumen y la frecuencia de su canto mucho mís rípido de lo que se creí­a fí­sicamente posible con anterioridad.

 

ARTICULO EN INGLES

 

Muscles ultraveloces in songbirds


 These researchers from the University of Utah, have discovered that the mackerel European and Eurasian own americas North and the zebra finch, common in Australia and Indonesia, controlling their songs with the kind of muscles that are faster has described so far.

 
Only it was known before the presence of muscles in ultraveloces bodies sound of rattlesnakes, several fish and woodpigeons. The results of the new study show that songbirds also developed such special muscles, which suggests that although these were considered extraordinary in their day, are more common than previously thought.

Although the study only examined two species of songbirds, it is highly probable, according to researchers, that all these birds possess such muscles.

The study was conducted by Coen Elemans, Franz Goller, and two scientists from the University of Pennsylvania: Andrew Mead and Lawrence Rome.

 
A songbird in San Francisco. To perform his study, biologists measured the activity of the muscles of vocal birds sang freely and made measurements of muscles also isolated in the laboratory.

They found that the mackerel and the European zebra finch can enter and defuse their vocal muscles in a time span of only between 3 and 4 milliseconds, which is a hundred times faster than the 300 or 400 milliseconds you need a human being to pestañear .

By having these muscles so extraordinary, birds have a more precise control over his voice and can actively change the volume and frequency of their song much faster than previously thought physically possible before

Plástico ecológico producido por bacterias

Posted by renegarcia on 25 Agosto, 2008 23:18

 

Encontrar alternativas a los productos derivados del petróleo, como los plísticos, ayudarí a aumentar su sostenibilidad. Tan sólo en Estados Unidos, se desechan anualmente unos 30 millones de toneladas de plístico, y mís del 90 por ciento de esta cantidad no se recicla todaví­a.

Los bioplísticos pueden, con facilidad, reemplazar a los plísticos convencionales porque, en lí­neas generales, se puede trabajar con ellos del mismo modo con que se trabaja con los tradicionales. Ademís, los bioplísticos son biodegradables y no son derivados del petróleo, lo que los convierte en un material mucho mís sostenible.

Los bioplísticos estín hechos de un compuesto llamado PHA. Las bacterias acumulan PHA en presencia de una fuente excesiva de carbono, al igual que los humanos acumulan depósitos de grasa en sus cuerpos cuando consumen alimentos en exceso.

El mayor problema en la producción de bioplísticos a gran escala es el costo de la misma. En la actualidad, los bioplísticos son dos veces y media mís caros que los plísticos derivados del petróleo. Pero a medida que el precio del petróleo aumenta, esta diferencia se va haciendo cada vez menor.

Plístico
Libbie Linton. (Foto: Utah SU)

 

 

 

 

 

Los factores de ese coste elevado de producción incluyen al carbono empleado para ayudar a las bacterias a producir PHAs, el proceso de purificación, y los costos de operación, como por ejemplo los tanques que albergan a las bacterias productoras de PHA.

El proyecto de Libbie Linton, una investigadora de la Universidad Estatal de Utah, se centra en las maneras de eliminar o reducir uno o mís de estos costos. Para hacer mís verde aún esta idea, busca aprovechar entornos o procesos naturales, y emplear los subproductos provenientes de otros procesos de producción.

Los desechos lícteos tratados en un digestor anaerobio se emplean para favorecer el crecimiento de ciertas algas empleadas en la producción de biodiesel. La producción de bioplísticos puede ser integrada en este proceso empleando los desechos lícteos, ricos en nutrientes y especialmente en carbono, para alimentar a los organismos productores de PHA que suelen estar de manera natural en los desechos lícteos.

Emplear los desechos para hacer bioplísticos resuelve dos problemas al mismo tiempo. En primer lugar, aporta un tratamiento de desechos sostenible, evitando la contaminación del medio ambiente. En segundo lugar, al añadir un producto de alto valor, como son los bioplísticos, al proceso de producción de biodiesel, el costo de ambos productos puede reducirse.

 

ARTICULO EN INGLES

 

Finding alternatives to petroleum products, such as plastics, will help increase its sustainability. Only in the United States, are discarded annually about 30 million tons of plastic, and more than 90 percent of this amount was not yet recycled.

 
The bioplastics can easily replace conventional plastics because, broadly speaking, we can work with them the same way that working with the traditional. In addition, bioplastics are biodegradable and non-petroleum products, making them a material much more sustainable.

The bioplastics are made of a compound known as PHA. Bacteria accumulate PHA in the presence of an excessive source of carbon, like humans accumulate deposits of fat in their bodies when they consume food in excess.

The biggest problem in the production of bioplastics on a large scale is the cost of it. At present, bioplastics are two and a half times more expensive than petroleum-based plastics. But as the oil price increases, this difference is becoming increasingly marginalised. 

The factors that include high cost of producing the carbon used to help bacteria to produce PHAs, the purification process, and operating costs, such as tanks that are home to bacteria that produce PHA.

The draft Libbi Linton, a researcher at Utah State University, focuses on ways to reduce or eliminate one or more of these costs. To make this idea even more green, looking environments or exploit natural processes, and use the byproducts from other production processes.

The dairy waste treated in an anaerobic digester are used to support the growth of certain algae used in the production of biodiesel. The production of bioplastics can be integrated in this process using waste milk, rich in nutrients and carbon in particular, to feed producers PHA agencies that are often so naturally in dairy waste.

Employing debris to make bioplastics solves two problems at once. First, it provides a sustainable waste treatment, preventing environmental pollution. Secondly, by adding a product of high value, such as bioplastics, the process of producing biodiesel, the cost of both products can be reduced.

Mutaciones comunes, vinculadas a la obesidad común en europeos.......The mutations have a significant effect on the risk of obesity common, according to the survey results.

Posted by renegarcia on 25 Agosto, 2008 23:14

 

Las mutaciones tienen un efecto significativo sobre el riesgo de obesidad común, según los resultados del estudio.

El gen PCSK1 codifica la enzima proconvertasa, que es responsable de producir versiones totalmente funcionales de hormonas como la insulina y la melanocortina, involucradas en controlar el ritmo metabólico.

Los cambios del gen PCSK1 causan alteraciones relativamente menores en la enzima proconvertasa, pero el efecto sobre las hormonas es significativo, por el importante papel que éstas desempeñan en el control del peso.

Unos cientí­ficos del Imperial College en Londres colaboraron con equipos de Francia, Dinamarca, Suecia y Alemania para examinar los genomas de mís de 13.000 personas.

Los investigadores han descubierto una correlación significativa entre las aciones genéticas del PCSK1 y una tendencia a desarrollar obesidad, tanto en niños como en adultos.

Es la primera vez que encontramos un ví­nculo fuerte entre mutaciones comunes y obesidad común , subraya el profesor Philippe Froguel, autor principal de la investigación, del Instituto de Investigación Nacional Francés y el Departamento de Medicina Genómica en el Imperial College de Londres.

Los cientí­ficos saben que las formas comunes de obesidad dependen de variaciones en muchos genes, por lo que este nuevo estudio añade ahora un gen mís a la lista de genes considerados como blancos terapéuticos para tratamientos a ser desarrollados en años venideros.

 

ARTICULO EN INGLES

The mutations have a significant effect on the risk of obesity common, according to the survey results.

 
The gene encodes PCSK1 enzyme proconvertasa, which is responsible for producing fully functional versions of hormones such as insulin and melanocortina, involved in controlling metabolic rate.

Changes PCSK1 gene causing relatively minor alterations in the enzyme proconvertasa, but the effect on hormones is significant for the important role they play in controlling weight.

Scientists at Imperial College in London collaborated with teams from France, Denmark, Sweden and Germany to examine the genomes of more than 13,000 people.

 
 
Researchers have discovered a significant correlation between the actions of PCSK1 and a genetic tendency to develop obesity both in children as in adults.

This is the first time we found a strong link between obesity and common mutations common, says Professor Philippe Froguel, lead author of the investigation, the French National Research Institute and the Department of Genomic Medicine at Imperial College London.

Scientists know that the common forms of obesity are dependent on variations in many genes, so this new study now adds a gene to the list of most genes considered as targets for therapeutic treatments to be developed in coming years.



 


Un nuevo material ayuda a los coches a convertir el calor en electricidad ........Fold the efficiency index thermoelectric and could bend again in the short term

Posted by renegarcia on 24 Agosto, 2008 22:14

Dobla el í­ndice de eficiencia termoeléctrica y podrí­a doblarlo otra vez a corto plazo

 

 
 

 

 

 

 

 

 

Según señalan algunos expertos, sólo el 25% de la energí­a producida por un motor de gasolina convencional es aprovechada para mover un automóvil y hacer funcionar sus accesorios. Mís de la mitad de ella (aproximadamente un 60%) se pierde por el tubo de escape.

Aprovechar ese calor perdido convirtiéndolo en electricidad incrementarí­a el rendimiento de ese combustible y harí­a mís eficientes no sólo a los vehí­culos, sino a todas aquellas aplicaciones en las que dicho sistema pudiera implementarse, por ejemplo generadores y bombas de calor.

En ese sentido han dado un gran paso Joseph Haremans (de la Universidad de Ohio) y los colegas que han colaborado con él en esta investigación, pues han conseguido desarrollar un nuevo material que dobla el í­ndice de eficiencia en la conversión de calor a electricidad (el í­ndice refleja la cantidad de aquél que se convierte en ésta) conseguido hasta ahora por los mís materiales mís eficientes, según informa la citada universidad en un comunicado. Los resultados de la investigación han sido publicados en la revista Science.

Eficiencia energética

Según Heremans, esta eficiencia mejorada se traducirí­a en un 10% mís de aprovechamiento de combustible por los automóviles, si el dispositivo basado en su sistema llega a implementarse en ellos. El nuevo material, una mezcla de telurio, talio y plomo, alcanza ademís su míxima eficiencia en un rango de temperatura (entre los 230 y los 510 grados centí­grados) que conincide con aquel en que funcionan sistemas como los motores de los automóviles.

El material con cuyo desarrollo Heremans afirma que él y su equipo han conseguido hacer trabajar mís a los electrones , convierte el calor en electricidad mediante un flujo de estas partí­culas, en lugar de valerse para ello de agua o gases. Es decir, fabrica electricidad directamente .

Una de las ventajas prícticas de un dispositivo termoeléctrico basado en dicho sistema es su pequeño tamaño y el no estar constituido por partes movibles, susceptibles de averiarse y romperse. Por otro lado, cabe señalar que un inconveniente para el nuevo material es que el talio es un elemento extremadamente tóxico. Por lo tanto el proceso de fabricación requerirí­a algunas medidas de seguridad. Heremans ha propuesto ademís algunas otras soluciones complementarias, por lo que es muy optimisma respecto a la próxima comercialización de su sistema.

Nanobarreras

Hebermas dice haber pasado un montón de años desarrollando estructuras nanométricas semejantes a alambres, que eran insertadas en los materiales con objeto de reducir la conductividad térmica de éstos (una estrategia que al parecer siguen habitualmente los ingenieros para limitar en los mismos el flujo de calor que no pueda ser convertido a electricidad).

Pero dada la poca estabilidad de estos materiales, así­ como la dificultad de su fabricación en grandes cantidades y de conectarlos con los circuitos electrónicos convencionales y las fuentes de calor externas, el propio Hebermas era consciente de la poca eficiencia de dichos métodos.

El investigador dio casi por casualidad con la clave de lo que estaba buscando leyendo un artí­culo publicado en 2006 por otros cientí­ficos en la revista Physical Review Letter, el cual daba cuenta de ciertas particularidades en la interactividad mecanocuíntica de los ítomos de talio y de telurio. Es cuestión de una peculiar conducta de un electrón de un ítomo de talio cuando tiene como vecinos a otros de telurio , ha afirmado Herermas.

De modo que él y su equipo abandonaron la construcción de las viejas alambradas nanométricas y se concentraron en un único objetivo: cómo convertir en electricidad la míxima cantidad posible del calor atrapado en el material.

Objetivos ambiciosos

Heremans diseñó el nuevo material con Vladimir Jovovic, que realizó el trabajo como parte de su tesis doctoral en el Departamento de Ingenierí­a Mecínica de la Universidad de Ohio. Los investigadores de la Osaka University -Ken Kurosaki, Anek Charoenphakdee, y Shinsuke yamanaka- crearon muestras del material para testearlo. Luego, investigadores del California Institute of Technologya -G. Jeffrey Snyder, Eric S. Toberer, y Ali Saramat- testearon el material a altas temperaturas, mientras que Heremans y Jovovic lo testearon a bajas temperaturas y aportaron pruebas experimentales de que el mecanismo fí­sico que postulaban estaba efectivamente trabajando.

El sistema aún no ha sido patentado; Heremans y su equipo estín demasiado ocupados intentando perfeccionarlo. Esperamos ir mucho mís allí. Pienso que deberí­a ser muy posible aplicar las lecciones aprendidas de la nanotecnologí­a termoeléctrica para doblar de nuevo el í­ndice de eficiencia. A esto es a lo que apuntamos en este momento , ha afirmado el investigador.

 

ARTICULO EN INGLES

Fold the efficiency index thermoelectric and could bend again in the short term
A new material helps cars to convert heat into electricity
The development of thermoelectric devices has not been widespread (restricted their use to ferry the NAS and some industrial applications) because of two reasons: its high cost and low performance. This situation could begin to change with the development of a new material by the American researcher Joseph Heremans and his team. With this new material have managed to double the usual rate of return of the materials used so far and hope to double again in the short term with the subsequent progress of their investigation. By Cesar Gutierrez.

 
According to some experts, only 25% of the energy produced by a conventional gasoline engine is used to move an automobile and operate their accessories. More than half of it (approximately 60%) is lost in the exhaust pipe.

Seizing this heat lost in making electricity would increase performance and fuel that would not only more efficient vehicles, but all those applications where such a system could be implemented, such as generators and heat pumps.

In this respect have taken a big step Haremans Joseph (Ohio University) and colleagues who have worked with him in this investigation, as they have developed a new material that doubles the efficiency index in converting heat to electricity ( The index reflects the amount of one who becomes thereof) achieved so far by the most efficient materials, as reported by the university cited in a statement. Research results have been published in the journal Science.

Energy efficiency

According Heremans, this would translate into improved efficiency by 10% over use of fuel by automobiles, if the device based on its system to be implemented in reaching them. The new material, a mixture of tellurium, thallium and lead, also reaches its maximum efficiency within a temperature range (between 230 and 510 degrees Celsius) that conincide with one in operating systems such as car engines.

The material whose development Heremans says that he and his team have managed to work harder to electrons, converts heat into electricity through a flow of these particles, instead of using it for water or gas. In other words, produces electricity directly.

One of the practical advantages of a thermoelectric device based on this system is its small size and not be made up of moving parts, which may break down and broken. Moreover, it should be noted that one drawback to the new material is that the thallium is an extremely toxic. Therefore the manufacturing process would require some security measures. Heremans has also proposed some other complementary solutions, so it is very optimism regarding the marketing of its next system.

Nanobarreras

Hebermas said having spent many years developing nano structures similar to wires, which were inserted into the material in order to reduce the thermal conductivity of them (a strategy that apparently still routinely engineers to limit the flow in the same heat can not be converted to electricity).

But given the poor stability of these materials, as well as the difficulty of their manufacture in large quantities and connect them with electronic circuits and conventional sources of external heat, Hebermas himself was aware of the low efficiency of these methods.

The investigator gave almost by chance with the key to what you were looking reading an article published in 2006 by other scientists in the journal Physical Review Letter, which gave account of certain peculiarities in interactivity mecanocuíntica of atoms of thallium and tellurium. It s a question of peculiar conduct an electron from one atom of thallium when you have as neighbors to other tellurium, said Herermas.

So he and his team left the construction of the old barbed wire and nano focused on a single goal: how to convert into electricity the maximum possible amount of heat trapped in the material.

Ambitious goal

Heremans designed the new material with Vladimir Jovovic, who conducted the work as part of his doctoral thesis in the Department of Mechanical Engineering at the University of Ohio. Researchers at the Osaka University-Ken Kurosaki, Anek Charoenphakdee, and Shinsuke Yamanaka-created samples of material to test it. Then, investigators from the California Institute of Technology-G. Jeffrey Snyder, Eric S. Nozzles, and Ali Saramat-test the material at high temperatures, while Heremans Jovovic and what Tester at low temperatures and experimental evidence that the physical mechanism they nominated was actually working.

The system has not yet been patented; Heremans and his team are too busy trying to improve it. We expect to go much further. I think it should be possible to apply the lessons learned from nanotechnology thermoelectric to double again the efficiency index. This is what we aim at the moment, said the researcher.

EL EVANGELIO, EL ORO Y LA GLORIA.......The Gospel, gold and glory

Posted by renegarcia on 23 Agosto, 2008 22:14

 


El siglo dieciséis fue testigo de la cruel explotación del continente americano a manos de los conquistadores europeos. í‰stos iban en busca de oro, pues sabí­an que era el camino mís rípido y seguro para alcanzar el poder y la gloria. A diferencia de otros imperios del Nuevo Mundo, el reino de Yucatín carecí­a de ese precioso metal. Pero de esto no se enteraron Hernín Cortés ni sus trescientos hombres sino hasta después de llegar a conocer a los habitantes de aquella hermosa región. Como la tierra no tení­a oro —afirma Fray Bartolomé de las Casas—, Cortés no acabó con los indí­genas obligíndolos a sacar el oro de las minas, sino que lo minó de los cuerpos y de las ínimas de aquellos a quienes él no mataba pero «por quienes Jesucristo murió», pues los convertí­a en esclavos sin distinción alguna. Para colmo, los vendí­a por el infame precio de vinagre, tocinos, vestidos, caballos, o cualquier otro comestible o chucherí­a que se le antojara.

A las jóvenes Cortés las vendí­a en subasta, entre cincuenta y cien a la vez, y aun por las mís atractivas se contentaba con recibir unos cuantos litros de vino o de aceite o vinagre, o un tocino nada mís. De igual modo trataba a los muchachos que seleccionaba, de cien a doscientos a la vez, sin ningún criterio definido. A un joven que parecí­a hijo de prí­ncipe lo vendió por un queso, mientras que a cien personas las vendió por un caballo. «En estas obras estuvo desde el año veintiséis hasta el año treinta y tres —concluye el fraile español—, ... siete años asolando y despoblando aquellas tierras, y matando sin piedad aquellas gentes». 1

De veras es incalculable el daño que durante siete largos años les causó a esos indefensos indí­genas de Yucatín el conquistador Hernín Cortés. Pero ese daño no le llega ni a los tobillos al infinito beneficio que les trajo en menos de la mitad de ese tiempo el conquistador Jesucristo. A diferencia de Cortés, Cristo no los mató ni los hizo esclavos con el fin de venderlos a cualquier precio, sino que murió en su lugar, pagando así­ el precio supremo por su redención con el fin de liberarlos de la esclavitud del pecado. 2 Aun peor que la tragedia fí­sica es la tragedia espiritual de la que fue culpable Cortés. En vez de llevarles a los yucatecos el santo evangelio con la esperanza de vida eterna —que era la justificación de la conquista—, les llevó la muerte segura: tanto la fí­sica, que es temporal, como la espiritual, que es definitiva. El Conquistador espiritual se inmoló en vano por ellos porque los conquistadores materiales que tení­an la responsabilidad de llevarles la salvación les llevaron la condenación. ¡Quiera Dios que de ninguna manera permitamos que vuelva a ocurrir esa tragedia! Determinemos hoy mismo, al aceptar el precio del rescate que pagó por nosotros, que su muerte en nuestro lugar no serí en vano.

ARTICULO EN INGLES

The Gospel, gold and glory 
 


The sixteenth century witnessed the cruel exploitation of the American continent at the hands of European conquerors. These iban in search of gold, because they knew that was the fastest and most secure way to achieve power and glory. Unlike other New World empires, the kingdom of Yucatan lacked this precious metal. But this was not aware of Hernan Cortes and his three hundred men, but only after getting to know the inhabitants of that beautiful region. As the earth had no gold, says Fray Bartolomé de las Casas, Cortes not ended with the Indians forcing them to get the gold mine, but it examined the bodies and the souls of those killed but he did not by Jesus Christ who died as becoming slaves without distinction. To make matters worse, sold by the infamous price of vinegar, bacon, clothing, horses, or any other edible sweets or whatever he wanted.

At the young Cortez sold at auction, between fifty and a hundred at once, and even by the most attractive is satisfied with receiving a few liters of wine or oil or vinegar, bacon or anything else. Similarly treated the boys to select, one hundred to two hundred at once, without any criteria. A young man who seemed son of Prince sold it for a cheese, while a hundred people sold them for a horse. In these works since he was twenty-six to thirty-three year-ending Spanish-friar, ... ravage seven years and emptying those lands, and mercilessly killing those people. 1

Really is incalculable damage that for seven long years caused them to these defenceless indigenous Yucatan the conqueror Hernan Cortes. But that does not reach or damage to the ankles to infinity benefit they brought in less than half that time the conqueror Jesus Christ. Unlike Cortes, Christ did not killed them or made them slaves to sell at any price, but he died in his place, thus paying the ultimate price for their redemption in order to free them from the slavery of sin. 2 Even worse than the physical tragedy is the spiritual tragedy of which he was guilty Cortes. Rather than take them to the Yucatecan the holy gospel in the hope of eternal life-that was the justification for the conquest, led the certain death: both physics, which is temporary, as the spiritual, that is final. The Conqueror spiritual inmoló in vain for them because the conquerors materials that had the responsibility to bring them salvation led the condemnation. May God that by no means allow such a tragedy happen again! Determinism today, to accept the price of ransom paid by us, that his death in our place will not be in vain.

