EL CORAZÓN QUE NO QUERÍA MORIR...ANALISIS DE CASO

Posted by renegarcia on 24 Noviembre, 2007 15:20

EL CORAZí“N QUE NO QUERíA MORIR

Todo comenzó con un suicidio. Como en todo caso de suicidio, aunque se habí­a notado cierta melancolí­a en el joven, su muerte fue una sorpresa. No se dio a conocer su nombre, ni siquiera en Suiza, donde ocurrió. El joven tení­a veinticuatro años de edad.

Casi al mismo tiempo, otro hombre, de cuarenta y siete años de edad y enfermo del corazón, necesitaba con urgencia un trasplante. La familia del joven dio permiso para remover su corazón y trasplantarlo al enfermo. Pero éste, aunque el corazón seguí­a latiendo, también murió.

Entonces trasplantaron el mismo corazón a otro hombre, de cincuenta y ocho años de edad, y éste, también por razones ajenas al trasplante, sucumbió. El corazón del joven Suizo finalmente fue a parar en un cuarto paciente, un joven de veintidós años.

Por fin el corazón del joven suicida halló domicilio permanente. Después de un año del tercer trasplante, seguí­a latiendo normalmente.

Si hay algo que es extraordinario, es la ciencia de los trasplantes de corazón. Un trasplante a tiempo, si no hay otros elementos negativos que intervengan, prolonga la vida del enfermo cardiaco permitiéndole llevar una vida casi normal.

¿Qué dirí­a este corazón extraordinario si pudiera hablar? Ha latido dentro de cuatro hombres. Atribuyéndole al corazón, simbólicamente, las emociones que embargan al hombre, este corazón se habrí enterado de todos los pensamientos, sentimientos, ansiedades y alegrí­as de cada uno de esos hombres.

El apóstol Pablo dijo algo interesante: «¿Quién conoce los pensamientos del ser humano sino su propio espí­ritu que estí en él?» (1 Corintios 2:11). Es decir, ¿quién nos conoce mejor que nuestro propio corazón?

Nosotros podremos aparentar ser lo que no somos y fingir lo que no sentimos. Pero nuestro corazón no admite el engaño, pues sabe cuíles son nuestros sentimientos y cuíl es la verdadera calidad de nuestra alma.

Jesucristo pronunció las palabras que todos necesitamos oí­r: «Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verín a Dios» (Mateo 5:8). Ver a Dios es, literalmente, disfrutar para siempre de su presencia. Pero es también hallar la paz y la dicha que producen la pureza, la integridad y la transparencia.

Permitamos que Cristo entre a nuestra vida. Basta con que le supliquemos, de todo corazón, que sea nuestro Señor y Dueño. í‰l limpiarí nuestro ser y nos darí su divina paz.

Information and Links

Join the fray by commenting, tracking what others have to say, or linking to it from your blog.