LA INMORTALIDAD: ¿MITO O REALIDAD?

Posted by renegarcia on 01 Junio, 2007 23:16

LA INMORTALIDAD: ¿MITO O REALIDAD?

Era el año 1533. Francisco Pizarro, que habí­a iniciado la conquista con sólo 110 soldados a pie y 67 caballos, ahora marchaba hacia Cuzco al frente de un gran ejército. Se debí­a eso a que Manco Cípac, el nuevo emperador de los incas, habí­a unido sus fuerzas de miles de guerreros al puñado de conquistadores. No obstante, los jefes de su medio hermano Atahualpa no escatimaban esfuerzos por impedir el avance. De pronto, en el valle de Xaquixaguana, uno de sus mensajeros cayó en manos de Pizarro.

El fuego comenzó a lamerle las plantas de los pies al inca interrogado.

—¿Qué dice el mensaje que llevas?

El mensajero, acostumbrado a los trotes interminables a través de los vientos helados de la cordillera de los Andes y el calor abrasador del desierto, aulló pero mantuvo silencio. El oficio de chasqui lo habí­a habituado al dolor y a la fatiga. Así­ que aguantó todo el tormento que pudo, y soltó la lengua:

—Que los caballos no podrín subir las montañas.

—¿Qué mís?

—Que no hay que tener miedo. Que los caballos espantan, pero no hacen mal.

—¿Y qué mís?

Sus verdugos lo obligaron a pisar el fuego.

—¿Y qué mís?

Ya habí­a perdido los pies, y se aproximaba el momento en que habí­a de perder la vida, cuando por fin dijo:

—Que ustedes también mueren. 1

Aquel diílogo fatal que sostuvo la ví­ctima con sus verdugos se comprende mejor cuando se toma en cuenta el temor que se habí­a apoderado de los indí­genas andinos. Tení­an miedo del poder de esos extraños seres barbudos cuyas armas y caballos desconocí­an. ¡Tan extraños eran que algunos pensaban que el hombre y el caballo eran un solo ser! Tal vez fueran inmortales...

El que los incas descubrieran que los españoles eran simples mortales no contradecí­a la religión que éstos se proponí­an imponerles. El libro sagrado de los conquistadores decí­a —como aún dice— que «estí establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio». 2 Es decir, ¡ni siquiera contempla la reencarnación! Y uno de sus míximos apóstoles, San Pablo, ya habí­a afirmado que Dios pagarí­a a cada uno según lo que hubiera hecho. A los que perseveraran en las buenas obras, buscando gloria, honor e inmortalidad, les prometí­a vida eterna. Pero a los que por egoí­smo rechazaran la verdad para aferrarse a la maldad, les esperaba el gran castigo de Dios. 3

El colmo de la tragedia que suscitaron Pizarro y sus verdugos es que fueron ademís los culpables de que aquellos nobles incas no llegaran a conocer al verdadero Dios español. Por eso, sus ví­ctimas no pudieron clamar como el rey David: «¡Con tu mano, S eñor, sílvame de estos mortales que no tienen mís herencia que esta vida!» 4 De lo contrario, le hubieran pedido que los salvara, y í‰l les hubiera concedido la inmortalidad que acompaña a la vida eterna

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