Intel demuestra máquina con 160GB de memoria RAM....Intel demonstrates machine with 160GB of RAM

Posted by renegarcia on 22 Agosto, 2008 21:40

Intel acaba de demostrar en su evento anual IDF 2008 (Intel Developers Forum) una míquina con los primeros módulos de memoria tipo DDR3 DIMM (de triple canales) de 16GB cada uno, instalando 10 de ellos en una sola míquina para un gran total de 160GB de memoria, no de disco duro.

Estos módulos de memoria son fruto de su asociación con la empresa Hynix y su tipo de memoria llamado MetaRAM.

Según Intel, en la demostración utilizó un motherboard especial con procesadores Nehalem EP de Intel, los cuales trabajaron en una base de datos de 100GB que cupo toda en la memoria, y la cual se pudo procesar 1,000 veces mas rípido que si la base de datos hubiera estado en el disco duro.

Opinión: Esto nos demuestra unas cuantas cosas. Primero el incesante avance de la tecnologí­a de manera exponencial. Noten que el aumento en velocidad obtenido desde una base de datos con esta tecnologí­a no es de 2x, ni 10x, ni si quiera 100x, sino que 1000 veces mas rípido que de un disco duro tradicional.

Por otro lado, de seguro que muchos notaron que 160GB hasta hace poco era una cifra utilizada mas para discos duros que para memorias, y esto no es coincidencia. Esta tecnologí­a estí dando los primeros pasos para un dí­a en donde un dispositivo no harí diferencia entre una memoria RAM o un disco duro, y utilizarí un solo tipo de memoria para ambos

 

ARTICULO EN INGLES

 

Intel demonstrates machine with 160GB of RAM

Intel has just shown its annual event in 2008 IDF (Intel Developers Forum) a machine with the first DDR3 memory modules type DIMM (triple channels) of 16GB each, installing 10 of them in a single machine for a grand total of 160GB memory, no disk drive.

These memory modules are the result of their association with the company Hynix and its kind memory called MetaRAM.

According to Intel, the demonstration used a special motherboard with Intel processors Nehalem EP, which worked on a database of 100GB that any quota in memory, and which could be processed 1000 times faster than if the database had been in the hard disk.

Opinion: This shows us a few things. First the relentless advance of technology exponentially. Note that the increase in speed obtained from a database with this technology is not 2x, or 10x or even 100x, but 1000 times faster than a traditional hard drive.

Moreover, many insurance 160GB noted that until recently was a figure used for hard drives more than for memories, and this is no coincidence. This technology is taking the first steps for a day where a device would difference between a RAM or a hard disk, and use a single type of memory for both
 

«¡NO MIRES HACIA ABAJO!» ....ANALISIS DE CASO.

Posted by renegarcia on 22 Agosto, 2008 21:34

«¡NO MIRES HACIA ABAJO!»

El ascensor, con veinte mineros de Sudífrica, comenzó el lento descenso. El fondo de la mina estaba a 1.600 metros de profundidad. A la mitad de la bajada, una falla mecínica paró en seco el ascensor, y los veinte hombres quedaron atrapados. Fue entonces que surgió un héroe.

Mario Cockrell, uno de los mineros, tuvo una idea. Deslizíndose por los cables de acero, llagando sus manos, fue guiando, uno por uno, a sus compañeros de trabajo. Eran ochocientos metros de bajada y, para calmar los nervios de los mineros, les decí­a una sola cosa: «¡No mires hacia abajo! ¡Mira hacia arriba!»

Fue la fortaleza fí­sica de Mario Cockrell, su presencia de ínimo, su amor al prójimo, su firme fe en Dios y esa oportuna y sabia recomendación: «¡No mires hacia abajo!» lo que salvó la vida de todos.

Esa es una recomendación que encierra un significado poderoso. Sirve para todas las circunstancias de la vida, buenas o malas, placenteras o desagradables. No hay que mirar hacia abajo. ¡Hay que mirar hacia arriba, siempre hacia arriba!

Si miramos hacia abajo veremos sólo un abismo negro. Veremos el fracaso, la desesperación, la desgracia, el infortunio. Pero si miramos hacia arriba veremos el cielo azul, el sol brillante y —¿por qué no?— a Dios mismo.

Los que miran siempre hacia abajo no ven nada mís que sombras, zozobras, peligros, incertidumbres y enemigos. En cambio, los que miran hacia arriba ven luz y colores y cielo y resplandor. Y ven esperanza, seguridad, consuelo y paz.

Por alguna razón bien profunda el apóstol Pablo dice: «Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Colosenses 3:2). Si nos concentramos sólo en la tierra, veremos toda la fealdad de la humanidad caí­da en pecado. Pero si miramos hacia arriba, y esto con los ojos de la fe, veremos a Dios, y de í‰l recibiremos el poder de una vida nueva y eterna.

Es cierto que vivimos con los pies pegados a esta tierra. Tenemos que fijarnos en las cosas de ací. Aquí­ estí nuestra familia que debemos cuidar. Aquí­ estí nuestro trabajo que nos da el pan. Aquí­ estín las oportunidades de ser útiles. Con todo, mirar solamente la tierra y desdeñar el cielo es muerte.

Cristo estí arriba, en su trono, esperando que miremos hacia í‰l y que nos arrepintamos. No despreciemos esa dirección vertical. Dios espera que alcemos la vista y miremos en dirección suya. La Biblia dice: «Busquen al Señor mientras se deje encontrar, llímenlo mientras esté cercano» (Isaí­as 55:6).

 

 

HISTORIA EM INGLES

 

DO NOT look down! Case Analysis
 
 


The lift, with twenty miners in South Africa, began the slow decline. The bottom of the mine was 1,600 meters deep. A half of the descent, a mechanical failure stopped the lift dry, and twenty men were trapped. It was then that emerged a hero.

Mario Cockrell, one of the miners, had an idea. Slider by SWR, sore hands, he was guiding one by one, their coworkers. There were eight hundred metres downhill and, to calm the nerves of the miners, told them one thing: Do not look down! Look up!

It was the physical strength of Mario Cockrell, his presence of mind, his love of neighbor, his strong faith in God and that timely and wise recommendation: Do not look down! What we saved the lives of everyone.

That is one recommendation that has a powerful meaning. It serves to all circumstances of life, good or bad, pleasant or unpleasant. We must not look down. We must look upward, always upward!

Looking down we will see only a black abyss. We ll see failure, despair, misery, misfortune. But if we look up we will see the blue sky, bright sun and - why not - to God himself.

Those who always look down they see nothing but shadows, anxiety, danger, uncertainty and enemies. By contrast, those who look up and see light and colors and sky glow. And they see hope, security, comfort and peace.

For some reason or deep the apostle Paul says: focus its attention on things above, not on the earth (Colossians 3:2). If we focus only on earth, we will see all the ugliness of humanity fall into sin. But if we look upwards, and this with the eyes of faith, we will see God, and he received the power to a new life and eternal.

It is true that we live with our feet stuck to this land. We have to look at things here. Here is our family that we care. Here is our work that gives us bread. Here are the opportunities to be helpful. However, looking only scorn land and the sky is death.

Christ is up on his throne, which looks toward the waiting and we repented. Not insignificant that the vertical direction. God expects alcemos sight and look in his direction. The Bible says: Seek the Lord while they leave to find, while nearby Call it (Isaiah 55:6)

 

«NADA NUEVO BAJO EL SOL»

Posted by renegarcia on 20 Agosto, 2008 16:43

«NADA NUEVO BAJO EL SOL»

A diario los medios publicitarios anuncian nuevos descubrimientos en todos los campos del saber humano. Como que todo lo que la mente humana imagina, también realiza. ¿Por qué se dirí entonces que no hay nada nuevo bajo el sol?

El Dr. Leen Macon, en un editorial de un importante periódico de Alabama, Estados Unidos, dijo: «Vivimos en el centro de los años antiguos. Cuando bebemos agua, experimentamos algo con la naturaleza que tiene millones de años, y cuando miramos al sol en su amanecer, somos testigos de la vista mís antigua del universo. No hay nada nuevo bajo el sol. El poder que se ha encontrado en el ítomo no es la creación de algo nuevo —continuó el Dr. Macon—. Ese poder ha existido desde las primeras fases de la creación. El hombre solamente lo ha descubierto.»

El sabio Salomón también contempló el universo y escribió lo siguiente: «Generación va, generación viene, mas la tierra siempre es la misma. Sale el sol, se pone el sol, y afanoso vuelve a su punto de origen para de allí­ volver a salir. Dirigiéndose al sur, o girando hacia el norte, sin cesar va girando el viento para de nuevo volver a girar.... Lo que ya ha acontecido volverí a acontecer; lo que ya se ha hecho se volverí a hacer ¡y no hay nada nuevo bajo el sol! (Eclesiastés 1:4‑6,9).

No, no hay nada nuevo bajo el sol. Las agoní­as que sufrí­an nuestros antepasados son las mismas que sufrimos hoy. Las inquietudes e incertidumbres de nuestros progenitores son las de todo tiempo. Los padres les piden a sus hijos que busquen el buen camino. Las madres les piden a sus hijas que no sigan el rumbo equivocado. La gente sigue pecando, y el clamor de su angustia no es mís que una repetición del dolor de Adín y Eva.

Lo cierto es que nada ha cambiado. Nada es nuevo. El hombre que ha alcanzado su posición gracias a sus propios esfuerzos sigue lleno de arrogancia, soberbia y altivez. Pero hay otra cosa que tampoco ha cambiado. Las mismas consecuencias que sufrieron nuestros antepasados, las mismas desventuras, las mismas derrotas y los mismos fracasos, son también los que sufrimos hoy en dí­a. Es que la ley de la vida es tajante. La misma semilla siempre producirí la misma cosecha.

¿Podrí el hombre detener este ciclo vicioso que destruye su vida? No en sentido universal, pero sí­ en sentido individual. La persona que se arrepiente y vuelve a Dios experimentarí el poder creador divino, y entonces habrí algo nuevo en ese ser. La Biblia lo llama una «nueva creación». El Señor quiere que cada uno de nosotros llegue a ser una nueva criatura. Volvímonos a Dios

