«NO TE NECESITO, HIJO»
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El rÃÂo corrÃÂa raudo por el cañón de Colorado, y el pequeño bote se bamboleaba de lado a lado. A bordo del barquichuelo iban Rodolfo Ruiz, de cuarenta y cuatro años de edad, y su hijo Juan David, de catorce. En una de esas bamboleadas, Juan David agarró uno de los remos para ayudar a su padre a mantenerlos a flote, e impulsivamente el padre le dijo: «No te necesito, hijo. Dame ese remo.» Por milésima vez, el padre le decÃÂa lo mismo. No era desprecio. Es que Rodolfo Ruiz es uno de esos hombres que no quieren mostrarse necesitados. Es de los que se consideran autosuficientes. Pero no bien dijo la consabida frase, el pequeño bote fue arrojado contra un puente. Rodolfo quedó enlazado en una fuerte cuerda medio debajo del bote y medio contra el puente. No habÃÂa a quién pedirle auxilio. Juan David, el hijo, logró subir al puente, desde donde comenzó una lucha de varias horas. El heroico muchacho, zambulléndose una y otra vez bajo la corriente, fue deshilachando, con uñas y dientes, la cuerda que tenÃÂa aprisionado a su padre. Los dos quedaron exhaustos al mÃs no poder, pero al fin el hijo logró librar a su padre. Éste, cuando pudo hablar, dijo: «Perdóname, hijo; sàte necesito.» Hay muchos que, al igual que Rodolfo Ruiz, piensan que no necesitan a nadie. No quieren mostrar ninguna debilidad. Pero en medio de su autosuficiencia, siempre habrà un momento en que tendrÃn necesidad de alguien. Serà el padre que necesita al hijo. Serà el esposo que necesita a la esposa. Serà el joven que necesita al anciano. O serÃ, simplemente, el amigo que necesita al amigo. La vida tiene su manera de obligarnos a deponer orgullos, bajar la cabeza, hacer a un lado la vanidad, y admitir: «Te necesito.» Ese mismo orgullo es el que no nos deja encontrar a Dios. Sabemos que no nos està yendo bien. Tenemos problemas en el trabajo. Nuestros hijos no nos muestran respeto. Nuestro matrimonio se està desmoronando. El alcohol comienza a destruirnos, y sin embargo no queremos buscar a Dios. Nuestro orgullo nos impide pedirle ayuda, y sin Dios en nuestra vida, todo se viene abajo. Es tiempo ya que en humildad digamos: «Señor mi Dios, te necesito. Por favor, ayúdame.» El momento en que depongamos nuestro orgullo, el momento en que declaremos nuestra insuficiencia, el momento en que busquemos a Dios, Él estarà a nuestro lado. Invitémoslo a que entre en nuestro corazón. Él cambiarà nuestra derrota en victoria. Él nos darà una nueva vida. Y Él sólo espera que lo invitemos. AbrÃmosle nuestro corazón. |
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