10 ANECDOTAS SALVADOREÑAS

Posted by renegarcia on 09 Septiembre, 2006 18:19

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Animados relatos acerca de sucesos ocurridos en la guerra de las 100 horas con Honduras encontrara en las siguientes anécdotas, salvadoreñas, en las cuales se destaca la valentí­a de nuestros soldados, es un material muy interesante que debes tener y coleccionar.

 

Prof. René Vidal.

 

 

ANECDOTAS

 

ANí‰CDOTAS  DE LA GUERRA DE LAS 100 HORAS CON HONDURAS

 

Anécdotas salvadoreñas acerca de la guerra de 1969 con Honduras.

 La cual con un leguaje sencillo y claro narra en cada uno las vivencias que tuvieron nuestras tropas  los diferentes momentos vividos en el campo de batalla

 

 

 

 

 

FATAL ERROR DE GEOGRAFIA:

                        Después del reguero de un combate, los soldados del TON, tomaban un pequeño descanso. Aprovechando esa circunstancia y oyendo mugir una vaca, un soldado es   separado de sus compañeros en busca del rumiante con el fin de ordeñarla.

            Con ese objeto evitando ser controlado, se encaminó en dirección de donde procedí­a aquel mugido. Muy pronto dio con el cuadrúpedo. Pero cual no serí­a su sorpresa que ya habí­a alguien que se le habí­a adelantado y que estaba ordeñando a la famosa vaca. Se saludan. ¿Qué tal? Le dice el soldado al otro que estaba extrayendo aquel néctar delicioso. “Ya ves ordeñando esta vaca pues tengo hambre” le contesto el interpelado.

Como el lector muy bien sabe, el casco de los soldados tiene una parte donde se apoya la cabeza, el resto del casco puede ser utilizado para tomar agua o para otros menesteres como el que narramos. Cuando el ordeñador hubo terminado su operación, tomo su leche y le ofreció al “compañero”: querés, le dijo.

            El recién llegado tomo el casco con leche, y mientras tomaba no le apartaba el fusil al oferente. Cuando habí­a terminado, el soldado de nuestra anécdota le dijo al otro: “¿Mira y vos, de donde sos?”. “De Sonsonete” fue la respuesta.

            Mas da la casualidad que aquel soldado que se habí­a apartado de sus compañeros en pos de leche, era precisamente de Sonsonete. Al oí­r aquella respuesta, le volvió a preguntar: “ ¿Mira, y como se llama aquel balneario que queda allí­ en Izalco?”. “Chanmichen”, contesto el otro soldado.

            Al instante sonaron dos disparos. Quien habí­a mentido, caí­a al suelo ví­ctima de su ardid.

            Desde luego que nuestro soldado, intuyó que no era posible que nadie de sus compañeros podí­a habérsele adelantado a ordeñar a aquella vaca.  Sospechó que aquel que estaba fuera soldado hondureño, que desde luego, estaba asimismo armado. Para cerciorarse le pregunto el nombre del balneario de Izalco que se llama Atecozol y no Chanmichen.

            Cuando fue interrogado por el Comandante sobre aquel hecho, el soldado le contesto: Mi Coronel si Chanmichen queda en Zacatecoluca. Quiere decir que era hondureño y antes que me despachara a mi, lo hice yo.

            El comandante comprobó que efectivamente aquel soldado era hondureño.

 


 

SE HIZO EL MUERTO:

            El teniente Arévalo me narró la anécdota de un soldado de su sección cuando esta fue sorprendida por una patrulla hondureña. A Dios gracias allí­ cerca estaba un barranco y por él ordené a mis soldados que se lanzaran de inmediato. Así­ lo hicimos. Ya  protegidos abrimos fuego sobre la patrulla hondureña. Cuatro quedaron muertos y el resto huyó por las montañas. Cuando conté a los de mi sección, noté que me faltaba uno de ellos, manifiesta el Teniente Arévalo.

            Uno de mis soldados, continuó el oficial, me dijo que se trataba de fulano cuyo nombre se me ha olvidado. Lamentando estíbamos la muerte del soldado de mi sección cuando lo vimos aparecer muy tranquilo…

            Le interrogué sobre lo que le habí­a sucedido.