SEGUNDACARTA-RELACIÓN DE HERNAN CORTEZ

Posted by renegarcia on 19 Agosto, 2008 22:40

SEGUNDACARTA-RELACIí“N

DE HERNíN CORTí‰S AL EMPERADOR CARLOS V
SEGURADELAFRONTERA
30 DE OCTUBRE DE 1520




Enviada a su sacra majestad del emperador nuestro señor, por el capitín general de la Nueva España, llamado don Fernando Cortés, en la cual hace relación de las tierras y provincias sin cuento que ha descubierto nuevamente en el Yucatín del año de diez y nueve a esta parte, y ha sometido a la corona real de Su Majestad. En especial hace relación de una grandí­sima provincia muy rica, llamada Culúa, en la cual hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos y riquezas, entre las cuales hay una mís maravillosa y rica que todas, llamada Tenustitlan, que estí, por maravilloso arte, edificada sobre una grande laguna; de la cual ciudad y provincia es rey un grandí­simo señor llamado Mutezuma; donde le acaecieron al capitín y a los españoles espantosas cosas de oí­r. Cuenta largamente del grandí­simo señorí­o del dicho Mutezuma, y de sus ritos y ceremonias y de cómo se sirven.
Muy alto y poderoso y muy católico prí­ncipe, invictí­simo emperador y señor nuestro:
En una nao que de esta Nueva España de vuestra sacra majestad despaché a diez y seis dí­as de julio del año de quinientos y diez y nueve, envié a vuestra Alteza muy larga y particular relación de las cosas hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ella sucedidas. La cual relación llevaron Alonso Herníndez Portocarrero y Francisco de Montejo, Procuradores de la Rica Villa de la Vera Cruz, que yo en nombre de vuestra alteza fundé. Y después ací, por no haber oportunidad, así­ por falta de naví­os y estar yo ocupado en la conquista y pacificación de esta tierra, como por no haber sabido de la dicha nao y procuradores, no he tornado a relatar a vuestra majestad lo que después se ha hecho; de que Dios sabe la pena que he tenido. Porque he deseado que vuestra alteza supiese las cosas de esta tierra, que son tantas y tales que, como ya en la otra relación escribí­ se puede intitular de nuevo emperador de ella, y con tí­tulo y no menos mérito que el de Alemaña, que por la gracia de Dios vuestra sacra majestad posee. Y porque querer de todas las cosas de estas partes y nuevos reinos de vuestra alteza decir todas las particularidades y cosas que en ellas hay y decir se debí­an, serí­a casi proceder a infinito.
Si de todo a vuestra alteza no diere tan larga cuenta como debo, a vuestra sacra majestad suplico me mande perdonar; porque ni mi habilidad, ni la oportunidad del tiempo en que a la sazón me hallo para ello me ayudan. Mas con todo, me esforzaré a decir a vuestra alteza lo menos mal que yo pudiere, la verdad y lo que al presente es necesario que vuestra majestad sepa. Y asimismo suplico a vuestra alteza me mande perdonar si todo lo necesario no contare, el cuíndo y cómo muy cierto, y si no acertare algunos nombres, así­ de ciudades y villas como de señorí­os de ellas, que a vuestra majestad han ofrecido su servicio y dídose por sus súbditos y vasallos. Porque en cierto infortunio ahora nuevamente acaecido, de que adelante en el proceso a vuestra alteza daré entera cuenta, se me perdieron todas las escrituras y autos que con los naturales de estas tierras yo he hecho, y otras muchas cosas.
En la otra relación, muy excelentí­simo Prí­ncipe, dije a vuestra majestad las ciudades y villas que hasta entonces a su real servicio se habí­an ofrecido y yo a él tení­a sujetas y conquistadas. Y dije así­ mismo que tení­a noticia de un gran señor que se llamaba Mutezuma, que los naturales de esta tierra me habí­an dicho que en ella habí­a, que estaba, según ellos señalaban las jornadas, hasta noventa o ciento leguas de la costa y puerto donde yo desembarqué. Y que confiado en la grandeza de Dios y con esfuerzo del real nombre de vuestra alteza, pensara irle a ver a doquiera que estuviese, y aun me acuerdo que me ofrecí­, en cuanto a la demanda de este señor, a mucho mís de lo a mí­ posible, porque certifiqué a vuestra alteza que lo habrí­a, preso o muerto, o súbdito a la corona real de vuestra majestad.
Y con este propósito y demanda me partí­ de la ciudad de Cempoal, que yo intitulé Sevilla, a diez y seis de agosto, con quince de caballo y trescientos peones lo mejor aderezados de guerra que yo pude y el tiempo dio a ello lugar, y dejé en la Villa de la Vera Cruz ciento y cincuenta hombres con dos de caballo, haciendo una fortaleza que ya tengo casi acabada; y dejé toda aquella provincia de Cempoal y toda la sierra comercana a la villa, que serín hasta cincuenta mil hombres de guerra y cincuenta villas y fortalezas, muy seguros y pací­ficos y por ciertos y leales vasallos de vuestra majestad, como hasta ahora lo han estado y estín, porque ellos eran súbditos de aquel señor Mutezuma, y según fui informado lo era por fuerza y de poco tiempo ací. Y como por mí­ tuvieron noticias de vuestra alteza y de su muy grande y real poder, dijeron que querí­an ser vasallos de vuestra majestad y mis amigos, y que me rogaban que los defendiese de aquel grande señor que los tení­a por fuerza y tiraní­a, y que les tomaba sus hijos para los matar y sacrificar a sus í­dolos. Y me dijeron otras muchas quejas de él, y con esto han estado y estín muy ciertos y leales en el servicio de vuestra alteza y creo lo estarín siempre por ser libres de la tiraní­a de aquél, y porque de mí­ han sido siempre bien tratados y favorecidos. Y para mís seguridad de los que en la villa quedaban, traje conmigo algunas personas principales de ellos con alguna gente, que no poco provechosos me fueron en mi camino.
Y porque, como ya creo, en la primera relación escribí­ a vuestra majestad que algunos de los que en mi compañí­a pasaron, que eran criados y amigos de Diego Velízquez, les habí­a pesado de lo que yo en servicio de vuestra alteza hací­a, y aun algunos de ellos se me quisieron alzar e í­rseme de la tierra, en especial cuatro españoles que se decí­an Juan Escudero y Diego Cermeño, piloto, y Gonzalo de Ungrí­a, así­ mismo piloto, y Alonso Peñate, los cuales, según lo que confesaron espontíneamente, tení­an determinado de tomar un bergantí­n que estaba en el puerto, con cierto pan y tocinos, y matar al maestre de él, e irse a la isla Fernandina a hacer saber a Diego Velízquez cómo yo enviaba la nao que a vuestra alteza envié y lo que en ella iba y el camino que la dicha nao habí­a de llevar, para que el dicho Diego Velízquez pusiese naví­os en guarda para que la tomasen, como después que lo supo lo puso por obra, que según he sido informado envió tras la dicha nao una carabela. Y así­ mismo confesaron que otras personas tení­an la misma voluntad de avisar al dicho Diego Velízquez; y vistas las confesiones de estos delincuentes los castigué conforme a justicia y a lo que según el tiempo me pareció que habí­a necesidad y al servicio de vuestra alteza cumplí­a.
Y porque demís de los que por ser criados y amigos de Diego Velízquez tení­an voluntad de se salir de la tierra, habí­a otros que por verla tan grande y de tanta gente y tal, y ver los pocos españoles que éramos, estaban del mismo propósito, creyendo que si allí­ los naví­os dejase, se me alzarí­an con ellos, y yéndose todos los que de esta voluntad estaban, yo quedarí­a casi solo, por donde se estorbara el gran servicio que a Dios y a vuestra alteza en esa tierra se ha hecho, tuve manera como, so color que los dichos naví­os no estaban para navegar, los eché a la costa por donde todos perdieron la esperanza de salir de la tierra. Y yo hice mi camino mís seguro y sin sospechas que vueltas las espaldas no habí­a de faltarme la gente que yo en la villa habí­a de dejar.
Ocho o diez dí­as después de haber dado con los naví­os a la costa, y siendo ya salido de la Vera Cruz hasta la ciudad de Cempoal, que estí a cuatro leguas de ella, para de allí­ seguir mi camino, me hicieron saber de la dicha villa cómo por la costa de ella andaban cuatro naví­os, y que el capitín que yo allí­ dejaba habí­a salido de ellos con una barca, y les habí­a dicho que eran de Francisco de Garay, Teniente y Gobernador en la isla de Jamaica, y que vení­an a descubrir; y que el dicho capitín les habí­a dicho cómo yo en nombre de vuestra alteza tení­a poblada esta tierra y hecha una villa allí­, a una legua de donde los dichos naví­os andaban, y que allí­ podí­an ir con ellos y me harí­an saber de su venida, y si alguna necesidad trajesen se podrí­an reparar de ella, y que el dicho capitín los guiarí­a con la barca al puerto, el cual les señaló donde era. Y que a eso les habí­a respondido que ya habí­an visto el puerto, porque pasaron por frente de él, y que así­ lo harí­an como él me lo decí­a; y que se habí­a vuelto con la dicha barca; y los naví­os no le habí­an seguido ni venido al puerto y que todaví­a andaban por la costa y que no sabí­a qué era su propósito pues no habí­an venido al dicho puerto.
Y visto lo que el dicho capitín me hizo saber, a la hora me partí­ para la dicha villa, donde supe que los dichos naví­os estaban surtos tres leguas la costa abajo, y que ninguno no habí­a saltado en tierra. Y de allí­ me fui por la costa con alguna gente para saber lengua, y ya que casi llegaba a una legua de ellos encontré con tres hombres de los dichos naví­os entre los cuales venia uno que decí­a ser escribano, y los dos traí­an, según me dijo, para que fuesen testigos de cierta notificación, que dizque el capitín le habí­a mandado que me hiciese de su parte un requerimiento que allí­ traí­a, en el cual se contení­a que me hací­a saber como él habí­a descubierto aquella tierra y querí­a poblar en ella. Por tanto, que me requerí­a que partiese con él los términos, porque su asiento querí­a ser cinco leguas la costa abajo, después de pasada Nautecal, que es una ciudad que es doce leguas de la dicha villa, que ahora se llama Almerí­a, a los cuales yo dije que viniese su capitín y que se fuese con los naví­os al puerto de la Vera Cruz y que allí­ nos hablarí­amos y sabrí­a de qué manera vení­an, y si sus naví­os y gente trajesen alguna necesidad, les socorrerí­a con lo que yo pudiese, y que pues él decí­a venir en servicio de vuestra sacra majestad, que yo no deseaba otra cosa sino que se me ofreciese en que sirviese a vuestra alteza, y que en le ayudar creí­a que lo hací­a.
Ellos me respondieron que en ninguna manera el capitín ni otra gente vendrí­a a tierra ni adonde yo estuviese, y creyendo que debí­an de haber hecho algún daño en la tierra, pues se recelaban de venir ante mí­, ya que era noche me puse secretamente junto a la costa de la mar, frontero de donde los dichos naví­os estaban surtos, y allí­ estuve en cubierto hasta otro dí­a casi a medio dí­a, creyendo que el capitín o piloto saltarí­an en tierra, para saber de ellos lo que habí­an andado, y si algún daño hubiesen hecho en la tierra, enviarlos a vuestra sacra majestad; y jamís salieron ellos ni otra persona. Visto que no salí­an, hice quitar los vestidos de aquellos que vení­an a hacerme el requerimiento y se los vistiesen otros españoles de los de mi compañí­a, los cuales hice ir a la playa y que llamasen a los de los naví­os. Y visto por ellos, salió a tierra una barca con hasta diez o doce hombres con ballestas y escopetas, y los españoles que llamaban de la tierra se apartaron de la playa a unas matas que estaban cerca, como que se iban a la sombra de ellas; y así­ saltaron cuatro, los dos ballesteros y los dos escopeteros, los cuales como estaban cercados de la gente que yo tení­a en la playa puesta, fueron tomados. Y el uno de ellos era maestre de la una nao, el cual puso fuego a una escopeta, y matara aquel capitín que yo tení­a en la Vera Cruz, sino que quiso Nuestro Señor que la mecha no tení­a fuego.
Los que quedaron en la barca se hicieron a la mar, y antes que llegasen a los naví­os ya iban a la vela sin aguardar ni querer que de ellos se supiese cosa alguna, y de los que conmigo quedaron me informé cómo habí­an llegado a un rí­o que estí treinta leguas la costa abajo después de pasada Almerí­a, y que allí­ habí­an habido buen acogimiento de los naturales, y que por rescate les habí­an dado de comer, y que habí­an visto algún oro que traí­an los indios, aunque poco, y que habí­an rescatado hasta tres mil castellanos de oro y que no habí­an saltado en tierra, mís de que habí­an visto ciertos pueblos en la ribera del rí­o tan cerca, que de los naví­os los podí­an bien ver. Y que no habí­a edificios de piedra sino que todas las casas eran de paja, excepto que los suelos de ellas tení­an algo altos y hechos de mano; lo cual todo después supe mís por entero de aquel gran señor Mutezuma, y de ciertas lenguas de aquella tierra que él tení­a consigo, a las cuales y a un indio que en los dichos naví­os traí­an del dicho rí­o, que también yo les tomé, envié con otros mensajeros del dicho Mutezuma para que hablasen al señor de aquel rí­o que se dice Pínuco, para le atraer al servicio de vuestra sacra majestad. Y él me envió con ellos una persona principal y aun, según decí­a, señor de un pueblo, el cual me dio de su parte cierta ropa y piedras y plumajes, y me dijo que él y toda su tierra estín muy contentos de ser vasallos de vuestra majestad y mis amigos. Yo les di otras cosas de las de España, con que fue muy contento, y tanto que cuando los vieron otros naví­os del dicho Francisco de Garay, de que adelante a vuestra alteza haré relación, me envió a decir el dicho Pínuco cómo los dichos naví­os estaban en otro rí­o, lejos de allí­ hasta cinco o seis jornadas, y que les hiciese saber si eran de mi naturaleza los que en ellos vení­an, porque les darí­an lo que hubiesen menester, y que les habí­an llevado ciertas mujeres y gallinas y otras cosas de comer.
Yo fuí­, muy poderoso Señor, por la tierra y señorí­o de Cempoal, tres jornadas donde de todos los naturales fui muy bien recibido y hospedado; y a la cuarta jornada entré en una provincia que se llama Sienchimalen, en que hay en ella una villa muy fuerte y puesta en recio lugar, porque estí en una ladera una sierra muy agra, y para la entrada no hay sino un paso de escalera, que es imposible pasar sino gente de pie, y aun con harta dificultad si los naturales quieren defender el paso. En lo llano hay muchas aldeas y alquerí­as de a quinientos y a trescientos y doscientos labradores, que serín por todos hasta cinco o seis mil hombres de guerra, y esto es del señorí­o de aquel Mutezuma. Y aquí­ me recibieron muy bien y me dieron muy cumplidamente los bastimentos necesarios para mi camino, y me dijeron que bien sabí­an que yo iba a ver a Mutezuma su señor, y que fuese cierto que él era mi amigo y les habí­a enviado a mandar que en todo caso me hiciesen muy buen acogimiento, porque en ello les servirí­an; y yo les satisfice a su buen comedimiento diciendo que vuestra majestad tení­a noticia de él y me habí­an mandado que le viese, y que yo no iba a mís de verle. Así­ pasé un puerto que estí al fin de esta provincia, al que pusimos de nombre el puerto de Nombre de Dios, por ser el primero que en estas tierras habí­amos pasado, el cual es tan agro y alto que no lo hay en España otro tan dificultoso de pasar, el cual pasé seguramente y sin contradición alguna; y a la bajada del dicho puerto estín otras alquerí­as de una villa y fortaleza que se dice Ceyxnacan, que así­ mismo era del dicho Mutezuma, que no menos que de los de Sienchimalen fuimos bien recibidos y nos dijeron de la voluntad de Mutezuma lo que los otros nos habí­an dicho, y yo así­ mismo los satisfice.
Desde aquí­ anduve tres jornadas de despoblado y tierra inhabitable a causa de su esterilidad y falta de agua y muy grande frialdad que en ella hay, donde Dios sabe cuanto trabajó la gente, padeció de sed y de hambre, en especial de un turbión de piedra y agua que nos tomó en el dicho despoblado, de que pensé que perecerí­a mucha gente de frí­o, y así­ murieron ciertos indios de la isla Fernandina, que iban mal arropados. Al cabo de estas tres jornadas pasamos otro puerto, aunque no tan agro como el primero, y en lo alto de él estaba una torre pequeña casi como humilladero, donde tení­an ciertos í­dolos, y alderredor de la torre mís de mil carretas de leña cortada, muy dispuesta a cuyo respecto le pusimos nombre el Puerto de la Leña; y a la bajada del dicho puerto entre unas tierras muy agras, estí un valle muy poblado de gente que, según pareció, debí­an ser gente pobre. Después de haber andado dos leguas por la población sin saber de ella, llegué a un asiento algo mís llano, donde pareció estar el señor de aquel valle, que tení­a las mejores y mas bien labradas casas que hasta entonces en esta tierra habí­amos visto, porque era todas de canterí­a labradas y muy nuevas, y habí­a en ellas muchas y muy grandes y hermosas salas y muchos aposentos muy bien obrados. Este valle y población se llama Caltanmí­. Del señor y gente fui muy bien recibido y aposentado.
Después de haberle hablado de parte de vuestra majestad y le haber dicho la causa de mi venida a estas partes, le pregunté si él era vasallo de Mutezuma o si era de otra parcialidad alguna, el cual, casi admirado de lo que le preguntaba, me respondió diciendo que quién no era vasallo de Mutezuma, queriendo decir que allí­ era señor del mundo. Yo le torné aquí­ a decir y replicar el gran poder de vuestra majestad, y otros muy muchos y muy mayores señores, que no Mutezuma, eran vasallos de vuestra alteza, y aun que no lo tení­an en pequeña merced, y que así­ lo habí­a de ser Mutezuma y todos los naturales de estas tierras, y que así­ lo requerí­a a él que lo fuese, porque siéndolo, serí­a muy honrado y favorecido, y por el contrario, no queriendo obedecer, serí­a punido. Y para que tuviese por bien de le mandar recibir a su real servicio, que le rogaba que me diese algún oro que yo enviase a vuestra majestad, y él me respondió que oro, que él lo tení­a, pero que no me lo querí­a dar si Mutezuma no se lo mandase, y que mandíndolo él, que el oro y su persona y cuanto tuviese darí­a. Por no escandalizarle ni dar algún desmín a mi propósito y camino, disimulé con él lo mejor que pude y le dije que muy presto le enviarí­a a mandar Mutezuma que diese el oro y lo demís que tuviese.
Aquí­ me vinieron a ver otros dos señores que en aquel valle tení­an su tierra, el uno cuatro leguas valle abajo y el otro dos leguas arriba, y me dieron ciertos collarejos de oro de poco peso y valor y siete u ocho esclavas; y dejíndolos así­ muy contentos, me partí­ después de haber estado allí­ cuatro o cinco dí­as, y me pasé al asiento del otro señor que estí casi dos leguas que dije, el valle arriba, que se dice Istacmastitín. El señorí­o de éste serín tres o cuatro leguas de población, sin salir casa de casa, por lo llano de un valle, ribera de un rí­o pequeño que va por él, y en un cerro muy alto estí la casa del señor con la mejor fortaleza que hay en la mitad de España, y mejor cercada de muro y barbacanes y cavas. Y en lo alto de este cerro tendrí una población de hasta cinco o seis mil vecinos, de muy buenas casas y gente algo mís rica que no la del valle abajo. Aquí­ mismo fuí­ muy bien recibido, y también me dijo este señor que era vasallo de Mutezuma, y estuve en este asiento tres dí­as, así­ por me reparar de los trabajos que en el despoblado la gente pasó, como por esperar cuatro mensajeros de los naturales de Cempoal que vení­an conmigo, que yo desde Catalmi habí­a enviado a una provincia muy grande que se llama Tascalteca, que me dijeron que estaba muy cerca de allí­, como de verdad pareció; y me habí­an dicho que los naturales de esta provincia eran sus amigos de ellos y muy capitanes enemigos de Mutezuma, y que me querí­an confederar con ellos porque eran muchos y muy fuerte gente; y que confinaba su tierra por todas partes con la del dicho Mutezuma, y que tení­an con él muy continuas guerras y que creí­a se holgar la conmigo y me favorecerí­an si el dicho Mutezuma se quisiese poner en algo conmigo.
