NO PODEMOS DARNOS EL LUJO DE FRACASAR. . . ANALISIS DE CASO

Posted by renegarcia on 27 Diciembre, 2006 22:34

«NO PUEDO DARME EL LUJO DE FRACASAR»

 

Pasaron treinta y dos años de intentos frustrados antes de que el primer alpinista lograra escalar «el techo del mundo», el monte Everest. Irónicamente, hoy esa hazaña es tan común y corriente que ha dejado de considerarse noticiosa. A una altura de 8.848 metros, la nieve jamís se derrite en la cumbre del Everest, donde el viento llega a soplar a mís de trescientos kilómetros por hora.

El primero en hacer el intento, por lo menos el primero del que tengamos conocimiento, fue el britínico Jorge Mallory, en 1921. No serí­a esa la única vez que Mallory intentarí­a coronar la montaña mís alta del mundo. Pero su tercer intento el 8 de junio de 1924 serí­a el último que harí­a, pues de ese ascenso no volverí­a a bajar. La montaña habí­a triunfado. Ni siquiera se halló el cuerpo de aquel pionero del alpinismo moderno sino hasta después de setenta y cinco años, en la expedición dirigida en 1999 por el veterano alpinista Eric Simonson.

Sin embargo, los amigos de Mallory no se dieron por vencidos. Al contrario, volvieron a contemplar aquel ominoso panorama vertical y declararon: «Monte Everest, nos venciste la primera vez. Nos venciste la segunda vez. Y nos venciste la tercera vez. ¡Pero ten por seguro que algún dí­a te venceremos porque tú no puedes crecer, y nosotros sí­ podemos!»

Hubo diez intentos mís que fracasaron y resultaron en la muerte de otros trece alpinistas. Pero al fin, el 29 de mayo de 1953, el neozelandés Edmund Hillary y su guí­a, el tibetano Tenzing Norgay, vencieron todos los obstículos y conquistaron la montaña. A Hillary se le trató como héroe del imperio britínico, y por su hazaña la reina Isabel lo premió concediéndole el tí­tulo de

sir. A Norgay, acertadamente apodado «el tigre de los nevados», se le trató como sí­mbolo de orgullo nacional de tres paí­ses distintos —Nepal, Tí­bet y la India—, y se le otorgó la Estrella de Nepal, que es el honor mís grande que confiere su paí­s. 1

Aquí­ nos viene como anillo al dedo un dicho, que dice: «La única vez que no puedo darme el lujo de fracasar es la última vez que hago el intento.»

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