            Entonces, cuenta el oficial que le dijo el soldado: Mi teniente, cuando usted ordenó que nos lanzíramos al barranco, yo ya no pude y me tire al suelo y no me moví­â€¦ me hice el muerto.

 


 

MI FUSIL PRIMERO MI CORONEL:

            En esos dí­as de la guerra, siendo invierno, caí­an unas tormentas torrenciales en aquellas montañas de Honduras. Ademís, el frió era muy intenso.

            Por esas circunstancias, se les llevo a las tropas capas para guarecerse de la lluvia y del frió. Todos los soldados contaban con una de ellas. Estando en continua vigilancia, cuando no estaban en combate, sobre todo en la noche, era un gran riesgo dormir en tiendas de campaña. Por cuyo motivo, los soldados permanecí­an durante las noches cada quien en sus puestos. Cuando la lluvia torrencial, con truenos y rayos, caí­a, los valientes y sacrificados soldados no se moví­an de sus puestos, aguantando las inclemencias del tiempo.

            Pero lo mas sorprendente fue que ninguno de los soldados utilizaba la capa para cubrirse. Enterado el comandante, se acerco a uno de los soldados y medio enojado le interrogo: “¿Por qué no se guarece con la capa, soldado?” “Mi coronel, replico el interrogado, la lluvia no me mata; pero si me falla mi fusil en el momento del combate, entonces si me matan los enemigos”.

            Esto me lo narro el propio Comandante del 8º. Batallón, Coronel Claramount. El soldado, teme, me explicó, que mojado el fusil, pierda parte de su eficacia, por eso lo protegí­an mas que su salud misma.

 


 

LA EFECTIVIDAD DE UNA BUENA TRINCHERA EN LA DEFENSA:

            A las 01:25 horas del dí­a 13 de julio, el capitín Landaverde le telefonea al comandante del 8º. Batallón que estín detectando movimientos de tropas hondureñas. El coronel Claramount, comandante del batallón le contesta al capitín Landaverde que estén listos, y que absolutamente nadie dispare un solo tiro hasta no estar iluminado el campo con las granadas de iluminación. Terminada la comunicaron telefónica, el Comandante siguió conversando con otros Jefes de la Plana Mayor y uno del 1er. Batallón.

            Cinco minutos mís tarde suena nuevamente el teléfono. Otra vez Landaverde comunica que estí ya seguro de que tropas hondureñas se acercan sigilosamente hacia donde estín las tropas del 8º. Batallón.

            El capitín Landaverde, bastante impaciente le decí­a al comandante que calculaba que las tropas estaban ya mís o menos a unos doscientos metros. La respuesta del comandante fue mas o menos la misma.

            Seis minutos después… ¡Coronel! ¡Si usted no ordena lanzar las granadas de iluminación yo no se que hacer! ¡Ya sentimos los movimientos!. El Comandante: “Muy bien, Landaverde. Lance la primera granada de iluminación”. El capitín Landaverde, no espero mas y colgó. Los segundos se suceden con ansiedad cuando la tropa escucha que la granada habí­a sido disparada…  pronto se iluminarí­a el campo.

            Los soldados apretaban los dientes, mientras abrí­an los ojos cuanto podí­an para ver al enemigo. El G-3 estaba listo. De repente el campo se ilumino. Las tropas hondureñas estaban ya a menos de veinte metros. El silencio de la madrugada se rompió en mil pedazos. El 8º. Batallón habí­a entrado en acción. El enemigo habí­a sido sorprendido casi a boca de jarro, porque ignoraba la presencia de aquel batallón allí­. El ruido infernal que se produjo  al no mas estallar la granada luminosa es algo indescriptible.

            El 8º. Batallón bien atrincherado no se movió una tan sola pulgada mientras hizo retroceder al enemigo a sus posiciones, no sin antes haber dejado innumerables bajas en el campo de batalla. El combate duro cerca de dos horas. Los hondureños trataron por todos los medios posibles de defenderse, mas la sorpresa con que fueron atacados no les dio tiempo para tomar posiciones adecuadas.