Los cuales dichos mensajeros en todo el tiempo que estuve en el dicho valle, que fueron por todos ocho dí­as, no vinieron; y yo pregunté a aquellos principales de Cempoal que iban conmigo, que cómo no vení­an los dichos mensajeros, y me dijeron que debí­a de ser lejos y que no podrí­an venir tan aí­na. Y yo, viendo que se dilataba su venida y que aquellos principales de Cempoal me certificaban tanto la amistad y seguridad de los de esta provincia, me partí­ para allí. Y a la salida del dicho valle hallé una gran cerca de piedra seca, tan alta como estado y medio, que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra, y tan ancha como veinte pies, y por toda ella un pretil de pie y medio de ancho para pelear desde encima y no mís de una entrada, tan ancha como diez pasos; y en esta entrada doblada la una cerca sobre la otra a manera de rebellí­n, tan estrecho como cuarenta pasos, de manera que la entrada fuese a vueltas y no a derechas. Preguntada la causa de aquella cerca, me dijeron que la tení­a porque eran fronteros de aquella provincia de Tascalteca, que eran enemigos de Mutezuma y tení­an siempre guerra con ellos. Los naturales de este valle me rogaron que pues que iba a ver a Mutezuma su señor, que no pasase por la tierra de estos sus enemigos porque por ventura serí­an malos y me harí­an algún daño, que ellos me llevarí­an siempre por tierra del dicho Mutezuma sin salir de ella, y que en ella serí­a siempre bien recibido. Y los de Cempoal me decí­an que no lo hiciese, sino que fuese por allí­; que lo que aquéllos me decí­an era por me apartar de la amistad de aquella provincia, y que eran malos traidores todos los de Mutezuma y que me llevarí­an a meter donde no pudiese salir. Y porque yo de los de Cempoal tení­a mís concepto que de los otros, tomé su consejo, que fue seguir el camino de Tascalteca llevando a mi gente al mejor recado que yo podí­a, y yo con hasta seis de caballo iba adelante bien media legua y mís, no con pensamiento de lo que después se me ofreció, pero por descubrir la tierra, para que si algo hubiese, y lo supiese y tuviese lugar de encontrar y apercibir la gente.
Y después de haber andado cuatro leguas, encumbrando un cerro, dos de caballo que iban delante de mí­, vieron ciertos indios con sus plumajes que acostumbran traer en las guerras, y con sus espadas y rodelas, los cuales indios como vieron los de caballo, comenzaron a huir. A la sazón llegaba yo e hice que los llamasen y que viniesen y no hubiesen miedo; y fui mís hacia donde estaban, que serí­a hasta quince indios, y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cuchilladas y a dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con nosotros de tal manera, que nos mataron dos caballos e hirieron otros tres y a dos de caballo. Y en esto salió la otra gente, que serí­a hasta cuatro o cinco mil indios, y ya se habí­an llegado conmigo hasta ocho de caballo sin los otros muertos, y peleamos con ellos haciendo algunas arremetidas hasta esperar los españoles que con uno de caballo habí­an enviado a decir que anduviesen. Y en las vueltas les hicimos algún daño en que matarí­amos cincuenta o sesenta de ellos sin que daño alguno recibiésemos, puesto que peleaban con mucho denuedo y ínimo; pero como todos éramos de caballo, arremetí­amos a nuestro salvo y salimos así­ mismo.
Y desde que supieron que los nuestros se acercaban, se retrajeron porque eran pocos y nos dejaron el campo. Y después de haberse ido vinieron ciertos mensajeros que dijeron ser de los señores de la dicha provincia y con ellos dos de los mensajeros que yo habí­a enviado, los cuales dijeron que los dichos señores no sabí­an nada de lo que aquéllos habí­an hecho, que eran comunidades y sin su licencia lo habí­an hecho y que a ellos les pesaba, que me pagarí­an los caballos que me habí­an matado, que querí­an ser mis amigos y que fuera en hora buena, que serí­a bien recibido. Yo les respondí­ que lo agradecí­a, que los tení­a por amigos y que yo irí­a como ellos decí­an. Aquella noche me fue forzado dormir en un arroyo, una legua adelante donde esto acaeció, así­ por ser tarde como porque la gente vení­a cansada.
Allí­ estuve al mejor recaudo que pude con mis velas y escuchas, así­ de caballo como de pie, hasta que fue el dí­a, que partí­ llevando mi delantera y recuaje bien concertadas y mis corredores delante. Y llegando a un pueblo pequeñuelo, ya que salí­a el sol, vinieron los otros dos mensajeros llorando, diciendo que los habí­an atado para matarlos y que ellos se habí­an escapado aquella noche. Y no dos tiros de piedra de ellos, asomó mucha cantidad de indios muy armados y con gran grita y comenzaron a pelear con nosotros tiríndonos muchas varas y flechas y yo les comencé a hacer mis requerimientos en forma, con las lenguas que conmigo llevaba, por ante escribano. Y cuando mís me paraba a amonestarlos y requerir con la paz, tanto mís prisa nos daban, ofendiéndonos cuanto ellos podí­an y viendo que no aprovechaban requerimientos ni protestaciones, comenzamos a defendernos como podí­amos y así­ nos llevaron peleando hasta meternos entre mís de cien mil hombres de pelea que por todas partes nos tení­an cercados y pelearnos con ellos y ellos con nosotros, todo el dí­a hasta una hora antes de puesto el sol, que se retrajeron, en que con media docena de tiros de fuego, con cinco o seis escopetas, cuarenta ballesteros y con los trece de caballo que me quedaron, les hice mucho daño sin recibir de ellos ninguno, mís del trabajo, cansancio de pelear y el hambre. Bien pareció que Dios fue el que por nosotros peleó, pues entre tanta multitud de gente tan animosa y diestra en pelear y con tantos géneros de armas para ofendernos, salimos tan libres.
Aquella noche me hice fuerte en una torrecilla de sus í­dolos, que estaba en un cerrito y luego, siendo de dí­a, dejé en el real doscientos hombres y toda la artillerí­a. Y por ser yo el que acometí­a salí­ a ellos con los de caballos y cien peones y cuatrocientos indios de los que traje de Cempoal y trescientos de Iztamestitan. Y antes que hubiese lugar de juntarse, les quemé cinco o seis lugares pequeños de hasta cien vecinos y traje cerca de cuatrocientas personas, entre hombres y mujeres, presos y me cogí­ al real peleando con ellos sin que daño ninguno me hiciesen. Otro dí­a en amaneciendo, dan sobre nuestro real mís de ciento cuarenta y nueve mil hombres que cubrí­an toda la tierra, tan determinadamente, que algunos de ellos entraron dentro de él y anduvieron a cuchilladas con los españoles y salimos a ellos y quiso Nuestro Señor en tal manera ayudarnos, que en obra de cuatro horas habí­amos hecho lugar paz que en nuestro real no nos ofendiesen puesto que todaví­a hací­an algunas arremetidas. Y así­ estuvimos peleando hasta que fue tarde, que se retrajeron.
Otro dí­a torné a salir por otra parte antes que fuese de dí­a, sin ser sentido de ellos, con los de caballo, cien peones y los indios mis amigos y les quemé mís de diez pueblos, en que hubo pueblo de ellos de mís de tres mil casas y allí­ pelearon conmigo los del pueblo, que otra gente no debí­a de estar allí­. Y como traí­amos la bandera de la cruz y pugníbamos por nuestra fe y por servicio de vuestra sacra majestad en su muy real ventura, nos dio Dios tanta victoria que les matamos mucha gente, sin que los nuestros recibiesen daño. Y poco mís de mediodí­a, ya que la fuerza de la gente se juntaba de todas partes, estíbamos en nuestro real con la victoria habida.
Otro dí­a siguiente vinieron mensajeros de los señores diciendo que ellos querí­an ser vasallos de vuestra alteza y mis amigos y que me rogaban les perdonase el yerro pasado. Yo les respondí­ que ellos habí­an hecho mal, pero que yo era contento de ser su amigo y perdonarles lo que habí­an hecho. Otro dí­a siguiente vinieron hasta cincuenta indios que, según pareció, eran hombres de quien se hací­a caso entre ellos, diciendo que nos vení­an a traer de comer y comienzan a mirar las entradas y salidas del real y algunas chozuelas donde estíbamos aposentados. Y los de Cempoal vinieron a mi y dijéronme que mirase que aquellos eran malos y que vení­an a espiar y mirar cómo nos podrí­an dañar y que tuviese por cierto que no vení­an a otra cosa. Yo hice tomar uno de ellos disimuladamente, que los otros no lo vieron y me aparté con él y con las lenguas y le amedrenté para que me dijese la verdad, el cual confesó que Sintengal, que es el capitín general de esta provincia, estaba detrís de unos cerros que estaban fronteros del real, con mucha cantidad de gente para dar aquella noche sobre nosotros, porque decí­an que ya se habí­an probado de dí­a con nosotros, que no les aprovechaba nada y que querí­an probar de noche porque los suyos no temiesen los caballos ni los tiros ni las espadas y que los habí­an enviado a ellos para que viesen nuestro real y las partes por donde nos podí­an entrar y cómo nos podrí­an quemar aquellas chozas de paja. Luego hice tomar otro de los dichos indios y le pregunté asimismo y confesó lo que el otro por las mismas palabras. Y de éstos tomé cinco o seis, que todos confirmaron en sus dichos. Y visto, los mandé tomar a todos cincuenta y cortarles las manos y los envié que dijesen a su señor que de noche y de dí­a y cada cuando él viniese, verí­an quién éramos.
Hice yo fortalecer mi real a lo mejor que pude y poner la gente en las estancias que me pareció que convení­an y así­ estuve sobre aviso hasta que se puso el sol y ya que anochecí­a comenzó a bajar la gente de los contrarios por dos valles y ellos pensaban que vení­an secretos para cercarnos y ponerse mís cerca de nosotros para ejecutar su propósito y como yo estaba tan avisado, los vi y me pareció que dejarlos llegar al real, que serí­a mucho daño, porque de noche como no viesen lo que de mi parte se les hiciese, llegarí­an mís sin temor y también porque los españoles no viéndolos, algunos tendrí­an alguna flaqueza en el pelear y temí­ que me pusieran fuego, lo cual si acaeciera fuera tanto daño que ninguno de nosotros escapara y determiné de salirles al encuentro con toda la gente de caballo para espantarlos o desbaratar en manera que ellos no llegasen y así­ fue que, como nos sintieron que í­bamos con los caballos a dar sobre ellos sin ningún detener ni grita se metieron por los maizales, de que toda la tierra estaba casi llena y aliviaron algunos de los mantenimientos que traí­an para estar sobre nosotros, si de aquella vez del todo nos pudiesen arrancar y así­ se fueron por aquella noche y quedamos seguros. Después de pasado esto, estuve ciertos dí­as que no salí­ de nuestro real mís del redor para defender la entrada de algunos indios que nos vení­an a gritar y hacer algunas escaramuzas.
Y después de estar algo descansados, salí­ una noche después de rondada la guarda de la prima, con cien peones, con los indios nuestros amigos y con los de caballo. Y a una legua del real se me cayeron cinco de los caballos y yeguas que llevaba, que en ninguna manera los pude pasar adelante y los hice volver. Y aunque todos los de mi compañí­a decí­an que me tornase porque era mala señal, todaví­a seguí­ mi camino considerando que Dios es sobre natura y antes que amaneciese di sobre dos pueblos, en que maté mucha gente y no quise quemar las casas por no ser sentido con los fuegos de las otras poblaciones que estaban muy juntas. Y ya que amanecí­a di en otro pueblo tan grande, que se ha hallado en él, por visitación que yo hice hacer, mís de veinte mil casas. Y como los tomé de sobresalto, salí­an desarmados y las mujeres y niños desnudos por las calles y comencé a hacerles algún daño y viendo que no tení­an resistencia vinieron a mí­ ciertos principales del dicho pueblo a rogarme que no les hiciésemos mís mal porque ellos querí­an ser vasallos de vuestra alteza y mis amigos y que bien veí­an que ellos tení­an la culpa en no haberme querido servir, pero que de allí­ en adelante yo verla como ellos harí­an lo que yo en nombre de vuestra majestad les mandase y que serí­an muy verdaderos vasallos suyos. Y luego vinieron conmigo mís de cuatro mil de ellos de paz y me sacaron fuera a una fuente, muy bien de comer y así­ los dejé pací­ficos y volví­ a nuestro real donde hallé la gente que en él habí­a dejado harto atemorizada creyendo que se me hubiera ofrecido algún peligro, por lo que la noche antes habí­an visto en volver los caballos y yeguas.
Después de sabida la victoria que Dios nos habí­a querido dar y cómo dejaba aquellos pueblos de paz, hubieron mucho placer, porque certifico a vuestra majestad que no habí­a tal de nosotros que no tuviese mucho temor por vernos tan dentro en la tierra y entre tanta y tal gente y tan sin esperanzas de socorro de ninguna parte, de tal manera que ya a mis oí­dos oí­a decir por los corrillos y casi público, que habí­a sido Pedro Carbonero que los habí­a metido donde nunca podrí­an salir y aún mís oí­ decir en una choza de ciertos compañeros estando donde ellos no me veí­an, que si yo era loco y me metí­a donde nunca podrí­a salir, que no lo fuesen ellos, sino que se volviesen a la mar y que si yo quisiese volver con ellos, bien y si no, que me dejasen. Muchas veces fui de esto por muchas veces requerido y yo los animaba diciéndoles que mirasen que eran vasallos de vuestra alteza y que jamís en los españoles en ninguna parte hubo falta y que estíbamos en disposición de ganar para vuestra majestad los mayores reinos y señorí­os que habí­a en el mundo y que demís de hacer lo que como cristianos éramos obligados, en pugnar contra los enemigos de nuestra fe y por ello en el otro mundo ganíbamos la gloria y en éste conseguí­amos el mayor prez y honra que hasta nuestros tiempos ninguna generación gano. Y que mirasen que tení­amos a Dios de nuestra parte y que a él ninguna cosa le es imposible y que lo viesen por las victorias que habí­amos habido, donde tanta gente de los enemigos habí­an muerto y de los nuestros ningunos; y les dije otras cosas que me pareció decirles de esta calidad, que con ellas y con el real favor de vuestra alteza cobraron mucho ínimo y los atraje a mi propósito y a hacer lo que yo deseaba, que era dar fin a mi demanda comenzada.
Otro dí­a siguiente, a hora de las diez, vino a mí­ Sicutengal, el capitín general de esta provincia, con hasta cincuenta personas principales de ella y me rogó de su parte y de la de Magiscasin, que es la mís principal persona de toda la provincia y de otros muchos señores de ella, que yo les quisiese admitir al real servicio de vuestra alteza y a mi amistad y les perdonase los yerros pasados, porque ellos no nos conocí­an ni sabí­an quién éramos y que ya habí­an probado todas sus fuerzas, así­ de dí­a como de noche, para excusarse a ser súbditos ni sujetos a nadie, porque en ningún tiempo esta provincia lo habí­a sido ni tení­an ni habí­an tenido cierto señor; antes habí­an venido exentos y por sí­, de inmemorial tiempo ací y que siempre se habí­an defendido contra el gran poder de Mutezuma y de su padre y abuelos, que toda la tierra tení­an sojuzgada y a ellos jamís habí­an podido traer a sujeción, teniéndolos como los tení­an cercados por todas partes sin tener lugar para por ninguna de su tierra poder salir y que no comí­an sal porque no la habí­a en su tierra ni se la dejaban salir a comprar a otras partes, ni vestí­an ropas de algodón porque en su tierra por la frialdad no se criaba y otras muchas cosas de que carecí­an por estar así­ encerrados.
Y que todo lo sufrí­an y habí­an por bueno por ser exentos y no sujetos a nadie y que conmigo que quisieran hacer lo mismo y para ello, como ya decí­an, habí­an probado sus fuerzas y que veí­an claro que ni ellas ni las mañas que habí­an podido tener les aprovechaban, que querí­an antes ser vasallos de vuestra alteza que no morir y ser destruidas sus casas y mujeres e hijos. Yo les satisfice diciendo que conociesen cómo ellos tení­an la culpa del daño que habí­an recibido y que yo me vení­a a su tierra creyendo que vení­a a tierra de mis amigos, porque los de Cempoal así­ me lo habí­an certificado que lo eran y querí­an ser y que yo les habí­a enviado mis mensajeros delante para hacerles saber como venia y la voluntad que de su amistad traí­a y que sin responderme, viniendo yo seguro, me habí­an salido a saltear en el camino y me habí­an matado dos caballos y herido otros. Y demís de esto, después de haber peleado conmigo, me enviaron sus mensajeros diciendo que aquello que se habí­a hecho habí­a sido sin ser licencia y consentimiento y que ciertas comunidades se habí­an movido a ello sin darles parte; pero que ellos se lo habí­an reprendido y que querí­an mi amistad. Y yo creyendo ser así­ les habí­a dicho que me plací­a y me vendrí­a otro dí­a seguramente en sus casas como en casas de amigos y que así­ mismo me habí­an salido al camino y peleado conmigo todo el dí­a hasta que la noche sobrevino, no obstante que para mí­ habí­an sido requeridos con la paz. Y tríjeles a la memoria todo lo demís que contra mí­ habí­an hecho y otras muchas cosas que por no dar a vuestra alteza importunidad dejo. Finalmente, que ellos quedaron y se ofrecieron por súbditos y vasallos de vuestra majestad y para su real servicio, ofrecieron sus personas y haciendas y así­ lo hicieron y han hecho hasta hoy y creo lo harín siempre por lo que adelante vuestra majestad verí.
Y así­ estuve sin salir de aquel aposento y real que allí­ tení­a seis o siete dí­as, porque no me osaba fiar de ellos puesto que me rogaban que me viniese a una ciudad grande que tení­an donde todos los señores de su provincia residí­an y residen, hasta tanto que todos los señores me vinieron a rogar que me fuese a la ciudad, porque allí­ serí­a mejor recibido y provisto de las cosas necesarias, que no en el campo y porque ellos tení­an vergí¼enza en que yo estuviese tan mal aposentado, pues me tení­an por su amigo y ellos y yo éramos vasallos de vuestra alteza y por su ruego me vine a la ciudad que estí seis leguas del aposento y real que yo tení­a.
La cual ciudad es tan grande y de tanta admiración que aunque mucho de lo que de ella podrí­a decir dejé, lo poco que diré creo que es casi increí­ble, porque es muy mayor que Granada y muy mís fuerte y de tan buenos edificios y de mucha mís gente que Granada tení­a al tiempo que se ganó y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan, de aves, caza, pescado de rí­os y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta ciudad un mercado en que casi cotidianamente todos los dí­as hay en él de treinta mil ínimas arriba, vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay por la ciudad en partes. En este mercado hay todas cuantas cosas, así­ de mantenimiento como de vestido y calzado, que ellos tratan y puede haber. Hay joyerí­as de oro, plata, piedras y otras joyas de plumaje, tan bien concertado como puede ser en todas las plazas y mercados del mundo. Hay mucha loza de muchas maneras y muy buena y tal como la mejor de España. Venden mucha leña, carbón e hierbas de comer y medicinales. Hay casas donde lavan las cabezas como barberos y las rapan; hay baños. Finalmente, que entre ellos hay toda manera de buena orden y policí­a y es gente de toda razón y concierto, tal que lo mejor de ífrica no se le iguala.
Es esta provincia de muchos valles llanos y hermosos y todos labrados y sembrados sin haber en ella cosa vacua; tiene en torno la provincia noventa leguas y mís. El orden que hasta ahora se ha alcanzado que la gente de ella tiene en gobernarse, es casi como las señorí­as de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor general de todos. Hay muchos señores y todos residen en esta ciudad y los pueblos de la tierra son labradores y son vasallos de estos señores y cada uno tiene su tierra por sí­; tienen unos mas que otros y para sus guerras que han de ordenar júntanse todos y todos juntos las ordenan y conciertan.
Créese que deben de tener alguna manera de justicia para castigar los malos, porque uno de los naturales de esta provincia hurtó cierto oro a un español y yo lo dije a aquel Magiscasin, que es el mayor señor de todos e hicieron su pesquisa y siguiéronlo hasta una ciudad que estí cerca de allí­, que se dice Churultecal y de allí­ lo trajeron preso y me lo entregaron con el oro y me dijeron que yo lo hiciese castigar; yo les agradecí­ la diligencia que en ello pusieron y les dije que, pues estaba en su tierra, que ellos le castigasen como lo acostumbraban y que yo no me querí­a entremeter en castigar a los suyos estando en su tierra, de lo cual me dieron gracias y lo tomaron y con pregón público que manifiesta su delito, le hicieron llevar por aquel grande mercado y allí­ le pusieron al pie de uno como teatro que estí en medio del dicho mercado y encima del teatro subió el pregonero y en altas voces tornó a decir el delito de aquél; y viéndolos todos, le dieron con unas porras en la cabeza hasta que lo mataron. Y muchos otros hemos visto en prisiones que dicen que les tienen por hurtos y cosas que han hecho. Hay en esta provincia por visitación que yo en ella mandé hacer, ciento cincuenta mil vecinos, con otra provincia pequeña que estí junto con ésta que se dice Guasincango, que viven a la manera de éstos sin señor natural, los cuales no menos estín por vasallos de vuestra alteza que estos tascalteca.
