«A FALTA DEL CALOR DE MADRE»....ANALISIS DE CASO.

Posted by renegarcia on 29 Noviembre, 2007 14:50

«A FALTA DEL CALOR DE MADRE»


La Sierra Nevada de California quedó cubierta por un frí­o manto de nubes. Cayó la noche con ventiscas y algunos copos de nieve. Y el pequeño Justino Pasero, de apenas tres años de edad, se acurrucó para dormir.

No tení­a calor de madre ni de padre. No tení­a calor de hogar. No tení­a calor de frazadas. Pero durmió toda esa noche sin despertar ni una sola vez.

¿Cómo logró dormir con tanto frí­o? Su perro, Sheena, se echó sobre el niño, y aunque estaban a la intemperie, y caí­a la nieve, el niño sobrevivió con el calor de su perro. Lo encontraron a la mañana siguiente, después de catorce horas extraviado, feliz y saludable. «A falta del calor de madre —dijo alguien—, bueno es el calor de perro.»

Si hay una frase hermosa y acogedora, es «calor de hogar». ¿Quién no se identifica con ella? ¿A quién no le gusta el calor de la cocina, el calor de madre, el calor de familia, el calor de esposo, el calor de esposa?

Ese niño estuvo catorce horas perdido en la Sierra Nevada de California, soportando temperaturas bajo cero. Pero tení­a consigo a su perro, Sheena. El perro fue su salvación. No murió porque lo cubrió el calor de su lanudo perro.

¡Cuíntos hay en el mundo que no tienen ni siquiera el calor de un perro! Cuíntos niños hay que no conocen el calor de la sopa caliente; ni el calor de la caricia paterna; ni el calor del beso materno; ni el calor de hermanos y hermanas; ni el calor del albergue familiar, el sitio mís dulce que hay bajo el cielo.

Hace algún tiempo un periódico, vocero muchas veces de actos de desamparo y abandono, trajo la noticia de un bebé recién nacido, con el cordón umbilical aún adherido, que fue dejado a la puerta de la casa de una anciana. Hubo un toque a su puerta y, cuando fue a ver quién era, vio que un vehí­culo salí­a a toda velocidad, y a su puerta estaba la criaturita.

Un niño abandonado por sus padres es la estampa mís triste que se puede concebir. Es la imagen misma del desamparo, de la frialdad, del abandono y de la dejadez. No puede haber nada que cause mís dolor y tristeza.

Si es cierto que algunos padres abandonan a sus hijos, no seamos como ellos. Miremos a nuestros hijos con ternura. En nombre de Cristo démosles calor: calor de hogar, calor de padres y calor espiritual. Así­ como Dios es nuestro único refugio, nosotros como padres somos el único refugio de nuestros hijos. ¡Cuidémoslos!

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