            El sol del amanecer iluminaba los resultados trígicos para los hondureños. En cambio para los salvadoreños aví­a habido una sola baja: un herido en la pierna, nada mís. Y esto no es ninguna exageración debido a las circunstancias mismas del combate: lo bien atrincheradas que estaban nuestras tropas y la sorpresa del enemigo.

 


 

EL ARDIR DE UN PILOTO SALVADOREí‘O:

            Contaba el Tercer Jefe de la Aviación hondureña, que el dí­a 15 de julio, cuando aviones corsarios salvadoreños atacaron el aeropuerto de Toncontin, el último de estos aviones fue perseguido por dos aviones corsarios los que, al darle alcance, lo ametrallaron.

            Entonces los pilotos hondureños que lo perseguí­an vieron que iba echando humo y que se precipitaba por aquellas montañas vecinas de Tegucigalpa. Los perseguidores dieron aviso inmediatamente a su base de que habí­an derribado al avión salvadoreño, mientras ellos regresaban.

            Fí­jense, decí­a el Jefe hondureño, que inmediatamente enviaron a localizar al avión con un helicóptero, y aquel avión nunca fue localizado. Investigando con los habitantes de aquella zona, informaron que efectivamente habí­an visto a un avión echando humo, que iba rasante, pero que después habí­a elevado el vuelo y se habí­a perdido en dirección a El Salvador.

 


 

LAS GUAYABAS Y LA MUERTE:

            En el sector del TON, cerca del Nueva Ocotepeque, abundan los “palos de guayabas”. Y como no siempre la guerra da tiempo para comer, muchos soldados al pasar cerca de uno de dichos írboles, no desperdiciaban la ocasión para comerse unas cuantas guayabas.

            Un soldado salvadoreño, no pudo resistir la tentación al ver un palo de guayaba que estaba cargado de dichas frutas, grandes y deliciosas. Y por las tales guayabas se habí­a desviado de su eje de avance. Tampoco le basto comerse aquellas que estaban al alcance de la mano, sino que se subió al írbol a cortar las mas grandes que estaban mas altas. Pensó llenarse primero, y luego llevar unas cuantas, por si las dudas…

            En su banquete estaba y ya se habí­a olvidado en lo que andaba, cuando vio un soldado que venia corriendo como alma que lleva el diablo, y quien al ver a aquel   que estaba en el írbol comiendo guayabas le grito: “Bíjate, bíjate, tonto, allí­ vienen esos malditos”.

            Y aquel todaví­a con la boca llena le replico: allí­ vienen quienes?” El que corrí­a sin volverse a verlo le contestó: “los salvadoreños, idiota, apurate”. Entonces aquel dejo las guayabas, le apunto y disparo sobre él: “ya no vienen sobre ti, vení­an,” le grito. El soldado hondureño allí­ quedo con un balazo en la nuca.

            Uno de los jefes me aseguro que efectivamente él habí­a visto al soldado hondureño con el balazo en la nuca, como a diez metros del palo.

(“LAS 100 HORAS, LA GUERRA DE LEGITIMA DEFENSA DE LA REPUBLICA DE EL SALVADOR”. Dr. Inf. José Luis Gonzílez Sabrí­an)

 


 

UN SOLDADO QUE VALE POR UN EJí‰RCITO.

Ahora pasamos a referir un caso “sui generis”, mís bien una rara anécdota algo truculenta. Se trata de la actitud y hechos de un soldado “guanaco” que cosa igual pocas veces habrín visto los siglos…

Dí­a y medio antes de la toma de San Marcos de Ocotepeque desapareció con todo su equipo el Soldado Manuel de Jesús Prado Bolaños, a quien llamaremos sólo Prado. Este soldado, de alta en la 2º. Compañí­a de la 1º. Brigada de Infanterí­a, habí­a llegado con el mayor José Rafael Fabiín, a las órdenes del general J. A. Medrano.