Estando, muy católico señor, en aquel real que tení­a en el campo cuando en la guerra de esta provincia estaba, vinieron a mi seis señores muy principales vasallos de Mutezuma, con hasta doscientos hombres para su servicio y me dijeron que vení­an de parte del dicho Mutezuma a decirme cómo él querí­a ser vasallo de vuestra alteza y mi amigo y que viese yo qué era lo que querí­a que él diese por vuestra alteza en cada año de tributo, así­ de oro como de plata, piedras, esclavos, ropa de algodón y otras cosas de las que él tení­a y que todo lo darí­a con tanto que yo no fuese a su tierra y que lo hací­a porque era muy estéril y falta de todos mantenimientos y que le pesarí­a de que yo padeciese necesidad y los que conmigo vení­an y con ellos me envió hasta mil pesos de oro y otras tantas piezas de ropa de algodón de la que ellos visten. Y estuvieron conmigo en mucha parte de la guerra hasta el fin de ella, que vieron bien lo que los españoles podí­an y las paces que con los de esta provincia se hicieron y el ofrecimiento que al servicio de vuestra sacra majestad los señores y toda la tierra hicieron, de que según pareció y ellos mostraban, no hubieron mucho placer, porque trabajaron muchas ví­as y formas de revolverme con ellos, diciendo cómo no era cierto lo que me decí­an, ni verdadera la amistad que afirmaban y que lo hací­an por mi asegurar para hacer a su salvo alguna traición. Los de esta provincia, por consiguiente, me decí­an y avisaban muchas veces que no me fiase de aquellos vasallos de Motezuma porque eran traidores y sus cosas siempre las hací­an a traición y con mañas y con éstas habí­an sojuzgado toda la tierra y que me avisaban de ello como verdaderos amigos y como personas que los conocí­an de mucho tiempo ací. Vista la discordia y disconformidad de los unos y de los otros, no hube poco placer, porque me pareció hacer mucho a mi propósito y que podrí­a tener manera de mís aí­na sojuzgarlos y que me dijese aquel común decir de monte, etc. y aún me acordé de una autoridad evangélica que dice: Omne regnum in se ipsum divisum desolabitur, y con los unos y con los otros maneaba y a cada uno en secreto le agradecí­a el aviso que me daba y le daba crédito de mís amistad que al otro.
Después de haber estado en esta ciudad veinte dí­as y mís, me dijeron aquellos señores mensajeros de Mutezuma que siempre estuvieron conmigo, que me fuese a una ciudad que estí a seis leguas de esta de Tascaltecal, que se dice Churultecal, porque los naturales de ella eran amigos de Mutezuma su señor y que allí­ sabrí­amos la voluntad del dicho Mutezuma, si era que yo fuese a su tierra y que algunos de ellos irí­an a hablar con él y a decirle lo que yo les habí­a dicho. Y me volverí­an con la respuesta y aunque sabí­an que allí­ estaban algunos mensajeros suyos para hablarme, yo les dije que me irí­a y que partirí­a para un dí­a cierto que les señalase. Y sabido por los de esta provincia de Tlascaltecal lo que aquéllos habí­an concertado conmigo y cómo yo habí­a aceptado de irme con ellos a aquella ciudad, vinieron a mí­ con mucha pena los señores y me dijeron que en ninguna manera fuese porque me tení­an ordenada cierta traición para matarme en aquella ciudad a mí­ y a los de mi compañí­a y que para ello habí­a enviado Mutezuma de su tierra, porque alguna parte de ella confina con esta ciudad, cincuenta mil hombres y que los tení­a en guarnición a dos leguas de la dicha ciudad, según señalaron y que tení­an cerrado el camino real por donde solí­an ir y hecho otro nuevo de muchos hoyos y palos agudos hincados y encubiertos para que los caballos cayesen y se mancasen y que tení­a muchas de las calles tapiadas y por las azoteas de las casas muchas piedras para que después que entrísemos en la ciudad tomarnos seguramente y aprovecharse de nosotros a su voluntad y que si yo querí­a ver cómo era verdad lo que ellos me decí­an, que mirase cómo los señores de aquella ciudad nunca habí­an venido a verme ni hablar estando tan cerca de ésta, pues habí­an venido los de Guasincango, que estaban mís lejos que ellos y que los enviase a llamar y verí­a cómo no querí­an venir. Yo les agradecí­ su aviso y les rogué que me diesen ellos personas que de mi parte los fuesen a llamar y así­ me los dieron y yo les envié a rogar que viniesen a verme porque les querí­a hablar ciertas cosas de Parte de vuestra alteza y decirles la causa de mi venida a esta tierra.
Los cuales mensajeros fueron y dijeron mi mensaje a los señores de la dicha ciudad y con ellos vinieron dos o tres personas, no de mucha autoridad y me dijeron que ellos vení­an de parte de aquellos señores porque ellos no podí­an venir por estar enfermos, que a ellos les dijese lo que querí­a. Los de esta ciudad me dijeron que era burla y que aquellos mensajeros eran hombres de poca calidad y que en ninguna manera me partiese sin que los señores de la ciudad viniesen aquí­. Yo les hablé a aquellos mensajeros y les dije que embajada de tan alto prí­ncipe como vuestra sacra majestad, que no se debí­a de dar a tales personas como ellos y que aun sus señores eran poco para oí­rla; por tanto, que dentro de tres dí­as pareciesen ante mí­ a dar la obediencia a vuestra alteza y a ofrecerse por sus vasallos, con apercibimiento que pasado el término que les daba, si no viniesen, irí­a sobre ellos y los destruirí­a y procederí­a contra ellos como contra personas rebeldes y que no se querí­an someter debajo del dominio de vuestra alteza. Y para ello les envié un mandamiento firmado de mi nombre y de un escribano con relación larga de la real persona de vuestra sacra majestad y de mi venida, diciéndoles cómo todas estas partes y otras muy mayotes tierras y señorí­os eran de vuestra alteza y que los que quisiesen ser sus vasallos serí­an honrados y favorecidos y por el contrario, los que fuesen rebeldes, serí­an castigados conforme a justicia.
Y otro dí­a vinieron algunos de los señores de la dicha ciudad o casi todos y me dijeron que si ellos no habí­an venido antes, la causa era porque los de esta provincia eran sus enemigos y que no osaban entrar por su tierra porque no pensaban venir seguros y que bien creí­an que me habí­an dicho algunas cosas de ellos; que no les diese crédito porque las decí­an como enemigos y no porque pasara así­ y que me fuese a su ciudad y que allí­ conocerí­a ser falsedad lo que éstos me decí­an y la verdad lo que ellos me certificaban, que desde entonces se daban y ofrecí­an por vasallos de vuestra sacra majestad y que lo serí­an para siempre y serví­an y contribuí­an en todas las cosas, que de parte de vuestra alteza se les mandase y así­ lo asentó un escribano, por las lenguas que yo tení­a. Y todaví­a determiné de irme con ellos, así­ por no mostrar flaqueza, como porque desde allí­ pensaba hacer mis negocios con Mutezuma, porque confina con su tierra, como ya he dicho y allí­ usaban venir y los de allí­ ir allí, porque en el camino no tení­an requesta alguna.
Y como los de Tascaltecal vieron mi determinación, pesóles mucho y dijéronme muchas veces que lo erraba. Pero, que pues ellos se habí­an dado por vasallos de vuestra sacra majestad y mis amigos, que querí­an ir conmigo a ayudarme en todo lo que se ofreciese. Y puesto que yo se lo defendiese y rogué que no fuesen porque no habí­a necesidad, todaví­a me siguieron hasta cien mil hombres muy bien aderezados de guerra y llegaron conmigo hasta dos leguas de la ciudad y desde allí­ por mucha importunidad mí­a, se volvieron, aunque todaví­a quedaron en mi compañí­a hasta cinco o seis mil de ellos. Dormí­ en un arroyo que allí­ estaba a las dos leguas, por despedir la gente porque no hiciesen algún escíndalo en la ciudad y también porque era ya tarde y no quise entrar en la ciudad sobre tarde. Otro dí­a de mañana salieron de la ciudad a recibirme al camino, con muchas trompetas y atabales y muchas personas de las que ellos tienen por religiosas en sus mezquitas, vestidas de las vestiduras que usan y cantando a su manera como lo hacen en las dichas mezquitas. Y con esta solemnidad nos llevaron hasta entrar en la ciudad y nos metieron en un aposento muy bueno a donde toda la gente de mi compañí­a se aposentó a mi placer. Allí­ nos trajeron de comer, aunque no cumplidamente y en el camino topamos muchas señales de las que los naturales de esta provincia nos habí­an dicho, porque hallamos el camino real cerrado y hecho otro y algunos hoyos, aunque no muchos y algunas calles de la ciudad tapiadas y muchas piedras en todas las azoteas. Con esto nos hicieron estar mís sobre aviso y a mayor recaudo.
Allí­ hallé ciertos mensajeros de Mutezuma que vení­an a hablar con los que conmigo estaban y a mí­ no me dijeron cosa alguna mís de que vení­an a saber de aquéllos lo que conmigo habí­an hecho y concertado, para irlo a decir a su señor y así­ se fueron después de los haberles hablado ellos y aun el uno de los que antes conmigo estaban, que era el mís principal. En tres dí­as que allí­ estuve, proveyeron muy mal y cada dí­a peor y muy pocas veces me vení­an a ver ni hablar los señores y personas principales de la ciudad. Y estando algo perplejo en esto, a la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra, que hube en Potonchín, que es el rí­o grande que ya en la primera relación a vuestra majestad hice memoria, le dijo otra natural de esta ciudad cómo muy cerquita de allí­ estaba mucha gente de Mutezuma junta y que los de la ciudad tení­an fuera sus mujeres e hijos y toda su ropa y que habí­a de dar sobre nosotros para matarnos a todos y si ella se querí­a salvar que se fuese con ella, que ella la guarecerí­a; la cual lo dijo a aquel Jerónimo de Aguilar, lengua que yo hube en Yucatín de que asimismo a vuestra alteza hube escrito y me lo hizo saber. Y yo tuve uno de los naturales de la dicha ciudad que por allí­ andaba y le aparté secretamente que nadie lo vio y le interrogué y confirmó todo lo que la india y los naturales de Tascaltecal me habí­an dicho.
Y así­ por esto como por las señales que para ello veí­a, acordé de prevenir antes de ser prevenido, e hice llamar a algunos de los señores de la ciudad diciendo que les querí­a hablar y les metí­ en una sala y en tanto hice que la gente de los nuestros estuviese apercibida y que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios que habí­a junto al aposento y muchos dentro de él. Así­ se hizo, que después que tuve los señores dentro de aquella sala, dejélos atando y cabalgué e hice soltar la escopeta y dí­mosles tal mano, que en pocas horas murieron mís de tres mil hombres. Y porque vuestra majestad vea cuín apercibidos estaban, antes que yo saliese de nuestro aposento tení­an todas las calles tomadas y toda la gente a punto, aunque como los tomamos de sobresalto fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los caudillos porque los tení­a ya presos e hice poner fuego a algunas torres y casas fuertes donde se defendí­an y nos ofendí­an y así­ anduve por la ciudad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien cinco horas, hasta que eché toda la gente fuera de la ciudad por muchas partes de ella, porque me ayudaban bien cinco mil indios de Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal.
Vuelto al aposento, hablé con aquellos señores que tení­a presos y les pregunté qué era la causa que me querí­an matar a traición y me respondieron que ellos no tení­an la culpa porque los de Culúa que son los vasallos de Mutezuma, los habí­an puesto en ello y que el dicho Mutezuma tení­a allí­ en tal parte, que, según después pareció, serí­a legua y media, cincuenta mil hombres en guarnición para hacerlo, pero que ya conocí­an cómo habí­an sido engañados, que soltase uno o dos de ellos y que harí­an recoger la gente de la ciudad y tornar a ella todas las mujeres, niños y ropa que tení­an fuera y que me rogaban que aquel yerro les perdonase, que ellos me certificaban que de allí­ adelante nadie les engañarí­a y serí­an muy ciertos y leales vasallos de vuestra alteza y mis amigos. Después de haberles hablado muchas cosas acerca de su yerro, solté dos de ellos y otro dí­a siguiente estaba toda la ciudad poblada y llena de mujeres y niños muy seguros, como si cosa alguna de lo pasado no hubiera acaecido y luego solté todos los otros señores que tení­a presos, con que me prometieron servir a vuestra majestad muy lealmente y en obra de quince o veinte dí­as que allí­ estuve quedó la ciudad y tierra tan pací­fica y tan poblada que parecí­a que nadie faltaba de ella, en sus mercados y tratos por la ciudad como antes lo solí­an tener e hice que los de esta ciudad de Churultecal y los de Tascaltecal fuesen amigos, porque lo solí­an ser antes y muy poco tiempo habí­a que Mutezuma con dídivas los habí­a seducido a su amistad y hechos enemigos de estos otros.
Esta ciudad de Churultecal estí asentada en un llano y tiene hasta veinte mil casas dentro, en el cuerpo de la ciudad y tiene de arrabales otras tantas. Es señorí­o por sí­ y tiene sus términos conocidos; no obedece a señor ninguno, excepto que se gobiernan como estos otros de Tascaltecal. La gente de esta ciudad es mís vestida que los de Tascaltecal, en alguna manera; porque los honrados ciudadanos de ellos todos traen albornoces encima de la otra ropa, aunque son diferenciados de los de ífrica porque tienen maneras; pero en la hechura, tela y los rapacejos son muy semejantes. Todos éstos han sido y son después de este trance pasado, muy ciertos vasallos de vuestra majestad y muy obedientes a lo que yo en su real nombre les he requerido y dicho y creo lo serín de aquí­ adelante. Esta ciudad es muy fértil de labranzas porque tiene mucha tierra y se riega la mís parte de ella y aun es la ciudad mís hermosa de fuera que hay en España, porque es muy torreada y llana y certifico a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientas treinta tantas torres en la dicha ciudad y todas son de mezquitas. Es la ciudad mís a propósito de vivir españoles que yo he visto de los puertos ací, porque tiene algunos baldí­os y aguas para criar ganados, lo que no tienen ningunas de cuantas hemos visto, porque es tanta la multitud de la gente que en estas partes mora, que ni un palmo de tierra hay que no esté labrada y aun con todo en muchas partes padecen necesidad por falta de pan y aun hay mucha gente pobre y que piden entre los ricos por las calles y por las casas y mercados, como hacen los pobres en España y en otras partes que hay gente de razón.
A aquellos mensajeros de Mutezuma que conmigo estaban hablé acerca de aquella traición que en aquella ciudad se me querí­a hacer y cómo los señores de ella afirmaban que por consejo de Mutezuma se habí­a hecho y que no me parecí­a que era hecho de tan gran señor enviarme sus mensajeros y personas tan honradas como me habí­a enviado a decirme que era mi amigo y por otra parte buscar maneras de ofenderme con mano ajena, para salvarse él de culpa si no le sucediese como él pensaba. Y que pues así­ era, que él no me guardaba su palabra ni me decí­a verdad, que yo querí­a mudar mi propósito; que así­ como iba hasta entonces a su tierra con voluntad de verle, hablar, tener por amigo y tener con él mucha conversación y paz, que ahora querí­a entrar por su tierra de guerra, haciéndole todo el daño que pudiese como a enemigo y que me pesaba mucho de ello, porque mís le quisiera siempre por amigo y tomar siempre su parecer en las cosas que en esta tierra hubiera de hacer.
Aquellos suyos me respondieron que ellos habí­a muchos dí­as que estaban conmigo y que no sabí­an nada de aquel concierto mís de lo que allí­ en aquella ciudad después de aquello se ofreció supieron y que no podí­an creer que por consejo y mandado de Mutezuma se hiciese y que me rogaban que antes que me determinase a perder su amistad y hacerle la guerra que decí­a, me informase bien de la verdad y que diese licencia a uno de ellos para ir a hablarle, que él volverí­a muy presto. Hay de esta ciudad a donde Mutezuma residí­a, veinte leguas. Yo les dije que me plací­a y dejé ir al uno de ellos y dende a seis dí­as volvió él y otro que primero se habí­a ido y trajéronme diez platos de oro, mil quinientas piezas de ropa, mucha provisión de gallinas, pan y cacao, que es cierto brebaje que ellos beben y me dijeron que a Mutezuma le habí­a pesado mucho de aquel desconcierto que en Churultecal se querí­a hacer, porque yo no creerí­a ya sino que habí­a sido por su consejo y mandado y que él me hací­a cierto que no era así­ y que la gente que allí­ estaba en guarnición era verdad que era suya, pero que ellos se habí­an movido sin habérselo él mandado, por inducimiento de los de Churultecal, porque eran de dos provincias suyas que se llamaban la una Acancingo y la otra Yzcucan, que confina con la tierra de la dicha ciudad de Churultecal y que entre ellos conciertan alianzas de vecindad para ayudarse los unos a los otros Y que de esta manera habí­an venido allí­ y no por su mandado; pero que adelante yo verí­a en sus obras si era verdad lo que él me habí­a enviado a decir o no y que todaví­a me rogaba que no curase de ir a su tierra porque era estéril y padecerí­amos necesidad y que donde quiera que yo estuviese le enviase a pedir lo que yo quisiese y que lo enviarí­a muy cumplidamente.
Yo le respondí­ que la ida a su tierra no se podí­a excusar porque habí­a de enviar de él y de ella relación a vuestra majestad y que yo creí­a lo que él me enviaba a decir; por tanto, que pues yo no habí­a de dejar de llegar a verle, que él lo hubiese por bien y que no se pusiese en otra cosa porque serí­a mucho daño suyo y a mí­ me pesarí­a de cualquiera que le viniese. Y desde que ya vio que mi determinada voluntad era de verle a él y a su tierra, me envió a decir que fuese en hora buena, que él me hospedarí­a en aquella gran ciudad donde estaba y envióme muchos de los suyos para que fuesen conmigo porque ya entraba por su tierra, los cuales me querí­an encaminar por cierto camino donde ellos debí­an de tener algún concierto para ofendernos, según después pareció, porque lo vieron muchos españoles que yo enviaba después por la tierra. Habí­a en aquel camino tantas puentes y pasos malos, que yendo por él, muy a su salvo pudieran ejecutar su propósito. Mas como Dios haya tenido siempre cuidado de encaminar las reales cosas de vuestra sacra majestad desde su niñez y como yo y los de mi compañí­a í­bamos en su real servicio, nos mostró otro camino aunque algo agro, no tan peligroso corno aquel por donde nos querí­an llevar y fue de esta manera:
Que a ocho leguas de esta ciudad de Churultecal estín dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto de ellas si no la nieve, se parece. Y de la una que es la mís alta sale muchas veces, así­ de dí­a como de noche, tan grande bulto de humo como una gran casa y sube encima de la sierra hasta las nubes, tan derecho como una vita, que, según parece, es tanta la fuerza con que sale que aunque arriba en la sierra andaba siempre muy recio el viento, no lo puede torcer. Y porque yo siempre he deseado de todas las cosas de esta tierra poder hacer a vuestra alteza muy particular relación, quise de ésta, que me pareció algo maravillosa, saber el secreto y envié a diez de mis compañeros, tales cuales para semejante negocio eran necesarios y con algunos naturales de la tierra que los guiasen y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo, de dónde y cómo salí­a. Los cuales fueron y trabajaron lo que fue posible para subirla y jamís pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay y de muchos torbellinos que de la ceniza que de allí­ sale andan por la sierra y también porque no pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hací­a, pero llegaron muy cerca de lo alto y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo y dicen que salí­a con tanto í­mpetu y ruido que parecí­a que toda la sierra se caí­a abajo y así­ se bajaron y trajeron mucha nieve y carímbanos para que los viésemos, porque nos parecí­a cosa muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan cílida, según hasta ahora ha sido opinión de los pilotos, especialmente, que dicen que esta tierra estí en veinte grados, que es en el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace muy gran calor. Y yendo a ver esta sierra, toparon un camino y preguntaron a los naturales de la tierra que iban con ellos, que para donde iba y dijeron que a Culúa y que aquél era buen camino y que el otro por donde nos querí­an llevar los de Culúa no era bueno y los españoles fueron por él hasta encumbrar las sierras, por medio de las cuales entre la una y la otra va el camino y descubrieron los llanos de Culúa y la gran ciudad de Temixtitan y las lagunas que hay en la dicha provincia, de que adelante haré relación a vuestra alteza y vinieron muy alegres por haber descubierto tan buen camino y Dios sabe cuínto holgué yo de ello.
Después de venidos estos españoles que fueron a ver la sierra y haberme informado así­ de ellos como de los naturales de aquel camino que hallaron, hablé a aquellos mensajeros de Mutezuma que conmigo estaban para guiarme a su tierra y les dije que querí­a ir por aquel camino y no por el que ellos decí­an, porque era mís cerca. Y ellos respondieron que yo decí­a verdad que era mís cerca y mís llano y que la causa porque por allí­ no me encaminaban, era porque habí­amos de pasar una jornada por tierra de Guasucingo, que eran sus enemigos, porque allí­ no tení­amos las cosas necesarias como por las tierras del dicho Mutezuma y que pues yo querí­a ir por allí­, que ellos proveerí­an cómo por la otra parte saliese bastimento al camino, y así­ nos partimo