El mayor Fabiín investigó la desaparición de Prado y todo lo que pudo averiguar fue, que dicho individuo era malcriado y medio loco; indisciplinado aunque no haragín; amigo de contrariar, puesto que siempre, a pesar de recibir fuertes llamadas de atención de sus superiores, se complací­a en hacer todo lo contrario de lo normal, de lo correcto. Según aseguro un soldado, amigo de Prado, este habí­a expresado que ya estaba aburrido de recibir ordenes militares y que “preferí­a irse solo, a ver que tal” y que posteriormente escapo del tomado pueblo de Cololaca, en dirección a la adversaria Plaza de San marcos, que era el siguiente objetivo a conquistar, con su fusil automítico cargado.

Al siguiente dí­a, dos exploradores “chaneques” informaron que el soldado Prado habí­a entrado solo e imperturbable a San Marcos, sin ser detenido por los retenes hondureños. Por la similitud de uniformes verde olivo debieron suponer que Prado era uno de los suyos. Prado se dirigió a la casa-cuartel de la guarnición, situada frente al parque central de la población, donde en la puerta de la oficina del comandante estaba un sargento, a quien intimó:

-          ¡Rí­ndase, sargento! ¡Entrégueme su arma!

-          El sargento “catracho” le respondió airado:

-          ¡Eso nunca, “guanaco” loco!

-          A lo que Prado respondió con un disparo que lo tumbó sin vida.

 Al ruido se presento entonces el oficial, jefe de la Plaza, a quien Prado le hizo fuego, aunque a éste solamente le dejo herido leve, y así­ luego también dispara una rífaga a un grupo de soldados que acuerden sorprendidos a averiguar lo que sucedí­a, pasando varios de ellos a hacer compañí­a al sargento en las regiones del “averno”, como dirí­a el poeta Virgilio, al describir las bajas en los combates de la “Eneida”…

Finalmente le caen por detrís al loco Prado y lo desarman, mientras el oficial herido gritaba autoritariamente:

-          “! No maten a ese tal por cual; hay que interrogarlo!” –

El soldado Prado es llevado a una bartolina donde mediante unas cuantas bofetadas y puntapiés, luego dijo la “verdad”.

No se sabe fidedignamente lo declarado por Prado, pero se supone que exageró el número y armamento de las fuerzas salvadoreñas, llegando al grado de afirmar que iban comandadas por el comandante general de la Fuerza Armada, por el “Diablo” Velísquez, o por el propio general José Alberto Medrano, de respetuosa nombradí­a por toda Honduras…

El Destacamento Fabiín invadió  San Marcos  el 19 de julio, ya de noche, como a las 22 horas. Toda la tropa entro corriendo, en bloque y sorpresivamente, asaltando de frente los retenes hondureños, en bloque y sorpresivamente, asaltando de frente los retenes hondureños, que asustados no esperaron y se replegaron en pavorosa al campo de aviación.

El grueso de hondureños que ocupaba el cementerio y dicho campo de aviación, se desmoralizo con la huida de los retenes y creyendo que se trataba de la vanguardia de un gran ejercito, se desbando hacia Sensenti, a varios kilómetros al Norte, abandonando vehí­culos, armas y ví­veres.

De tal manera se tomo la Plaza de San Marcos, sin perder un solo hombre y sin matar a nadie. Estamos seguros de que a las declaraciones de Prado se bebió el éxito en gran parte. No se pudo encontrar a Prado en las círceles del lugar porque según se supo, desde temprano de ese dí­a habí­a sido llevado en un avión militar a Tegucigalpa, para ampliar el interrogatorio, por orden del Alto Mando.

Hasta aquí­ el caso de Prado. Demís esta decir que el mayor Fabiín no dio parte de su desaparición, porque siendo frente al enemigo y conforme al Código Penal Militar incurre en la pena de muerte, no importa los motivos.

Para los que se interesen por Prado, diremos que se encuentra de baja después de haber sido canjeado juntamente con otros prisioneros por los militares hondureños que estaban en las círceles de San Vicente.

 


 

LA ARENGA DEL “SINACAR”

La Fuerza Expedicionaria alcanzo el caserí­o del “Sinacar”. Eran las 08:40 del 17 de julio y habí­an pernoctado en una rancherí­a situada sobre el camino viejo de herradura que conduce a Santa Rosa, entre Plan del Rancho y La Labor.

Era una mañana helada. Las brumas tení­an la vaga ensoñación de un paisaje nebuloso. Los altos montes hacia el norte, que eran las moles llamadas del “Portillo”, albergaban un enemigo proceloso y huidizo, al cual debí­amos rodear por largo envolvimiento hacia el noreste. El sol todaví­a muy alto se veí­a grande y amarillo, poco fuerte tras la capa neblinosa que formaba una sombra protectora sobre las tropas.

El general Medrano reunió a la mayor parte del personal expedicionario, y en presencia de sus ayudantes de campo, Lovo Castelar y Cortes Castro, y de la mayorí­a de su Estado Mayor, con pausada voz expreso lo siguiente:

“Por la voluntad de Dios y autorizados por nuestro Gobierno andamos en campaña por tierras de Honduras. Efectuamos operaciones de guerra irregulares por decisión mí­a que soy vuestro comandante, para desorientar al enemigo que espera naturalmente ser solo atacado por las lí­neas de operaciones determinadas por las ví­as normales de comunicaciones. Nosotros avanzamos por veredas”.

“Nuestra causa esta justificada. La justicia de nuestra causa se basa en la barbarie hondureña cometida en las minorí­as salvadoreñas que habitan en este paí­s. Tal barbarie ha sido permitida por el gobierno de López Arellano y sus testaferros y debe ser castigada. En casos como estos la consecuencia son las represalias. Nosotros encabezamos una operación punitiva”.

“Ahora, voy a tratar otro tema. El tema de nuestro proceder en la campaña. Todo hombre de armas necesita tener fortaleza de ínimo. Eso es necesario para batir al adversario en la guerra. La fortaleza de ínimo en los hombres es una virtud que se ha comparado con la fuerza del león.

Es una virtud heroica que determina el éxito de la campaña, salvo que por causas fuera de nuestra voluntad la guerra no continúe, por una paz prematura, en cuyo caso quedemos por lo menos con el orgullo de haber mantenido en alto nuestro pabellón bicolor”.

“Debemos insistir cual serí nuestra conducta. Analicemos nuestra disposición natural de ser. Existe en los hombres una concurrencia de temor y de osadí­a, que pueden ser mayor o menor por disposición innata o por educación. Son dos extremos. Es natural que haya temor cuando se turba el ínimo, faltando fuerzas del corazón y del cuerpo. En el corazón faltan cuando el individuo no sabe porque combate o como debe pelear. Vosotros si lo sabéis. En el cuerpo faltan energí­as cuando no se tiene la capacidad de usar las fuerzas fí­sicas acostumbradas. Tampoco os faltan energí­as fí­sicas”.

“La osadí­a de que os hablo concurre cuando no teniendo el hombre suficiente conocimiento y experiencia en los peligros, luego y sin mayor razonamiento se mete a ellos, con las funestas consecuencias del caso. Por eso, pensando en lo malo de ambos extremos de temor y de osadí­a, cortejando tales extremos, ni se llega uno a convencer de lo uno, ni de lo otro. Creo que lo mís conveniente y seguro para un hombre en la guerra es llegar a un justo medio, tomando la parte mas conveniente de ambos extremos. Se debe pues equilibrar el temor con la osadí­a

“Antes de aventurarnos mas en este extenso paí­s hondureño, y bajo mi palabra de honor de ser comprensivo con ustedes, pregunto a cada uno de mis subordinados aquí­ presentes: ¿Estíis dispuestos a seguirme? No deseo que nadie venga contra su voluntad y su propio espí­ritu. En la guerra hay que saber morir, pero también hay que saber matar. Lo uno no sirve sin lo otro. A todo guardia, cuyo propio honor y espí­ritu lo inclinen a proceder en otra forma, lo faculto a dar un paso atrís y regresar a El Salvador”.