PRIMERA CARTA DE RELACION DE HERNAN CORTEZ....First Letter of RELATIONSHIP HERNAN CORTEZ

Posted by renegarcia on 19 Agosto, 2008 22:34



DE LA JUSTICIA Y REGIMIENTO DE LA RICA VILLA DE LA VERA CRUZ A LA REINA DOí‘A JUANA Y AL EMPERADOR CARLOS V, SU HIJO
10 DE JULIO DE 1519


PREíMBULO

Claramente parece, cuando en las historias falta el fundamento y principio del recontamiento de las cosas acaecidas, que queda todo confuso y encandilado; y porque en este libro estín agregadas y juntas todas o la mayor parte de las escrituras y relaciones de lo que al señor don Hernando Cortés, Gobernador y Capitín General de la Nueva España, ha sucedido en la conquista de aquellas tierras, por tanto acordé de poner aquí­ en el principio de todas ellas, el origen de cómo y cuíndo y en qué manera el dicho señor gobernador comenzó a conquistar la dicha Nueva España, que es en la manera siguiente:
Estando en la isla Española, el año del Señor de 1518 años por gobernadores de aquellas partes de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, los muy reverendos padres fray Luis de Sevilla, prior de la Mejorada, y fray Alonso de Santo Domingo, prior de San Juan de Ortega, frailes profesos de la orden del bienaventurado señor San Jerónimo, a los cuales habí­an enviado después de la muerte del católico rey don Fernando con la dicha gobernación, los reverendí­simos señores gobernadores de España, don fray Francisco Jiménez, Arzobispo de Toledo y Cardenal de España, y Mossior de Trayedo, Deín de Lovaina, embajador del rey don Carlos nuestro señor, que después fue cardenal de Tortosa, y finalmente Papa Adriano Sexto; Diego Velízquez, Teniente de Almirante de la Isla de Cuba, envió el dicho año a suplicar a los padres gobernadores que residí­an en la isla Española, que le diesen licencia para armar ciertas naos que querí­a, según costumbre de aquellas partes, enviar a su costa a una tierra que él decí­a que habí­a descubierto hacia la parte occidental de la dicha isla de Cuba, para saber y bojar la dicha tierra y para traer indios cautivos de ella, de que se pudiesen servir en la isla de Cuba para rescatar en ella oro y las otras cosas que hubiesen, pagando el quinto de todo ello a Sus Altezas, según la orden y costumbre que en aquello habí­a; lo cual los dichos padres gobernadores le concedieron y dieron licencias, y así­ armó tres naví­os y un bergantí­n y envió por capitín de ellos a un pariente suyo que se decí­a Juan de Grijalva, mandíndole que rescatase todo el mís oro que pudiese.
Y es de saber que los primeros descubridores de la dicha tierra fueron otros, y no el dicho Diego Velízquez, según adelante parecerí, los cuales, no sabiendo lo que se decí­an, la intitularon y llamaron Yucatín, porque los dichos primeros descubridores, como llegasen allí preguntasen a los indios naturales de la dicha tierra que cómo se llamaba aquella tierra, y los indios no entendiendo lo que les preguntaban, respondí­an en su lenguaje y decí­an Yucatín, Yucatín, que quiere decir, no entiendo; así­ los españoles descubridores pensaron que los indios respondí­an que se llama Yucatín, y en esta manera se quedó impropiamente a aquella tierra este nombre de Yucatín.
Pues como el dicho Juan de Grijalva fuese a la dicha tierra nuevamente descubierta, comenzó a rescatar con los indios de la tierra las cosas que en su naví­o llevaba, según Diego Velízquez se lo habí­a mandado, y no le dando allí­ el rescate de tan buena manera como Diego Velízquez quisiera, volvió a Cuba con poco rescate, a donde fue mal recibido de Diego Velízquez, el cual hablando con Fernando Cortés, que a la sazón era vecino y justicia de la ciudad de Santiago en la dicha isla de Cuba, que a la sazón estaba rico en dineros y tení­a ciertos naví­os suyos propios y era muy bien quisto y tení­a muchos amigos en la isla, concertóse Diego Velízquez con él para que entrambos hiciesen una buena armada en que el dicho Fernando Cortés fuese por capitín general de ella en nombre de Sus Altezas, por el poder que para ello le habí­an dado los padres Jerónimos gobernadores de aquellas partes. Hecho y asentado entre ellos el concierto, puso el dicho Diego Velízquez solamente la tercia parte de los naos de la armada y el dicho capitín Fernando Cortés, puso de lo suyo propio las otras dos tercias partes de las dichas naos y todas las costas que se hicieron en la manda.
Y haciéndose a la vela en el mes de octubre del año del Señor de 1518, y andando costeando por las costas de la dicha isla de Cuba con tiempos contrarios, finalmente salió de la dicha isla de Cuba el dicho Fernando Cortés, Capitín General de la dicha armada, a doce dí­as del mes de febrero del año del Señor de 1519, para ir a la dicha tierra intitulada Yucatín, con diez naos, las siete de las cuales eran propias del dicho capitín Fernando Cortés, y las tres de Diego Velízquez, y después le alcanzaron otras dos naos que el dicho Diego Velízquez le envió. Así­ que fueron por todas las naos de la dicha armada, doce entre pequeñas y grandes, en las cuales iban quinientos españoles.
Pues como llegase a la dicha tierra llamada Yucatín, habiendo conocimiento de la grandeza y riquezas de ella, determinó de hacer, no lo que Diego Velízquez querí­a, que era rescatar oro, sino conquistar la tierra y ganarla y sujetarla a la Corona Real de Vuestra Alteza; y para proseguir su propósito, sintiendo que algunos de los de su compañí­a temerosos de emprender tan gran cosa, que se le querí­an volver, hizo un hecho troyano, y fue que tuvo manera, después que desembarcó toda la gente, de dar al través con todas las armas y fustes de la armada, y haciendo justicia de dos o tres que le amotinaban la gente, anegó y desbarató todas las naos, haciendo sacar la madera y clavazón de ellas a la costa, con presupuesto que, viendo los españoles que no tení­an en qué volver, ni en qué poder salir de aquella tierra, se animasen a la conquista o a morir en la demanda.
Y éste fue el principio de todas las buenas venturas del dicho capitín Hernando Cortés. Y acertó también ésto, que si no lo hiciera, hubiera pocos de los que consigo llevaba que se atrevieran a aquella empresa en tan gran tierra, tan poblada de gentes belicosas, y aunque el capitín le pesara, según los aprietos y peligros en que después se vieron, si las naos estuvieran enteras se le volvieran todos o los mís a la isla de Cuba. En esta manera comenzaron a conquistar la tierra donde hací­a hechos hazañosos y acometí­a y emprendí­a cosas inauditas, en donde según juicio humano, no era creí­do que ninguno de ellos pudiese escapar, como adelante aparecerí.
Habiendo, pues, el capitín Hernando Cortés calado algo de la tierra, acordó de fundar una nueva población en la cual, echado el principio y tomado su sitio, le puso por nombre y le llamó la Rica Villa de la Vera Cruz. Y puesto en ella alcaldes y regidores y otros oficios, el dicho capitín general don Hernando Cortés, el concejo, justicia, regidores y tenientes de la dicha villa, acordaron de enviar a España dos procuradores a la reina doña Juana y al rey don Carlos, su hijo, nuestros señores, con las primicias y muestras de las riquezas de aquella tierra que comenzaba en nombre de Sus Altezas a conquistar; y partiéronse los procuradores de la dicha Rica Villa de la Vera Cruz vinieron a España, y llegaron a Valladolid en el principio del mes de abril del año de quinientos veinte en la Semana Santa, estando el rey don Carlos, nuestro señor, en principio de camino para Alemania, a recibir la corona imperial; y presentaron a su Majestad lo que traí­an y una carta que el cabildo, justicia y regidores de la dicha Villa de la Vera Cruz escribieron a Sus Altezas, cuyo tenor es el siguiente:
Muy altos y muy poderosos, excelentí­simos prí­ncipes, muy católicos y muy grandes reyes y señores:
Bien creemos que vuestras majestades, por letras de Diego Velízquez, teniente de almirante en la isla Fernandina, habrín sido informados de una tierra nueva que puede haber dos años mís o menos que en estas partes fue descubierta, que al principio fue intitulada por nombre Cozumel y después la nombraron Yucatín, sin ser lo uno ni lo otro, como por esta nuestra relación vuestras reales altezas mandarín ver; y porque las relaciones que hasta ahora a vuestras majestades de esta tierra se han hecho, así­ de la manera y riquezas de ella como de la forma en que fue descubierta y otras cosas que de ella se han dicho, no son ni han podido ser ciertas, porque nadie hasta ahora las ha sabido cómo serí ésta que nosotros a vuestras reales altezas escribimos y contaremos aquí­ desde el principio que fue descubierta de esta tierra hasta el estado en que al presente estí, porque vuestras majestades sepan la tierra que es, la gente que la posee y la manera de su vivir y el rito y ceremonias, secta o ley que tienen, y el feudo que en ella vuestras reales altezas podrín hacer y de ella podrín recibir, y de quién en ella vuestras majestades han sido servidos, porque en todo vuestras reales majestades puedan hacer lo que mís servidos serín; y la cierta y muy verdadera relación es en esta manera:
Puede haber dos años poco mís o menos, muy esclarecidos prí­ncipes, que en la ciudad de Santiago, que es en la isla Fernandina, donde nosotros hemos sido vecinos en los pueblos de ella, se juntaron tres vecinos de la dicha isla, el uno de los cuales se dice Francisco Ferníndez de Córdoba, el otro Lope Ochoa de Caicedo, y el otro Cristóbal Morante, y como es costumbre en estas islas que en nombre de vuestras majestades estín pobladas de españoles, de ir por indios a las islas que no estín pobladas de españoles para se servir de ellos, enví­an los susodichos, dos naví­os y un bergantí­n para que de las dichas islas trajesen indios a la dicha isla Fernandina, para servirse de ellos; y creemos, porque aún no lo sabemos de cierto, que el dicho Diego Velízquez, teniente de almirante, tení­a la cuarta parte de la dicha armada. Y uno de los dichos armadores fue por capitín de la armada, llamado Francisco Ferníndez de Córdoba, y llevó por piloto a un Antón de Alaminos, vecino de la villa de Palos. Y a este Antón de Alaminos trajimos nosotros ahora también por piloto, y lo enviamos a vuestras reales altezas para que de él, vuestras majestades puedan ser informados.
Y siguiendo en viaje fueron a dar a la dicha tierra intitulada de Yucatín, a la punta de ella, que estarí sesenta o setenta leguas de la dicha isla Fernandina de esta tierra de la Rica Villa de la Vera Cruz, donde nosotros en nombre de vuestras reales altezas estamos, en la cual saltó en un pueblo que se dice Campeche, donde al señor de él pusieron por nombre Lízaro, y allí­ le dieron dos mazorcas con una tela de oro por cama, y otras cosillas de oro. Y porque los naturales de la dicha tierra no los consintieron estar en el pueblo y tierra, se partieron de allí y se fue la costa abajo hasta diez leguas, donde tornó a saltar en tierra junto a otro pueblo que se llama Nochopobón y el señor de él Champotón; y allí­ fueron bien recibidos de los naturales de la tierra, mas no los consintieron entrar en su pueblo y aquella noche durmieron los españoles fuera de las naos en tierra; y viendo esto los naturales de aquella tierra, pelearon otro dí­a en la mañana con ellos, en tal manera que murieron veintiséis españoles y fueron heridos otros tantos. Finalmente, viendo el capitín Francisco Ferníndez de Córdoba esto, escapo con los que le quedaron a acogerse a las naos.
Viendo pues el dicho capitín cómo le habí­an muerto mís de la cuarta parte de su gente, y que todos los que le quedaban estaban heridos, y que él mismo tení­a treinta y tantas heridas y que estaba casi muerto que pensarí­a escaparse, se volvió con los dichos naví­os y gente a la isla Fernandina donde hicieron saber al dicho Diego Velízquez cómo habí­an hallado una tierra muy rica en oro, porque a todos los naturales de ella los habí­an visto traer puesto adellos en las narices, adellos en las orejas y en otras partes, y que en la dicha tierra habí­a edificios de cal y canto, y mucha cantidad de otras cosas que de dicha tierra publicaron, de mucha administración y riquezas, y dijéronle que si él podí­a enviar naví­os a rescatar oro, que habí­a mucha cantidad de ello.
Sabido esto por el dicho Diego Velízquez, movido mís a codicia que a otro celo, despachó luego a un su procurador a la isla Española con cierta relación que hizo a los reverendos padres de San Jerónimo, que en ella residí­an por gobernadores de estas Indias, para que en nombre de vuestras majestades le diesen licencia, por los poderes que de vuestras altezas tení­an, para que pudiese enviar a bojar la dicha tierra, diciéndoles que en ello harí­a gran servicio a vuestras majestades, con tal que le diesen licencia para que rescatase con los naturales de ella, oro y perlas y piedras preciosas y otras cosas, lo cual todo fuese suyo pagando el quinto a vuestras majestades, lo cual por los dichos reverendos padres gobernadores Jerónimos le fue concedido, así­ porque hizo relación que él habí­a descubierto la dicha tierra a su costa, como por saber el secreto de ella y proveer como al servicio de vuestras reales altezas conviniese. Y por otra parte, sin lo saber aquí­ los dichos padres Jerónimos, envió a un Gonzalo de Guzmín con su poder y con la dicha relación a vuestras altezas reales, diciendo que él habí­a descubierto aquella tierra a su costa, en lo cual a vuestras majestades habí­a hecho servicio, y que la querí­a conquistar a su costa, y suplicando a vuestras reales altezas lo hicieran adelantado y gobernador de ella y ciertas mercedes que allende de esto pedí­a, como vuestras majestades habrín ya visto por su relación, y por esto no las expresamos aquí­.
En este medio tiempo como le vino la licencia que en nombre de sus majestades le dieron los reverendos padres gobernadores de la orden de San Jerónimo, diose prisa en armar tres naví­os y un bergantí­n, porque si vuestras majestades no fuesen servidos de le conceder lo que con Gonzalo de Guzmín les habí­a enviado a pedir, lo hubiese ya enviado con la licencia de los dichos padres Jerónimos; y armados, envió por capitín de ellos a un deudo suyo que se dice Juan de Grijalba y con él a ciento sesenta hombres de los vecinos de la dicha isla, entre los cuales venimos algunos de nosotros por capitanes, por servir a vuestras reales altezas. Y no sólo venimos y vinieron los de la dicha armada aventurando nuestras personas, mís aún casi todos los bastimentos de la dicha armada pusieron y pusimos de nuestras casas, así­ en lo cual gastarnos y gastaron asaz parte de sus haciendas. Y fue por piloto de la dicha armada el dicho Antón de Alaminos, que primero habí­a descubierto la dicha tierra cuando fue con Francisco Ferníndez de Córdoba. Y para hacer este viaje tomaron susodicha derrota, que antes que a la dicha tierra viniesen, descubrieron una isla pequeña que bojaba hasta treinta leguas que estí por la parte del sur de la dicha tierra, la cual es llamada Cozumel, y llegaron en la dicha isla a un pueblo que pusieron por nombre San Juan de Porta Latina y a la dicha isla llamaron Santa Cruz.
En el primer dí­a que allí­ llegaron salieron a verlos hasta ciento cincuenta personas de los indios de dicho pueblo, y al dí­a siguiente, según pareció, dejaron el pueblo los dichos indios y acogiéronse al monte, y como el capitín tuviese necesidad de agua, hí­zose a la vela para ir a tomarla a otra parte. El mismo dí­a, y yendo su viaje, acordóse de volver al dicho puerto e isla de Santa Cruz, y surgió allí­, y saltando en tierra, halló el pueblo sin gente como si nunca fuese poblado; y tomada su agua se torno a sus naos sin calar la tierra ni saber el secreto de ella, lo que no debieran hacer, pues fuera menester que la calara, y supiera para hacer verdadera relación a vuestras altezas reales de lo que era aquella isla. Y alzando velas, se fue y prosiguió su viaje hasta llegar a la tierra que Francisco Ferníndez de Córdoba habí­a descubierto, a donde iba para la bojar y hacer su rescate, y llegados allí anduvieron por la costa de ella del sur hacia el poniente hasta llegar a una bahí­a a la cual el dicho capitín Grijalba y piloto mayor Antón de Alaminos pusieron por nombre Bahí­a de la Asunción, que según opinión de pilotos, esta muy cerca de la punta de Las Veras, que es la tierra que Vicente Yíñez Pinzón descubrió y apuntó. La parte y mitad de aquella bahí­a, la cual es muy grande, se cree que pasa a la Mar del Norte.
Desde allí se volvieron por la dicha costa por donde habí­an ido hasta doblar la punta de la dicha tierra, y por la parte del norte de ella navegaron hasta llegar al dicho puerto Campeche, que el señor de él se llama Lízaro, donde habí­a llegado el dicho Francisco Ferníndez de Córdoba para hacer su rescate que por el dicho Diego Velízquez le era mandado, como por la mucha necesidad que tení­an de tomar agua. Y luego que los vieron venir los naturales de la tierra se Pusieron en manera de batalla fuera de su pueblo para defender la entrada, y el capitín los llamó con una lengua e intérprete que llevaba y vinieron ciertos indios a los cuales hizo entender que él no vení­a sino a rescatar con ellos de lo que tuvieran y a tomar aguaje, y así­ se fue con ellos hasta un jagí¼ey de agua que estaba junto a su pueblo y allí­ comenzó a tomar su agua y a decirles con el dicho faraute que les dieran oro y que les darí­an de las preseas que llevaban. Y los indios, desde que aquellos vieron, como no tení­an oro que le dar dijéronle que se fuesen, y él les rogó les dejasen tomar su agua y que luego se irí­an, y con todo eso no se pudo de ellos defender sin que otro dí­a de mañana a hora de misa los indios no comenzasen a pelear con ellos, con sus arcos y flechas y lanzas y rodelas, por manera que mataron a un español e hirieron al dicho capitín Grijalba y a otros muchos, y aquella tarde se embarcaron en las carabelas con su gente sin entrar en el pueblo de los dichos indios y sin saber cosa de que a vuestras reales majestades verdadera relación se pudiese hacer.
Y de allí­ se fueron por la dicha costa. Así­ llegaron a un rí­o al cual pusieron por nombre el rí­o de Grijalba, y surgió en él casi a hora de ví­speras; y otro dí­a de mañana se pusieron de la una y de la otra parte del rí­o un gran número de indios y gente de guerra, con sus arcos y flechas, y lanzas y rodelas para defender la entrada en su tierra, y según pareció a algunas personas creí­an contar cinco mil indios. Como el capitín esto vio, no salto a tierra nadie de los naví­os, sino desde los naví­os les habló con las lenguas y farautes que traí­a, rogíndoles que llegasen mís cerca para que les pudiese decir la causa de su venida; y entraron veinte indios en una canoa y vinieron muy recatados y acercíronse a los naví­os, y el capitín Grijalba les dijo y dio a entender por aquel intérprete que llevaba, cómo él no vení­a sino a rescatar, y que querí­a ser amigo de ellos, y que le trajesen oro de lo que tení­an y que él les darí­a de las preseas que llevaba. Así­ lo hicieron el dí­a siguiente, trayéndole ciertas joyas de oro sotiles, y el dicho capitín les dio de su rescate lo que le pareció y ellos se volvieron a su pueblo. Y el dicho capitín estuvo allí aquel dí­a, y otro dí­a siguiente se hizo a la vela y sin saber mís secreto alguno de aquella tierra, y bojaron hasta llegar a una bahí­a, a la cual pusieron por nombre la bahí­a de San Juan, y allí­ saltó el capitín en tierra con cierta gente, en unos arenales despoblados.
Y como los naturales de la tierra habí­an visto que aquellos naví­os vení­an por la costa, acudieron allí­, con los cuales él habló con sus intérpretes y sacó una mesa en que puso ciertas preseas, haciéndoles entender cómo vení­an a rescatar y a ser sus amigos; y como esto vieron y entendieron los indios comenzaron a traer piezas de ropa y algunas joyas de oro, las cuales rescataron con el dicho capitín, y desde allí­ despachó y envió el dicho capitín Grijalba a Diego Velízquez, la una de las dichas carabelas con todo lo que hasta entonces habí­a rescatado; y partida la dicha carabela para la isla Fernandina a donde estaba Diego Velízquez, se fue el dicho capitín Grijalba por la costa abajo con los naví­os que le quedaron y anduvo por ella hasta cuarenta y cinco leguas sin saltar en tierra ni ver cosa alguna, excepto aquello que desde la mar se parecí­a, y desde allí­ se comenzó a volver para la isla Fernandina, y nunca mas vio cosa alguna de aquella tierra que de contar fuese, por lo cual vuestras reales altezas pueden creer que todas las relaciones que de esta tierra se les han hecho no han podido ser ciertas, pues no supieron los secretos de ellas mís de lo que por sus voluntades han querido escribir.
Llegado a la isla Fernandina el dicho naví­o que el capitín Juan de Grijalba habí­a despachado de la bahí­a de San Juan, como Diego Velízquez vio el oro que llevaba y supo por las cartas que Grijalba le escribí­a, las ropas y preseas que por ellas habí­an dado con rescate, parecióle que se habí­a rescatado poco, según las nuevas que le daban los que en la dicha carabela habí­an ido y el deseo que él tení­a de haber oro, y publicaba que no habí­a ahorrado la costa que habí­a hecho en la dicha armada, y que le pesaba y mostraba sentimiento por lo poco que el capitín Grijalba en esta tierra habí­a hecho. En verdad no tení­a mucha razón, porque los gastos que él hizo en la dicha armada se le ahorraron con ciertas botas y toneles de vino y con ciertas cajas y de camisas de presillas y con cierto rescate de cuentas que envió en la dicha armada, porque ací se nos vendió el vino a cuatro pesos de oro, que son dos mil maravedí­s la arroba, y la camisa de presilla se nos vendió a dos pesos de oro, y el mazo de cuentas verdes a dos pesos, por manera que ahorró con esto todo el gasto de la armada y aún ganó dineros, y hacemos de esto tan particular relación a vuestras majestades porque sepan que las armadas que hasta aquí­ ha hecho el Diego Velízquez han sido tanto de trato de mercaderí­as como de armador, y con nuestras personas y gastos de nuestras haciendas; y aunque hemos padecido infinitos trabajos, hemos servido a vuestras reales altezas y serviremos hasta tanto que la vida nos dure.
Estando el dicho Diego Velízquez con este enojo del poco oro que le habí­an llevado, teniendo deseo de haber mís, acordó sin lo decir ni hacer saber a los padres gobernadores Jerónimos, de hacer una armada, y volver a enviar a buscar al dicho capitín Juan de Grijalba su pariente. Y para hacerlo a menos costa suya, habló con Fernando Cortés, vecino y alcalde de la ciudad de Santiago por vuestras majestades, y dí­jole que armaran ambos a dos hasta ocho o diez naví­os, porque a la sazón el dicho Fernando Cortés tení­a mejor aparejo que otra persona alguna de la dicha isla, por tener entonces tres naví­os suyos propios y dineros para poder gastar, y porque era bien quisto en la dicha isla. Y que con él se creí­a que querrí­a venir mucha mís gente que con otro, como vino. Y visto por el dicho Fernando Cortés lo que Diego Velízquez le decí­a, movido con celo de servir a vuestras reales altezas, propuso de gastar todo cuanto tení­a en hacer aquella armada, casi las dos partes de ella a su costa, así­ en naví­os como en bastimentos, de mís y allende de repartir sus dineros por las personas que habí­an de ir en la dicha armada, que tení­an necesidad para proveerse de cosas necesarias para el viaje.
Hecha y ordenada la dicha armada, nombró en nombre de vuestras majestades, el dicho Diego Velízquez al dicho Fernando Cortés, por capitín de ella, para que viniese a esta tierra a rescatar y hacer lo que Grijalba no habí­a hecho, y todo el concierto de la dicha armada se hizo a voluntad del Diego Velízquez, aunque no puso ni gastó él mís de la tercia parte de ella, según vuestras reales altezas podrín mandar ver por las instrucciones y poder que el dicho Fernando Cortés recibió de Diego Velízquez en nombre de vuestras majestades, las cuales enviamos ahora con estos nuestros procuradores a vuestras altezas. Y sepan vuestras majestades que la mayor parte de la dicha tercia parte que el dicho Diego Velízquez gastó en hacer la dicha armada fue en emplear sus dineros en vinos y en ropas y en otras cosas de poco valor para nos lo vender ací en mucha mís cantidad de lo que a él le costó, por manera que podemos decir que entre nosotros los españoles, vasallos de vuestras reales altezas, hace Diego Velízquez su rescate y granjea sus dineros cobríndolos muy bien.
Acabada de hacer la dicha armada, se partió de la dicha isla Fernandina el dicho capitín de vuestras reales altezas, Fernando Cortés, para seguir su viaje con diez carabelas y cuatrocientos hombres de guerra, entre los cuales vinieron muchos caballeros e hidalgos y dieciséis de caballo. Y prosiguiendo el viaje, a la primera tierra que llegaron fue a la isla Cozumel, que ahora se dice de Santa Cruz, como arriba hemos dicho, en el puerto de San Juan de Porta Latina, y saltando en tierra se halló el pueblo que allí­ hay despoblado sin gente, como si nunca hubiera sido habitado de persona alguna. Y deseando el dicho capitín Fernando Cortés saber cuíl era la causa de estar despoblado aquel lugar, hizo salir a la gente de los naví­os y aposentíronse en aquel pueblo; y estando allí­ con su gente, supo de tres indios que se tomaron en una canoa en la mar, que se pasaban a la isla de Yucatín, que los caciques de aquella isla, visto cómo los españoles habí­an aportado allí­, habí­an dejado los pueblos, y con todos sus indios se habí­an ido a los montes por temor de los españoles, por no saber con qué intención y voluntad vení­an con aquellas naos. Y el dicho Fernando Cortés hablíndoles por medio de una lengua o faraute que llevaba, les dijo que no iban a hacerles mal ni daño alguno, sino para amonestarles y atraer para que viniesen en conocimiento de nuestra santa fe católica y para que fueran vasallos de vuestras majestades y les sirviesen y obedeciesen como lo hacen todos los indios y gente de estas partes que estín pobladas de españoles, vasallos de vuestras reales altezas, aseguríndoles el dicho capitín por esta manera, perdieron mucha parte del temor que tení­an y dijeron que ellos querí­an ir a llamar a los caciques que estaban la tierra adentro en los montes, y luego el dicho capitín les dio una su carta para que los dichos caciques vinieran seguros. Y así­ se fueron con ella díndoles el capitín término de cinco dí­as para volver, pues como el capitín estuviese allí­ aguardando la respuesta que los dichos indios le habí­an de traer, y hubiesen ya pasado otros tres o cuatro dí­as mís de los cinco que llevaron de licencia, y viese que no vení­an, determinó porque aquella isla no se despoblase de enviar por la costa de ella otra gente.
Y envió dos capitanes con hasta cien hombres, y mandóles que el uno fuese a una punta de la isla, y el otro a la otra, y que hablasen a los caciques que topasen y les dijesen cómo él los estaba esperando en aquel pueblo y puerto de San Juan de Porta Latina para hablarles de parte de vuestras majestades, y que les rogasen y atrajesen como mejor pudiesen para que quisiesen venir al dicho puerto de San Juan, y que no les hiciesen mal alguno en sus personas ni casas ni haciendas, porque no se alterasen ni alejasen mís de lo que estaban. Y fueron los dichos dos capitanes como el capitín Fernando Cortés los mandó; y volviendo de allí­ a cuatro dí­as dijeron que todos los pueblos que habí­an topado estaban vací­os, y trajeron consigo hasta diez o doce personas que pudieron haber, entre los cuales vení­a un indio principal al que les habló el dicho capitín Fernando Cortés de parte de vuestras altezas con la lengua e intérprete que traí­a, y le dijo que fueran a llamar a los otros caciques porque él no se habí­a de partir en ninguna manera de esa dicha isla sin verlos y hablarlos; y dijo que así­ lo harí­a y así­ se partió con su carta para los otros caciques, y de allí­ a dos dí­as vino con él el principal y le dijo que era señor de la isla y que vení­a a ver qué era lo que querí­a.
El capitín le habló con el intérprete y le dijo que él no querí­a ni vení­a a hacerles mal alguno, sino a decirles que viniesen al conocimiento de nuestra santa fe y que supieran que tení­amos por señores a los mayores prí­ncipes del mundo, y que éstos obedecí­an a un mayor prí­ncipe que él, y que lo que el dicho capitín Fernando Cortés les dijo que querí­a de ellos, no era otra cosa sino que los caciques e indios de aquella isla obedecieran también a vuestras altezas, y que haciéndolo así­, serí­an muy favorecidos, y que haciendo esto no habrí­a quien los enojase. Y el dicho cacique respondió que era contento de hacerlo así­, y envió luego a llamar a todos los principales de la dicha isla, los cuales vinieron, y venidos holgaron mucho de todo lo que el dicho capitín Fernando Cortés habí­a hablado a aquel cacique, señor de la isla. Y así­ los mandó volver y volvieron muy contentos, y en tanta manera se aseguraron que de allí­ a pocos dí­as estaban los pueblos tan llenos de gente y tan poblados como antes, y andaban entre nosotros todos aquellos indios con tan poco temor, como si mucho tiempo hubieran tenido conversación con nosotros.
En este medio tiempo supo el capitín que unos españoles estaban siete años cautivos en el Yucatín, en poder de ciertos caciques, los cuales se habí­an perdido en una carabela que dio al través en los bajos de Jamaica, la cual vení­a de Tierra Firme, y que en ellos se escaparon en una barca de aquella carabela saliendo a aquella tierra, y desde entonces los tení­an allí­ cautivos y presos los indios, y también traí­a aviso de ello el dicho capitín Fernando Cortés, cuando partió de la dicha isla Fernandina para saber de estos españoles y como aquí­ supo nuevas de ellos y la tierra donde estaban, le pareció que harí­a mucho servicio a Dios y a vuestra majestad en trabajar que saliesen de la prisión y cautiverio en que estaban, y luego quisiera ir con toda la flota con su persona a redimirlos, si no fuera porque los pilotos le dijeron que en ninguna manera lo hiciese, porque serí­a causa de que la flota y gente que en ella iba se perdiese, a causa de ser la costa muy brava como lo es, y no haber en ella puerto ni parte donde pudiese surgir con los dichos naví­os; y por esto lo dejó y proveyó luego con enviar con ciertos indios en una canoa, los cuales le habí­an dicho que sabí­an quién era el cacique con quien los dichos españoles estaban, y les escribió como si él dejaba de ir en persona con su armada para librarlos, no era sino por ser mala y brava la costa para surgir, pero que les rogaba que trabajasen de soltarse y huir en algunas canoas, y que ellos les esperarí­an allí­ en la isla de Santa Cruz.
Tres dí­as después que el dicho capitín despachó a aquellos indios con sus cartas, no le pareciendo que estaba muy satisfecho, creyendo que aquellos indios no lo sabrí­an hacer tan bien como él lo deseaba, acordó el enviar, y envió, dos bergantines y un batel con cuarenta españoles de su armada a la dicha costa para que tomasen y recogiesen a los españoles cautivos si allí­ acudiesen, y envió con ellos otros tres indios para que saltasen en tierra y fuesen a buscar y llamar a los españoles presos con otra carta suya, y llegados estos dos bergantines y batel a la costa donde iban, echaron a tierra los tres indios, y enviíronlos a buscar a los españoles, como el capitín les habí­a mandado, y estuviéronlos esperando en la dicha costa seis dí­as con mucho trabajo, que casi se hubieran perdido y dado al través en la dicha costa por ser tan brava allí­ la mar según los pilotos habí­an dicho.
Y visto que no vení­an los españoles cautivos ni los indios que a buscarlos habí­an ido, acordaron volverse a donde el dicho capitín Fernando Cortés los estaba aguardando en la isla de Santa Cruz, y llegados a la isla, como el capitín supo el mal recado que traí­an, recibió mucha pena, y luego otro dí­a propuso embarcarse con toda determinación de ir y llegar a aquella tierra, aunque toda la flota se perdiese, y también por certificarse si era verdad lo que el capitín Juan de Grijalba habí­a enviado a decir a la isla Fernandina, diciendo que era burla que nunca a aquella costa habí­an llegado ni se habí­an perdido aquellos españoles que se decí­an estar cautivos.
Y estando en este propósito el capitín, embarcando ya toda la gente, que no faltaba de embarcarse salvo su persona con otros veinte españoles que con él estaban en tierra, y haciéndoles el tiempo muy bueno y conforme según a su propósito para salir del puerto, se levantó a deshora un viento contrario con unos aguaceros muy contrarios para salir, en tanta manera que los pilotos dijeron al capitín que no se embarcaran porque el tiempo era muy contrario para salir del puerto, y visto esto, el capitín mandó desembarcar toda la otra gente de la armada, y a otro dí­a a mediodí­a vieron venir a una canoa a la vela hacia la dicha isla. Y llegada donde nosotros estíbamos, vimos cómo vení­a en ella uno de los españoles cautivos que se llama Jerónimo de Aguilar, el cual nos contó la manera cómo se habí­a perdido y el tiempo que habí­a que estaba en aquel cautiverio, que es como arriba vuestras reales altezas hemos hecho relación. Y túvose entre nosotros aquella contrariedad de tiempo que sucedió de improviso, como es verdad, por muy gran misterio y milagro de Dios, por donde se cree que ninguna cosa se comienza que en servicio de vuestras majestades sea que pueda suceder sino en bien. De este Jerónimo de Aguilar fuimos informados que los otros españoles que con él se perdieron en aquella carabela que dio al través, estaban muy derramados por la tierra, la cual nos dijo que era muy grande, y que era imposible recogerlos sin estar y gastar mucho tiempo en ello.
Pues como el capitín Fernando Cortés viese que se iban acabando los bastimentos de la armada, y que la gente padecerí­a mucha necesidad de hambre si dilatase y esperase allí­ el mal tiempo, y que no habrí­a efecto el propósito de su viaje, y determinó, con parecer de los que en su compañí­a vení­an, de partirse; y luego se partió dejando aquella isla de Cozumel, que ahora se llama de Santa Cruz, muy pací­fica, y en tanta manera, que si fuera para ser poblador de ella, pudieran con tanta voluntad los indios de ella comenzar luego a servir; y los caciques quedaron muy contentos y alegres por lo que de parte de vuestras reales altezas les habí­a dicho el capitín, y por les haber dado muchos ataví­os para sus personas; y tenemos por cierto que todos los españoles que de aquí­ adelante a la dicha isla vinieren, serín también recibidos como si a otra tierra de las que ha mucho tiempo que son pobladas llegasen. Es la dicha isla pequeña, y no hay en ella rí­o alguno ni arroyo, y toda el agua que los indios beben es de pozos, que en ella no hay otra cosa sino peñas y piedras y artabucos y montes, y la granjerí­a que los indios de ella tienen es colmenares, y nuestros procuradores llevan a vuestras altezas la muestra de miel y cera de los dichos colmenares para que la manden ver.
Sepan vuestras majestades que como el capitín reprendiese a los caciques de la dicha isla diciéndoles que no viviesen mís en la secta y gentilidad que tení­an, pidieron que les diesen ley en que viviesen de allí­ adelante, y el dicho capitín los informó lo mejor que él supo en la fe católica, y les dejó una cruz de palo puesta en una casa alta, y una imagen de nuestra señora la Virgen Marí­a, y les dio a entender muy cumplidamente lo que debí­an hacer para ser buenos cristianos; y ellos mostríronle que recibí­an todo de muy buena voluntad, y así­ quedaron muy alegres y contentos.
Partidos de esta isla, fuimos a Yucatín, y por la banda del norte corrimos la tierra adelante hasta llegar al rí­o grande que se dice de Grijalba, que es, según a vuestras reales altezas hicimos relación, adonde llegó el capitín Juan de Grijalba, pariente de Diego Velízquez. Es tan baja la entrada de aquel rí­o, que ningún naví­o de los grandes pudo en él entrar; mas como el dicho capitín Fernando Cortés estí tan inclinado al servicio de vuestra majestad y tenga voluntad de hacerles verdaderas relaciones de lo que en la tierra hay, propuso de no pasar mís adelante hasta saber el secreto de aquel rí­o y pueblos que en la ribera de él estín, por la gran fama que de riqueza se decí­a que tení­an, y así­ sacó toda la gente de su armada en los bergantines pequeños y en las barcas, y subimos por el dicho rí­o arriba hasta llegar a ver la tierra y pueblos de ella; y como llegísemos al primer pueblo hallamos la gente de los indios de él puesta a la orilla del agua, y el dicho capitín les habló con la lengua y faraute que llevíbamos y con el dicho Jerónimo Aguilar que habí­a, como dicho es de suso, estado cautivo en Yucatín, que entendí­a muy bien y hablaba la lengua de aquella tierra, y les hizo entender como él no vení­a a hacerles mal ni daño alguno, sino a hablarles de parte de vuestras majestades y que para esto les rogaba que nos dejasen y hubiesen por bien que saltísemos en tierra, porque no tení­amos donde dormir aquella noche sino en la mar en aquellos bergantines y barcas en las cuales no cabí­amos aún de pies, porque para volver a nuestros naví­os era muy tarde porque quedaban en alta mar. Oí­do esto por los indios, respondiéronle que hablase desde allí­ lo que quisiese, y que no tratase de saltar él ni su gente en tierra, sino que le defenderí­an la entrada. Y luego en diciendo esto comenzíronse a poner en orden para tirarnos flechas, amenazíndonos y diciendo que nos fuésemos de allí­; y por ser este dí­a muy tarde, que casi era ya que se querí­a poner el sol, acordó el capitín que nos fuésemos a unos arenales que estaban enfrente de aquel pueblo, y allí­ saltamos en tierra y dormidos toda la noche.
Otro dí­a de mañana vinieron a nosotros ciertos indios en una canoa y nos trajeron ciertas gallinas y un poco de maí­z que habrí­a para comer* hombres en una comida, y dijeronnos que tomísemos aquello y que nos fuésemos de su tierra; y el capitín les habló con los intérpretes que tení­amos, y les dio a entender que en ninguna manera él se habí­a de partir de aquella tierra hasta saber el secreto de ella, y que les tornaba a rogar que no recibiesen pena de ello ni le defendiesen la entrada en el dicho pueblo, pues que eran vasallos de vuestras reales altezas; y todaví­a respondieron diciendo que no tratísemos de entrar en el dicho pueblo, sino que nos fuésemos de su tierra, y así­ se fueron.
Después de idos, determinó el dicho capitín de ir allí, y mandó a un capitín de los que en su compañí­a estaban, que se fuese con doscientos hombres por un camino, que aquella noche que en tierra estuvimos se halló que iba a aquel pueblo; y el dicho capitín Fernando Cortés se embarcó hasta con ochenta hombres en las barcas y bergantines, y se fue a poner frontero del pueblo para saltar en tierra si le dejasen; y como llegó halló los indios puestos de guerra armados con sus arcos y flechas y lanzas y rodelas, diciéndonos que nos fuésemos de su tierra, si no querí­amos guerra que comenzísemos luego, porque ellos eran hombres Para defender su pueblo. Y después de haberles requerido el dicho capitín tres veces, y pedí­dolo por testimonio al escribano de vuestras reales altezas que consigo llevaba, diciéndoles que no querí­a guerra, viendo que la determinada voluntad de los dichos indios era resistirle que no saltase en tierra, y que comenzaban a flechar contra nosotros, mandó soltar los tiros de artillerí­a que llevaba, y que arremetiésemos a ellos, y soltados los tiros, al saltar, que la gente saltó en tierra, nos hirieron a algunos, pero finalmente con la prisa que les dimos y con la gente que por las espaldas les dio, de la nuestra que por el camino habí­a ido, huyeron y dejaron el pueblo, y así­ lo tomamos y nos aposentamos en la parte de él que mís fuerte nos pareció.
Y a otro dí­a siguiente, vinieron a hora de ví­speras dos indios de parte de los caciques y trajeron ciertas joyas de oro muy delgadas y de poco valor, y dijeron al capitín que ellos le traí­an aquello por que se fuese y les dejase su tierra como antes solí­an estar, y que no les hiciese mal ni daño; y el dicho capitín les respondió diciendo que a lo que pedí­an de no hacerles mal ni daño, que él era contento, y a lo de dejarles la tierra dijo que supiesen que de allí­ adelante habí­an de tener por señores a los mayores prí­ncipes del mundo y que habí­an de ser sus vasallos y les habí­an de servir, y que haciendo esto vuestras mercedes, y los favorecerí­an y ampararí­an y defenderí­an de sus enemigos. Y ellos respondieron que eran contentos de hacerlo así­, pero todaví­a le requerí­an que les dejase su tierra, y así­ quedamos todos amigos. Concertada esta amistad, les dijo el capitín que la gente española que allí­ estíbamos no tení­amos qué comer, ni lo habí­amos sacado de las naos, que les rogaba que el tiempo que allí­ en tierra estuviésemos nos trajesen de comer; y ellos respondieron que otro dí­a traerí­an y así­ se fueron y tardaron aquel dí­a y otro que no vinieron con ninguna comida, y de esta causa estíbamos todos con mucha necesidad de mantenimientos, y al tercer dí­a pidieron algunos españoles licencia al capitín para ir por las estancias de alrededor a buscar de comer, y como el capitín viese que los indios no vení­an como habí­an quedado, envió cuatro capitanes con mís de doscientos hombres a buscar a la redonda del pueblo si hallarí­an algo de comer, y andíndolo buscando toparon con muchos indios, y comenzaron luego a flecharlos en tal manera que hirieron a veinte españoles, y si no fuera hecho de presto saber el capitín para que los socorriese, como los socorrió, créese que mataran mís de la mitad de los cristianos; y así­ nos vinimos y retrajimos a nuestro real, y fueron curados los heridos, y descansaron los que habí­an peleado. Y viendo el capitín cuín mal los indios lo habí­an hecho, que en lugar de traernos de comer, como habí­an quedado, nos flechaban y hací­an guerra, mandó sacar diez caballos y yeguas de los que en las naos llevaban, y apercibir toda la gente, porque tení­a pensamiento que aquellos indios con el favor que el dí­a pasado habí­an tomado, vendrí­an a dar sobre nosotros al real con pensamiento de hacer daño; y estando así­ todos bien apercibidos, envió otro dí­a ciertos capitanes con trescientos hombres adonde el dí­a pasado habí­a habido la batalla, a saber si estaban allí­ los dichos indios o qué habí­a sido de ellos. Y al poco envió otros dos capitanes con la retaguardia con otros cien hombres y el dicho capitín Fernando Cortés se fue con los diez de a caballo encubiertamente por un lado.
Yendo, pues, en este orden, los delanteros toparon gran multitud de indios de guerra que vení­an todos a dar sobre nosotros en el real, y si por caso aquel dí­a no les hubiéramos salido a recibir al camino, pudiera ser que nos pusieran en harto trabajo. Y como el capitín de la artillerí­a que iba delante, hiciese ciertos requerimientos por ante escribano a los dichos indios de guerra que topó, díndoles a entender por los farautes y lenguas que allí­ iban con nosotros, que no querí­amos guerra sino paz y amor con ellos, no se curaron de responder con palabras sino con flechas muy espesas que comenzaron a tirar; y estando así­ peleando los delanteros con los indios, llegaron los dos capitanes de la retaguardia, y habiendo dos horas que estaban peleando todos con los indios, llegó el capitín Fernando Cortés con los de a caballo por una parte del monte por donde los indios comenzaron a cercar a los españoles a la redonda, y allí­ anduvo peleando con los dichos indios una hora, y era tanta la multitud de indios, que ni los que estaban peleando con la gente de a pie de los españoles veí­an a los de a caballo, ni sabí­a a qué parte andaban, ni los mismos de a caballo entrando y saliendo en los indios se veí­an unos a otros; mas de que los españoles sintieron a los de a caballo, arremetieron de golpe a ellos y luego fueron los susodichos indios puestos en huida y siguiendo media legua el alcance visto por el capitín cómo los indios iban huyendo y que no habí­a mís que hacer, y que su gente estaba muy cansada, mandó que todos se recogiesen a unas casas de unas estancias que allí­ habí­a, y después de recogidos se hallaron heridos veinte hombres, de los cuales ninguno murió, ni de los que hirieron el dí­a pasado.
Y así­ recogidos y curados los heridos nos volvimos al real y trajimos con nosotros dos indios que allí­ se tomaron, los cuales el dicho capitín mandó soltar,, y envió con ellos sus cartas a los caciques, diciéndoles que si quisiesen venir a donde él estaba, que les perdonarí­a el yerro que habí­an hecho y que serí­an sus amigos. Y este mismo dí­a en la tarde vinieron dos indios que parecí­an principales, y dijeron que a ellos les pesaba mucho de lo pasado, y que aquellos caciques les rogaban que les perdonasen, y que no les hiciesen mís daño de lo pasado, y que no les matase mís gente de la muerte, que fueron hasta doscientos veinte hombres los muertos, y que lo pasado fuese pasado, y que en adelante ellos querí­an ser vasallos de aquellos prí­ncipes que les decí­an, y que por tales se daban y tení­an, y que quedaban y se obligaban de servirles cada vez en nombre e vuestra majestad algo les mandasen; y así­ se asentaron y quedaron hechas las paces. Y preguntó el capitín a los dichos indios por el intérprete que tení­a, que qué gente era la que en la batalla se habí­a hallado, y respondiéronle que de ocho provincias se habí­an juntado los que allí­ habí­an venido, y que según la cuenta y copia que ellos tení­an, serí­an por todos cuarenta mil hombres, y que hasta aquel número sabí­an ellos muy bien contar. Crean vuestras reales altezas por cierto que esta batalla fue vencida mís por la voluntad de Dios que por nuestras fuerzas, porque para cuarenta mil hombres de guerra poca defensa fuera cuatrocientos que éramos nosotros.
Después de quedar todos muy amigos, nos dieron en cuatro o cinco dí­as que allí­ estuvimos hasta ciento cuarenta pesos de oro entre todas piezas, y tan delgadas y tenidas de ellos en tanto, que bien parece su tierra muy pobre de oro, porque de muy cierto se pensó que aquello poco que tení­an era traí­do de otras partes por rescate. La tierra es muy buena y muy abundante la comida, así­ de maí­z como de fruta, pescado y otras cosas que ellos comen. Estí asentado este pueblo en la ribera del susodicho rí­o por donde entramos, en un llano en el cual hay muchas estancias y labranzas de las que ellos usan y tienen. Reprendióseles el mal que hací­an en adorar í­dolos y dioses que ellos tienen, e hí­zoseles entender cómo habí­an de venir en conocimiento de nuestra santa fe, y quedóles una cruz de madera grande puesta en alto, y quedaron muy contentos y dijeron que la tendrí­an en mucha veneración y la adorarí­an, quedando los dichos indios de esta manera por nuestros amigos y por vasallos de vuestras reales altezas.
El dicho capitín Fernando Cortés se partió de allí­ prosiguiendo su viaje, y llegamos al puerto y bahí­a que se dice San Juan, que es adonde el susodicho capitín Juan de Grijalba hizo el rescate de que arriba a vuestra majestad estrecha relación hace. Luego que allí­ llegamos, los indios naturales de la tierra vinieron a saber qué carabelas eran aquellas que habí­an venido, y porque el dí­a que llegamos era muy tarde de casi noche, estúvose quedo el capitín en las carabelas y mandó que nadie saltase a tierra; y otro dí­a de mañana, saltó a tierra el dicho capitín, con mucha parte de la gente de su armada, y halló allí­ dos principales de los indios a los cuales dio ciertas preseas de vestir de su persona, y les habló con los intérpretes y lenguas que llevíbamos, díndoles a entender como él vení­a a estas partes por mandado de vuestras reales altezas a hablarles y decir lo que habí­an de hacer que a su servicio convení­a, y que para esto les rogaba que luego fuesen a su pueblo, y que llamasen al dicho cacique o caciques que allí­ hubiesen para que les viniese a hablar; y porque viniesen seguros, les dio para los caciques dos camisas, cintas de oro y dos jubones, uno de raso y otro de terciopelo, y sendas gorras de grana y sendos pares de zaragí¼elles, y así­ se fueron con estas joyas a los dichos caciques.
Y otro dí­a siguiente, poco antes de mediodí­a, vino un cacique con ellos de aquel pueblo, al cual el dicho capitín habló y le hizo entender con los farautes, que no vení­a a hacerles mal ni daño alguno, sino a hacerles saber cómo habí­an de ser vasallos de vuestras majestades y le habí­an de servir y dar lo que en su tierra tuviesen, como todos los que son así­ lo hacen; y respondió que él era muy contento de lo ser y obedecer, y que le plací­a de servirle y tener por señores a tan altos prí­ncipes, como el capitín le habí­a hecho entender que eran vuestras reales altezas. Y luego el capitín le dijo que pues tan buena voluntad mostraba a su rey y señor, que él verí­a las mercedes que vuestras majestades en adelante le harí­an. Diciéndole esto, le hizo vestir una camisa de holanda, un sayón de terciopelo y una cinta de oro, con lo cual el dicho cacique se fue muy contento y alegre, diciendo al capitín que él se querí­a ir a su tierra y que los esperísemos allí­, que otro dí­a volverí­a y traerí­a de lo que tuviese porque mís enteramente conociésemos la voluntad que del servicio de vuestras reales altezas tiene, y así­ se despidió y se fue. Y a otro dí­a adelante vino el dicho cacique como habí­a quedado, e hizo tender una manta blanca delante del capitín, y ofrecióle ciertas preciosas joyas de oro, poniéndolas sobre la manta, de las cuales, y de otras que después se hubieron y hacemos particular referencia a vuestras majestades en un memorial que nuestros procuradores llevan.
Después de haberse despedido de nosotros el dicho cacique y vuelto a su casa en mucha conformidad, como en esta armada venimos personas nobles, caballeros hijosdalgo, celosos del servicio de Nuestro Señor y de vuestras reales altezas y deseosos de ensalzar su corona real, de acrecentar sus señorí­os y de aumentar sus rentas, nos juntamos y platicamos con el dicho capitín Fernando Cortés, diciendo que esta tierra era buena, y que según la muestra de oro que aquel cacique habí­a traí­do, se creí­a que debí­a de ser muy rica, y que según las muestras que el dicho cacique habí­a dado, era de creer que él y todos sus indios nos tení­an muy buena voluntad; por tanto, que nos parecí­a que nos convení­a al servicio de vuestras majestades que en tal tierra se hiciese lo que Diego Velízquez habí­a mandado hacer al dicho capitín Fernando Cortés, y que era rescatar todo el oro que pudiese, y rescatado, volverse con todo ello a la isla Fernandina, para gozar solamente de ello el dicho Diego Velízquez y el dicho capitín, y que lo mejor que a todos nos parecí­a era que en nombre de vuestras reales altezas, se poblase y fundase allí­ un pueblo en que hubiese justicia, para que en esta tierra tuviesen señorí­o, como en sus reinos y señorí­os lo tienen, porque siendo esta tierra poblada de españoles, ademís de acrecentarlos reinos y señorí­os de vuestras majestades y sus rentas, nos podrí­an hacer mercedes a nosotros y a los pobladores que de mís allí viniesen adelante.
Y acordado esto nos juntamos todos, y acordes de un ínimo y voluntad, hicimos un requerimiento al dicho capitín en el cual dijimos, que pues él veí­a cuanto al servicio de vuestras majestades convení­a que esta tierra estuviese poblada, díndole las causas de que arriba a vuestras altezas se ha hecho relación, y le requerí­mos que luego cesase de hacer rescates de la manera que los vení­a a hacer, porque serí­a destruir la tierra en mucha manera, y vuestras majestades serí­an en ello muy deservidos, y que así­ mismo le pedí­amos y requerí­amos que luego nombrase para aquella villa que se habí­a por nosotros de hacer y fundar, alcaldes y regidores en nombre de vuestras reales altezas, con ciertas protestaciones en forma que contra él protestísemos si así­ no lo hiciese.
Y hecho este requerimiento al dicho capitín, dijo que al dí­a siguiente nos responderí­a, y viendo pues el dicho capitín cómo convení­a al servicio de vuestras reales altezas lo que le pedí­amos, luego otro dí­a nos respondió diciendo que su voluntad estaba mís inclinada al servicio de vuestras majestades que a otra cosa alguna, y que no mirando el interés que a él se le siguiera si prosiguiera en el rescate que traí­a presupuesto de rehacer, ni los grandes gastos que de su hacienda habí­a hecho en aquella armada junto con el dicho Diego Velízquez, antes posponiéndolo todo, le plací­a y era contento de hacer lo que por nosotros le era pedido, pues que tanto convení­a al servicio de vuestras reales altezas. Y luego comenzó con gran diligencia a poblar y a fundar una villa, a la cual puso por nombre la Rica Villa de la Veracruz, y nombrónos a los que la presente suscribimos, por alcaldes y regidores de la dicha villa, y en nombre de vuestras reales altezas recibió de nosotros el juramento y solemnidad que en tal caso se acostumbra y suele hacer.
Después de lo cual, otro dí­a siguiente entramos en nuestro cabildo y ayuntamiento, y estando así­ juntos enviamos a llamar al dicho capitín Fernando Cortés, y le pedimos en nombre de vuestras reales altezas que nos mostrasen los poderes e instrucciones que el dicho Diego Velízquez le habí­a dado para venir a estas partes, el cual envió luego por ellos y nos los mostró, y vistos y leí­dos y por nosotros bien examinados, según lo que pudimos mejor entender, hallamos a nuestro parecer que por los dichos poderes e instrucciones no tení­a mís poder el dicho capitín Fernando Cortés, y que por haber expirado ya no podrí­an usar de justicia ni capitín de allí­ en adelante.
Pareciéndonos, pues, muy excelentí­sirnos prí­ncipes, que para la pacificación y concordia de entre nosotros y para gobernarnos bien, convení­a poner una persona para su real servicio que estuviese en nombre de vuestras majestades en la dicha villa y en estas partes por justicia mayor y capitín y cabeza a quién todos acatísemos hasta hacer relación de ello a vuestras reales altezas para que en ello proveyese lo que mís servido fuesen, y visto que a ninguna persona se podrí­a dar mejor en dicho cargo que al dicho Fernando Cortés, porque ademís de ser persona tal cual para ello conviene, tiene muy gran celo y deseo del servicio de vuestras majestades, y asimismo por la mucha experiencia que de estas partes e islas tiene, a causa de los oficios reales y cargos que en ellas de vuestras reales altezas ha tenido, de los cuales ha siempre dado buena cuenta, y por haber gastado todo cuanto tení­a por venir como vino en esta armada en servicio de vuestras majestades, y por haber tenido en poco, como hemos hecho relación, todo lo que podí­a ganar e interese que se le podí­a seguir, si rescatara como tení­a concertado, le proveí­amos en nombre de vuestras reales altezas de justicia y alcalde mayor, del cual recibimos el juramento que en tal caso se requiere, y hecho como convení­a al Real servicio de vuestras majestades, lo recibimos en su real nombre en nuestro ayuntamiento y cabildo por justicia mayor y capitín de vuestras reales armas, y así­ estí y estarí hasta tanto que vuestras majestades provean lo que mís a su servicio convenga. Hemos querido hacer de todo esto relación a vuestras reales altezas, por que sepan lo que ací se ha hecho y el estado y manera en que quedamos.
Después de todo lo susodicho, estando todos ayuntados en nuestro cabildo, acordamos de escribir a vuestras majestades y enviarles todo el oro, plata y joyas que en esta tierra habemos habido, ademís y allende de la quinta parte que de sus rentas y derechos reales les pertenece, y que con todo ello, por ser lo primero, sin quedar cosa alguna en nuestro poder, sirviésemos a vuestras reales altezas mostrando en esto la mucha voluntad que a su servicio tenemos, como hasta aquí­ lo habemos hecho con nuestras personas y haciendas; y acordado por nosotros esto, elegimos por nuestros procuradores a Alonso Ferníndez Portocarrero y a Francisco de Montejo, los cuales enviamos a vuestra majestad con todo ello, y para que de nuestra parte besen sus reales manos, y en nuestro nombre y de esta villa y concejo, supliquen a vuestras reales altezas nos hagan merced de algunas cosas cumplideras al servicio de Dios y de vuestras majestades y al bien público y común de la dicha villa, según mís largamente llevan por las instrucciones que les dimos.
A los cuales humildemente suplicamos a vuestras majestades con todo el acatamiento que debemos, reciban y den sus reales manos para que de nuestra parte las besen, y todas las mercedes que en nombre de este concejo y nuestro, pidieren y suplicaren las concedan, porque ademís de hacer vuestra majestad servicio a Nuestro Señor en ello, esta villa y concejo recibiremos muy señalada merced, como de cada dí­a esperamos que vuestras reales altezas nos han de hacer.
En un capí­tulo de esta carta dijimos de suso que harí­a a vuestras reales altezas para que mejor vuestras majestades fuesen informados de las cosas de esta tierra y de la manera y riquezas de ella y de la gente que la posee, y de la ley o secta, ritos y ceremonias en que viven. En esta tierra, muy poderosos señores, donde ahora en nombre de vuestras majestades estamos, tiene cincuenta leguas de costa de una parte y de la otra de este pueblo. Por la costa del mar es toda llana, de muchos arenales, que en algunas partes duran dos leguas y mís. La tierra adentro y fuera de los dichos arenales, es tierra muy llana y de muy hermosas vegas y riberas en ellas, y tan hermosas que en toda España no pueden ser mejores, así­ de apacibles a la vista como de fructí­feras de cosas que en ellas siembran, y muy aparejadas y convenibles, y para andar por ellas y se apacentar toda manera de ganado.
Hay en esta tierra todo género de caza y animales y aves conforme a los de nuestra naturaleza, así­ como ciervos, corzos, gamos, lobos, zorros, perdices, palomas, tórtolas de dos o tres maneras, codornices, liebres, conejos, de manera que en aves y animales no hay diferencia de esta tierra a España, y hay leones y tigres. A cinco leguas de la mar por unas partes, y por otras a menos y por otras a mís, va una gran cordillera de sierras muy hermosas, y algunas de ellas son en gran manera muy altas, entre las cuales hay una que excede con mucha altura a todas las otras, y de ella se ve y descubre gran parte de la mar y de la tierra, y es tan alta que si el dí­a no es bien claro no se puede divisar ni ver lo alto de ella, porque de la mitad arriba estí todo cubierto de nubes, y algunas veces, cuando hace muy claro el dí­a, se ve por encima de las dichas nubes, lo alto de ella, y estí tan blanca que lo juzgamos por nieve, y aún los naturales de la tierra nos dicen que es nieve, mas porque no lo hemos bien visto, aunque hemos llegado muy cerca y por ser esta región tan cílida, no nos afirmamos si es nieve.
Trabajaremos de ver aquello y otras cosas de que tenemos noticias para que de ellas hacer ver a vuestras reales altezas verdadera relación de las riquezas de oro, plata y piedras. Y juzgamos lo que vuestras majestades podrín mandar juzgar según la muestra que de aquello a vuestras reales altezas enviamos. A nuestro parecer se debe creer que hay en esta tierra tanto cuanto en aquella donde se dice haber llevado Salomón el oro para el templo, mas como ha tan poco tiempo que en ella entramos, no hemos podido ver mís de hasta cinco leguas de tierra adentro de la costa de la mar, y hasta diez o doce leguas de largo de tierra por las costas de una o de otra parte que hemos andado desde que saltamos en tierra, aunque desde la mar mucho mís se parece y mucho mís hemos visto viniendo navegando.
La gente de esta tierra que habita desde la isla de Cozumel y punta de Yucatín hasta donde nosotros estamos, es una gente de mediana estatura, de cuerpos y gestos bien proporcionados, excepto que en cada provincia se diferencian ellos mismos los gestos, unos horadíndose las orejas y poniéndose en ellas muy grandes y feas cosas, y otros horadíndose las ternillas de las narices hasta la boca y poniéndose en ellas unas ruedas de piedras muy grandes que parecen espejos, y otros se horadan los bezos de la parte de abajo de los dientes, y cuelgan de ellos unas grandes ruedas de piedra o de oro tan pesadas que les hacen traer los bezos caí­dos y parecen muy disformes. Y los vestidos que traen, es como de almaizales muy pintados, y los hombres traen tapadas sus vergí¼enzas y encima del cuerpo unas mantas muy delgadas y pintadas a manera de alceles moriscos; y las mujeres y de la gente común traen unas mantas muy pintadas desde la cintura hasta los pies, y otras que les cubren las tetas, y todo lo demís traen descubierto. Y las mujeres principales andan vestidas de unas muy delgadas camisas de algodón muy grandes, labradas y hechas a manera de roquetes.
Los mantenimientos que tienen es maí­z y algunos ají­s como los de las otras islas, y patata yuca, así­ como la que comen en la isla de