¿Para qué recalcar que nadie dio un paso atrís? Todos los individuos de tropa, al escuchar aquellas arengas, se llenaron de emoción y gritaron patrióticamente:

¡¡¡¡ Adelante, viva El Salvador!!!!

 

 


 

EL GOLPE DE MANO DEL TENIENTE D ABUISSON

La 4ª compañí­a, al mando del teniente Roberto D Abuisson, tomo parte decisiva en la toma de Llano Largo. Conforme a las ordenes superiores, al organizarse el Centro de Resistencia en la posición conquistada, la 4º. Compañí­a quedó establecida en primer escalón, en el ala derecha de la 3º. Compañí­a (Capitín Roeder). Le correspondí­a en consecuencia dar frente al Norte y al Este del Centro de Resistencia. El Punto de Apoyo estaba formado por varios Puestos de Combate dispersos, al tresbolillo y pudiendo perfectamente cruzar sus fuegos sobre cualquier irrupción adversaria.

Desde el 17 de julio por la tarde la Unidad resistió tenazmente todos los contra ataques hondureños que llevaron el centro de gravedad sobre su sector. La 4º. Compañí­a tení­a la orden permanente de que, hasta que se ordenara colaborar en el futuro ataque general salvadoreño contra La Labor, debí­a organizar y sostener defensivamente el terreno adjudicado.

Para el cumplimiento de la misión encomendada el teniente Díbuisson impartió las órdenes del caso. Se Despejó el terreno hacia delante – dentro de lo posible – para obtener mejores vistas y tener un campo de tiro amplio para las armas automíticas. Se instalaron alambrados de púas unos 30 metros delante de las trincheras, como defensas accesorias que forzosamente detendrí­an a los infantes   enemigos, dando el tiempo indispensable para precisar el tiro sobre ellos.

No obstante, con fines futuristas D Abuisson también realizo sucesivos reconocimientos de combate en el frente y en el interior del dispositivo de Santa Lucia y La Labor para establecer con detalle datos sobre la topografí­a, ubicación de las tropas hondureñas, numero y armamento de las mismas, etc., etc.

El enemigo que debió suspender el fuego a las 22 horas del dí­a 18, continuo haciendo incesante fuego sobre nuestras posiciones toda la noche. El dí­a 19 también nuestros adversarios seguí­an disparando y hasta lanzaron incursiones suicidas que llegaron a quebrarse frente a nosotros, quedando muchos valientes trabados en las alambradas recién construidas.

D`Abuisson resolvió infringir duro castigo a sus adversarios después que una “bazuka” hondureña estuvo batiendo tercamente su puesto de mando. Con autorización del general Medrano, en consecuencia, organizó un golpe de mano al interior del dispositivo contrario.

El aludido oficial escogió sus mejores homb4res y, llevando como segundo al aguerrido sargento No. 494 José Antonio Castillo, estudio previamente su incursión a La Labor. Aprovechando la maleza el grupo se introdujo hasta atrís de la posición adversario. Como reptiles y evitando ser vistos los hombres se deslizaron, avanzando tendidos, sobre los codos. Era una marcha lenta pero segura por las partes bajas del terreno. Una vez alcanzada la retaguardia hondureña D Abuisson observo un personal hondureño vivaqueando. Era posiblemente una compañí­a de refresco o en descaso, sin servicio de seguridad. Unos hombres asaban reses en torno a dos grandes hogueras; otros dormí­an tranquilamente o conversaban. Las armas estaban en pabellones o apoyadas en troncos de írboles. Era una gente descuidada, en la confianza de encontrarse atrís de la lí­nea de fuego. Eso le proporciono el éxito al teniente D Abuisson.

El grupo incursor rodeo sigilosamente al enemigo y selecciono sus blancos.

-  ¡FUEGO POR RAGAGAS !, gritó el oficial.

Al tiro automítico e incesante de los fusiles de asalto, caí­an los hombres como bandadas de palomas derribadas por balines de escopeta. Así­ como quedan cernidas las palomas en los campos cerealeros, bajo los tiros sorpresivos de los cazadores que se han apostado previamente para obtener mas piezas, así­ quedaban, después de doblarse súbitamente los infortunados militares, victimas del descuido de sus oficiales que nunca les ordenaban establecer servicios de vigilancia.