Las Cartas de relación escritas por HERNAN CORTEZ....The relationship Letters written by Hernan Cortes

Posted by renegarcia on 19 Agosto, 2008 22:23

 

Hernín
Hernín Cortés

Las Cartas de relación escritas por Hernín Cortés, fueron dirigidas al emperador Carlos V. En estas cartas, Cortés describe su viaje a México, su llegada a Tenochtitlín, capital del imperio azteca, y algunos de los eventos que resultarí­an en la conquista de México.

Hernín Cortés era de linaje noble y estudió durante algún tiempo latí­n, gramítica y leyes en la Universidad de Salamanca, aunque sin graduarse, obtuvo los conocimientos y habilidades necesarias de buen escritor, sus cartas tienen verdadero valor literario e histórico, pues las descripciones en ellas plasmadas figuran en primer término de las crónicas de la conquista del Imperio Azteca.[1]

Así­ como otros españoles que describieron la gran ciudad de Tenochtitlín, Cortés describe éste lugar con un tono de asombro y de maravilla: La ubicación de la ciudad en medio de un lago rodeado de montañas, la arquitectura espléndida, y evidentemente la riqueza material.[2]

 

Antecedentes

Después de las expediciones de Francisco Herníndez de Córdoba, y Juan de Grijalva a las costas de Yucatín y litoral del Golfo de México, el gobernador de la isla Fernandina (Cuba), Diego Velízquez de Cuéllar pensó que podrí­a beneficiarse, ya que los últimos reportes de los expedicionarios indicaban riquezas en estos territorios.

Sus objetivos personales eran lograr independizarse del ímbito jurí­dico patrimonialista que le uní­a al Almirante Diego Colón, virrey gobernador de La Española mediante la obtención de tí­tulos legí­timos que lo nombraran «Adelantado» de estas nuevas tierras no conocidas por los españoles, pero para ello deberí­a de poblar y mantener presencia permanente en los nuevos territorios. En la segunda expedición (la de Grijalva) ya apuntaba este objetivo pues habí­a enviado al capellín Juan Dí­az, sin obtener el éxito deseado, era urgente el enví­o de la tercera expedición.

Para Velízquez el principal problema consistí­a en encontrar la persona adecuada para el mando de esta tercera expedición. El contador Amador de Lares y el secretario Andrés del Duero le sugirieron a Hernín Cortés, con quien firma capitulaciones el 23 de octubre de 1518. La redacción de estas capitulaciones la hizo Andrés del Duero y aunque eran plenamente favorables para Velízquez, Cortés no dudó en aceptarlas, porque el redactor habí­a introducido en ellas los incisos necesarios para que cupiese distintas interpretaciones.

El financiamiento de la expedición era compartido entre Velízquez (3 naví­os) y Cortés (7 naví­os), es decir se trataba de una expedición privada, organizada por dos socios y bajo la inspección de oficiales reales, pues deberí­an de acompañar al grupo un tesorero y un «veedor». Velízquez solo habí­a conseguido el tí­tulo de lugarteniente (sin poder romper el ví­nculo con el almirante Diego Colón) y Cortés era el Capitín General, delegado de Velízquez. Este hecho hací­a que Cortés pudiese perder su autoridad subdelegada en cualquier momento, ya fuera por orden de la Corona, el almirante Colón o Velízquez, ante este temor, Cortés planeó crearse otra jurisdicción que le desvinculase del gobernador de la isla y socio en la expedición.

Velízquez sospechaba de las intenciones de Cortés, pero antes de poder impedir la salida de la expedición, Cortés zarpó de la inmediaciones de la ciudad de Santiago anticipíndose a la fecha planeada.

La cartografí­a de las costas evidentemente no era conocida, incluso en los primeros dí­as de la expedición aún sin abandonar las costas de Cuba, los viajeros describí­an nuevos parajes de la isla, los cuales iban bautizando.

Como puede observarse en la lectura de las Cartas, Cortés creí­a que los territorios pertenecí­an al Yucatín.

Las Cartas de relación]

  • Primera carta de relación de la justicia y regimiento de la Rica Villa de la Vera Cruz a la reina doña Juana y al emperador Carlos V, su hijo, firmada el 10 de julio de 1519.
  • Segunda carta de relación de Hernín Cortés al emperador Carlos V, firmada en Segura de la Frontera el 30 de octubre de 1520.
  • Tercera carta de relación de Hernín Cortés al emperador Carlos V, firmada en Coyoacín el 15 de mayo de 1522.
  • Cuarta carta de relación de Hernín Cortés al emperador Carlos V, firmada en Tenochtitlín el 15 de octubre de 1524.
  • Quinta carta de relación de Hernín Cortés al emperador Carlos V, firmada en Tenochtitlín el 3 de septiembre de 1526

 

ARTICULO EN INGLES

Hernan Cortes
The relationship Letters written by Hernan Cortes, were addressed to the Emperor Charles V. In these letters, Cortez describes his trip to Mexico, his arrival in Tenochtitlan, the capital of the Aztec empire, and some of the events that would result in the conquest of Mexico.

Hernan Cortes was of noble lineage and studied for some time Latin, grammar and law at the University of Salamanca, albeit without graduating, he obtained the knowledge and skills necessary for good writer, his letters have real literary and historical value, because the descriptions in them embodied contained in the first instance of the chronicles of the conquest of the Aztec Empire. [1]

Like other Spaniards who described the great city of Tenochtitlan, Cortez describes this place with a tone of amazement and wonder: The city s location in the middle of a lake surrounded by mountains, magnificent architecture, and obviously material wealth. [ 2]

 


Background
After the expedition of Francisco Hernandez de Cordoba, Juan de Grijalva and the coast of Yucatan and the Gulf of Mexico coast, the governor of the island Fernandina (Cuba), Diego Velazquez de Cuellar thought they could benefit, since recent reports of the climbers showed riches in these territories.

His personal goals were to achieve independence from the legal field patrimonial who joined the Admiral Diego Columbus, governor of the Spanish viceroy by obtaining legitimate titles to the name Head of these new lands not known by the Spanish, but it should populate and maintain permanent presence in new territories. In the second issue (of the Grijalva) already pointed this goal since it had sent to the chaplain Juan Diaz, without obtaining the desired success, was the urgent dispatch of the third issue.

For Velazquez s main problem was to find the right person to command this third issue. The counter Amador Lares and the secretary Andres del Duero he suggested to Hernan Cortes, who signed with the capitulations October 23, 1518. The wording of these capitulations made Andres del Duero and though they were fully conducive to Velazquez, Cortes did not hesitate to accept, because the editor had introduced them in subparagraphs necessary for Cupid different interpretations.

Funding for the expedition was shared between Velazquez (3 ships) and Cortes (7 vessels), ie it was a private expedition, organized by two partners and under the inspection of official royal therefore should accompany the group and a treasurer a supplier . Velazquez had just achieved the title of lieutenant (without being able to break the link with admiral Diego Columbus) and Cortes was Captain-General representing Velazquez. This meant that Cortez could lose its authority Subdelegación at any time, either by order of the Crown, the admiral Columbus or Velazquez, before this fear, Cortez planned to set up another jurisdiction who split with the governor of the island and partner in the expedition .

Velazquez suspected the intentions of Cortes, but before they could prevent the departure of the expedition, Cortes sailed from the vicinity of the city of Santiago in anticipation of the planned date.

The mapping of coastal obviously was not known, even in the early days of the issue without even leaving the coasts of Cuba, travelers described new areas of the island, which iban baptizing.

As can be seen from reading the letters, Cortes believed that the territories belonged to the Yucatan.


The Letters of relationship]
First letter relationship of justice and regiment of Villa Rica de la Vera Cruz to Queen Juana and the Emperor Charles V, his son, signed on July 10, 1519.
Second letter relationship Hernan Cortes to Emperor Charles V signed in Segura de la Frontera on October 30, 1520.
Third letter relationship Hernan Cortes to Emperor Charles V signed in Coyoacín the May 15, 1522.
Fourth letter relationship Hernan Cortes to Emperor Charles V, Tenochtitlan signed at the October 15, 1524.
Fifth letter relationship Hernan Cortes to Emperor Charles V signed in Tenochtitlan the September 3, 1526

Investigadores del CSIC detectan un gen que protege al cerebro de la ansiedad y el estres.........Researchers at the CSIC identified a gene that protects the brain from anxiety and stress .

Posted by renegarcia on 19 Agosto, 2008 22:12

 




Un equipo de investigadores del Instituto Cajal de Madrid, pertenecientes al Consejo Superior de Investigaciones Cientí­ficas (CSIC), ha descubierto que el gen de la adrenomedulina protege al cerebro de la ansiedad y el estrés, según aparece publicado esta semana en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias estadounidense (PNAS).

Para ello, se llevó a cabo un estudio observacional en ratones en el que comprobaron que aquellos individuos a los que se habí­a suprimido este gen del sistema nervioso central se moví­an mís que sus hermanos normales, pero con una mala coordinación motora. Los animales modificados genéticamente tení­an mís ansiedad y presentaban movimientos estereotipados, caracterí­sticos del sí­ndrome obsesivo-compulsivo.

Los autores del estudio, dirigido por Alfredo Martí­nez, utilizaron una baterí­a de pruebas de comportamiento para entender el funcionamiento del cerebro de los ratones a los que les faltaba la adrenomedulina. Los resultados obtenidos indican que la ausencia de este gen hace que las neuronas de íreas concretas del cerebro tengan un citoesqueleto mís rí­gido, lo que tiene consecuencias perjudiciales en el comportamiento animal. Los animales que carecen de adrenomedulina cerebral son mucho mís sensibles a los agentes que dañan el cerebro.

Según Martí­nez, gracias a esta investigación se ha detectado que muchos de los defectos psicológicos observados en los ratones sin adrenomedulina se corrigen con la edad, de manera que en individuos de mís de seis meses --unos 30 años en humanos-- no se aprecian diferencias en animales con o sin el gen . Todo indica que tiene que haber un mecanismo de compensación dependiente de la edad responsable de esta normalización.

Los investigadores habí­an descrito con anterioridad que el cerebro en condiciones normales presenta niveles altos de adrenomedulina. Estos niveles aumentan en situaciones de daño cerebral. Los trabajos realizados hasta ahora por este equipo indican que la adrenomedulina es un factor que protege al cerebro tanto frente a las agresiones externas (isquemias, traumatismos, etc.), como a las internas (exceso de estrés y ansiedad).

En la actualidad, explicó el director de esta investigación, estín trabajando en la búsqueda de sustancias de aplicación farmacológica que puedan aumentar la acción de la adrenomedulina cerebral y, de ese modo, poder frenar el daño producido por el estrés y la ansiedad excesiva .

Tí‰CNICAS DE INGENIERíA GENí‰TICA

Los autores tuvieron que sofisticar para este trabajo las técnicas empleadas, dado que la eliminación completa del gen de la adrenomedulina en ratones provoca la muerte de los embriones a los 14 dí­as de vida intrauterina.

Para evitarlo, los investigadores eliminaron el gen del sistema nervioso central y lo dejaron intacto en el resto del organismo, lo que exigió la utilización de complejas técnicas de ingenierí­a genética.

 

ARTICULO EN INGLES

Researchers at the CSIC identified a gene that protects the brain from anxiety and stress 

A team of researchers at the Institute Cajal in Madrid, belonging to the Higher Council for Scientific Research (CSIC) has discovered that the gene for adrenomedulina protects the brain from anxiety and stress, as is published this week in the journal Proceedings the U.S. National Academy of Sciences (PNAS).

To this end, conducted a study in mice in which found that those individuals who had been deleted this gene central nervous system moved more than their normal brothers, but with a bad motor coordination. The genetically modified animals have had more anxiety and stereotyped movements characteristic of obsessive-compulsive syndrome.

The authors of the study, led by Alfredo Martinez, used a battery of behavioral tests to understand the functioning of the brain of the mice that lacked the adrenomedulina. The results indicate that the absence of this gene causes neurons in specific areas of the brain have a more rigid cytoskeleton, which has detrimental consequences in animal behavior. Animals that lack adrenomedulina brain are much more sensitive to agents that damage the brain.

According to Martinez, thanks to this research has found that many of the psychological defects observed in mice without adrenomedulina are corrected with age, so that individuals in over six months - some 30 years in humans - not appreciate differences in animals with or without the gene. Everything indicates that there must be a mechanism for compensation under the age responsible for this normalization.

Investigators had previously described the brain that normally had high levels of Adrenomedullin. These levels are increasing in situations of brain damage. The work done so far by this team indicate that Adrenomedullin is a factor that both protects the brain against external attack (ischemia, trauma, etc.). As the internal (excessive stress and anxiety).

At present, explained the director of this research, are working in seeking implementation of pharmacological substances that can enhance the action of the brain Adrenomedullin and, thus, may slow the damage caused by excessive stress and anxiety .

Genetic engineering techniques

The authors had to work for this sophisticated techniques employed, as the complete elimination of the Adrenomedullin gene in mice kills the embryos at 14 days of intrauterine life.

To avoid this, researchers removed the gene of central nervous system and left him intact in the rest of the body, requiring the use of sophisticated genetic engineering techniques.


 

Una rana con garras ocultas bajo la piel....A frog with claws hidden under the skin

Posted by renegarcia on 19 Agosto, 2008 22:08

 

Este mecanismo de defensa inusual ha sido descrito en un estudio por David C. Blackburn, James Hanken, y Farish A. Jenkins, Jr., de la Universidad de Harvard.

Es sorprendente de por sí­ encontrar una rana con garras. Pero, el hecho de que, para poder actuar, estas garras tengan que cortar la piel de las patas de las propietarias es aún mís sorprendente. Que se sepa, se trata de las únicas garras de vertebrados que perforan tejido del propio cuerpo para poder desplegarse de un modo funcional.

Blackburn supo primeramente de las ranas con garras mientras dirigí­a un trabajo de campo en Camerún, ífrica central. Cuando atrapó una de estas ranas del tamaño de un puño, ella sacudió sus patas traseras con violencia, arañíndole y haciéndole sangrar.

De regreso a Estados Unidos, Blackburn examinó especí­menes de museo de 63 especies de ranas africanas. Se percató de que en 11 de las especies (todas pertenecientes a los géneros Astylosternus, Trichobatracus, y Scotobleps, los tres nativos del ífrica Central), los huesos al final de sus pies eran puntiagudos y en forma de garfio, con huesos flotantes mís pequeños, en sus extremos. Finalmente logró determinar que estos pequeños nódulos en los extremos de los pies de las ranas estín conectados al resto del pie por una funda rica en colígeno.

Rana
Rana de la especie Astylosternus perreti. (Foto: David C. Blackburn)

 

 

 

 

 

 

 

 

Estos nódulos también estín estrechamente conectados a la piel circundante por densas redes de colígeno. Parece ser que sostienen la piel en su sitio con respecto a estos huesos-garras, de manera que cuando la rana flexiona cierto músculo especí­fico en el pie, los afilados huesos se separan de los nódulos y emergen a través de la piel.

Pero estas estructuras como garras no son garras convencionales. Son puramente huesos, sin la funda de queratina que normalmente envuelve a las garras de los vertebrados. Y a diferencia de las garras que se retraen a una estructura especializada en los pies del animal, como sucede en los gatos, el lugar de donde emergen estos huesos de las ranas parece estar cubierto de piel ordinaria.

Blackburn planea estudiar especí­menes vivos de las ranas para determinar si la retracción de estos huesos hacia el cuerpo, una vez que ya no son necesarios, es un proceso activo o pasivo, y cómo se regenera la piel después de que estas garras han sido desplegadas.

ARTICULO EN INGLES

A frog with claws hidden under the skin

 This unusual defense mechanism has been described in a study by David C. Blackburn, James Hanke, and Farish A. Jenkins, Jr.., From Harvard University.

 
It is surprising in itself found a frog with claws. But the fact that, in order to act, they have claws that cut the skin from the legs of the owners is even more surprising. As far as is known, this is the only vertebrate claws that drilled body s own tissue in order to deploy a functional way.

Blackburn first learned of frogs with claws while heading a fieldwork in Cameroon, Central Africa. When caught one of these frogs the size of a fist, shook her hind legs with their violence, spiders and making him bleed.

Returning to the United States, Blackburn considered museum specimens of 63 species of frogs in Africa. It found that in 11 species (all belonging to the genera Astylosternus, Trichobatracus and Scotobleps, the three natives of Central Africa), bone at the bottom of his feet were pointed and shaped hook, with smaller bones floating , In their extremes. Finally managed to determine that these small nodules on the ends of the feet of frogs are connected to the rest of the foot by a sleeve rich in collagen.

 
Frog species Astylosternus perreti. (Photo by David C. Blackburn)
These nodules are also closely connected to the surrounding skin by dense networks of collagen. It appears that hold the skin in place regarding these bone-claws, so that when the frog flexiona a specific muscle in his foot, sharp bones are separated from nodules and emerge through the skin.

But these structures as claws are not conventional claws. They are purely bones, without the sleeve of keratin that usually envelops the clutches of vertebrates. And unlike the claws to be delayed to a specialized structure in the animal s feet, like cats, where they emerge from these bones frogs appear to be covered with skin of hands.

Blackburn plans to study live specimens of frogs to determine whether the retraction of these bones into the body, once they are no longer required, is an active or passive, and how it regenerates the skin after these claws have been deployed.

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