Posiblemente toda una compañí­a de fusileros, incluso sus oficiales, cayó bajo el efecto de los fusiles G-3. Casi nadie logro salvarse huyendo hacia el Norte.

D Abuisson sin perder uno solo de sus hombres regreso por la misma bien seleccionada ruta. Atrís dejaba la muerte y el desorden. Se oí­an disparos en todas las direcciones dentro del dispositivo atacado en la incertidumbre de ignorar quienes disparaban por la espalda.

Opinamos que el golpe de mano del teniente D Abuisson fue, en su género, la mís destacada operación en la campaña de la Guardia Nacional.

 


 

¡REGRESA A MORIR POR MI PATRIA!

Cuando estallo la guerra de las 100 horas el “viejo” coronel Salvador Cortes Castro estaba jubilado, en su casa. No lo pensó mucho y dispuso presentarse como voluntario para ir al frente. Mientras andaba revolviendo su empolvado ajuar militar para equiparse hasta donde fuera posible, supo que su hijo, el capitín de aviación Guillermo Reynaldo Cortes ya volaba en operaciones. No lo dudo mís.

Cuando se presento al Cuartel Central de la Guardia Nacional, su cuerpo favorito, la columna motorizada ya habí­a salido hacia el frente. Se haló el pelo el coronel y ya no siguió intrigado para conseguir un equipo nuevo y flamante, que era lo que lo detení­a para incorporarse, y así­, sin botas “de combate”, con zapatillas civiles de calle, se metió a un vehí­culo de abastecimientos y salio tras la columna principal. Ceñí­a su pecho la correa porta-fusil de una carabina M-1 y al cinto la escuadra 45. Era suficiente.

Al llegar al Aguacatal, estación logí­stica final donde terminaban los transportes motorizados, el coronel Cortés se bajo y siguió a pie las huellas de las tropas de infanterí­a en marcha. Así­ paso por el cerro Miramundo, por las Granadillas y por el Cantón Las Pilas; cruzo el rí­o Sumpúl y descendió medio perdido hasta el valle de La Labor, en Honduras. Alcanzó unas unidades salvadoreñas y finalmente se hizo presente al general José Alberto Medrano, quien ya estaba combatiendo al enemigo desde su posición de Llano Largo.

El comandante de la Guardia Nacional nombro a Cortés su Ayudante de Campo, por orden especial, y le dio la misión particular de controlar el servicio de amunicionamiento de las tropas. Cortés estaba ahora en su elemento: de alta y frente al enemigo. Una tarde el general Medrano lo llamo muy serio a su Puesto de Mando situado en una casa rural cerca de la lí­nea de fuego.

-   Siéntate, “viejo Cortés” – le dijo cariñoso - : tengo algo que informarte. Me han dado una noticia que no me agrada nada. Estí poco confirmada. Te atañe mucho. El capitín Cortés, tu hijo, parece que estí herido y debes ir a verlo, por cualquier  cosa. ¿Qué dices?”.

-          “Mi general – contestó el coronel Cortés – estoy seguro que algo mís grave ha ocurrido, de otra manera no se me hubiera informado hasta aquí­, donde algo estoy haciendo. Es probable que mi hijo haya muerto en combate. Voy a salir inmediatamente a caballo hasta La Palma y de ahí­ tomare vehí­culo hacia la Capital. En cuanto entierre a mi pobre hijo regresare a incorporarme a Ud. Y a las tropas, para poder morir yo también como mi hijo, por la patria”.

El viejo Cortés efectuó lo que terminantemente habí­a expresado. Se fue atravesando montañas, enterró a Guillermo Reynaldo Cortés y volvió – con las dificultades inherentes a la campaña – a reunirse con las Fuerzas Expedicionarias en el interior de Honduras.

Cuando la Orden del Cese del Fuego hizo regresar las tropas salvadoreñas Cortés volvió a El Salvador. No le habí­a llegado aún la hora inexorable para todos los humanos: la hora de la muerte.

 

 

 

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