EL CANTO DEL PÁJARO -ANTHONY DE MELLO-

Publicado el 07/15,2010

Este libro fue mi primer acercamiento a la espiritualidad, a la oración silenciosa, al diálogo íntimo con quien sabemos nos ama; me lo prestó una carmelita misionera, que ahora ya goza en la presencia de Dios, la Hna. Felisa Andrés, hace más de veinte años. Marcó onda huella en mi vida y hoy lo quiero compartir con ustedes… Espero que les ilumine el camino hacia el encuentro con ustedes mismos, hacia con los otros, hacia con Dios.
Este libro ha sido escrito para gentes de cualquier creencia, religiosa o no-religiosa. No puedo ocultar a mis lectores, sin embargo, el hecho de que yo soy sacerdote de la Iglesia Católica, que me he adentrado con toda libertad en tradi¬ciones místicas no-cristianas y que éstas me han influenciado y enriquecido profundamente. A pesar de lo cual, nunca he dejado de volver a mi Iglesia, que es mi verdadero hogar espiritual; y aunque me doy perfecta cuenta (a veces con auténtico asombro) de sus limitaciones y de su ocasional estrechez, también soy perfectamente consciente de que ha sido ella la que me ha formado, me ha moldeado y ha hecho de mí lo que soy. Por eso es a ella, mi Madre y Maestra, a quien deseo dedicar amorosamente este libro. A todo el mundo le gustan los cuentos, y son precisamente cuentos -y en abundancia- lo que el lector hallará en este libro: cuentos budistas, cuentos cristianos, cuentos Zen, cuentos asideos, cuentos rusos, cuentos chinos, cuentos hindúes, cuentos Sufí, cuentos antiguos y modernos. Estos cuentos poseen todos ellos, sin embargo, una peculiar carac¬terística: si se leen de una determinada manera, ocasionan un verdadero crecimiento espiritual. CÓMO LEER ESTOS CUENTOS Hay tres modos de hacerlo: 1. Leer un cuento una sola vez y pasar al siguiente. Este modo de leer sirve únicamente de entretenimiento. 2. Leer un cuento dos veces, reflexionar sobre él y aplicarlo a la propia vida. Es una especie de teología que puede practi¬carse con bastante provecho en grupos pequeños en los que cada miembro comparte con los demás las reflexiones que el cuento le ha suscitado. Lo que se origina entonces es un círculo teológico. 3. Volver a leer el cuento, después de haber reflexionado sobre él. Crear un silencio interior y dejar que el cuento le revele a uno su profundo significado interno. Un significado que va mucho más allá de las palabras y las reflexiones. Esto lleva progresivamente a adquirir una especie de sensibilidad para lo místico. También se puede tener presente el cuento durante todo el día y dejar que su fragancia o su melodía le ronde a uno. Es preciso dejar hablar al corazón, no al cerebro. De este modo también se hace tino una especie de místico. Y es precisamente con esta finalidad mística con la que han sido escritos la mayoría de estos cuentos. ADVERTENCIA: La mayor parte de los cuentos van acompañados de un comen¬tario, el cual no pretende ser sino un ejemplo del tipo de comen¬tario que cada cual puede hacer. Haga el lector sus propios comentarios, sin conformarse con los que ofrece el libro, porque éstos muchas veces evidenciarán su carácter limitativo y, en ocasiones, hasta engañoso. ¡Cuidado con aplicar el cuento a cualquier persona (un sacerdote, un vecino, la misma Iglesia) que no sea uno mismo! Si así se hace, el cuento será espiritualmente dañoso. Cada uno de estos cuentos tiene que ver con uno mismo, no con cualquier otra persona. Si se lee el libro por primera vez, léanse los cuentos en el orden en que están. Dicho orden pretende comunicar una enseñanza v un espíritu que pueden perderse si se leen los cuentos al azar. GLOSARIO: Teología: El arte de narrar cuentos acerca de lo divino. También, el arte de escuchar dichos cuentos. Misticismo: El arte de gustar y sentir en el corazón el signifi¬cado interno de dichos cuentos, hasta el punto de ser transformado por ellos. COME TÚ MISMO LA FRUTA En cierta ocasión se quejaba un discípulo a su Maestro: «Siempre nos cuentas historias, pero nunca nos revelas su significado» El Maestro le replicó: «¿Te gustaría que alguien te ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?». Nadie puede descubrir tu propio significado en tu lugar. Ni si quiera el Maestro. UNA VITAL DIFERENCIA Le preguntaron cierta vez a Uwais, el Sufí: «¿Qué es lo que la Gracia te ha dado?». Y les respondió: «Cuando me despierto por las mañanas, me siento como un hombre que no está seguro de vivir hasta la noche». Le volvieron a preguntar: «Pero esto ¿no lo saben todos los hombres?». Y replicó Uwais: «Sí, lo saben, Pero no todos lo sienten». Jamás se ha emborrachado nadie a base de comprender intelec¬tualmente la palabra VINO. EL CANTO DEL PAJARO Los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer acerca de Dios. Les dijo el Maestro: «Dios es el Desconocido y el Incognoscible. Cualquier afirmación acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas, no será más que una distorsión de la Verdad». Los discípulos quedaron perplejos: «Entonces, ¿por qué hablas sobre Él?». «¿Y por qué canta el pájaro?», respondió el Maestro. El pájaro no canta porque tenga una afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar. Las palabras del alumno tienen que ser entendidas. Las del Maes¬tro no tienen que serlo. Tan sólo tienen que ser escuchadas, del mismo modo que uno escucha el viento en los árboles y el rumor del río y el canto del pájaro, que despiertan en quien lo escucha algo que está más allá de todo conocimiento. EL AGUIJÓN Hubo un santo que tenía el don de hablar el lenguaje de las hormigas. Se acercó a una que parecía más enterada y le preguntó: «¿Cómo es el Todopoderoso? ¿Se parece de algún modo a las hormigas?». La docta hormiga le respondió: «¿El Todopoderoso? En absoluto. Las hormigas, como puedes ver, tenemos un solo aguijón. Pero el Todopoderoso tiene dos». Escena sugerida por el anterior cuento: Cuando se le preguntó cómo era el cielo, la sabia hormiga replicó solemnemente: «Allí seremos igual que Él, con dos aguijones cada uno, aunque más pequeños». Existe una fuerte controversia entre las distintas escuelas de pensamiento religioso acerca de dónde exactamente se hallará ubicado el segundo aguijón en el cuerpo glorioso de la hormiga. EL ELEFANTE Y LA RATA Se hallaba un elefante bañándose tranquilamente en un remanso, en mitad de la jungla, cuando, de pronto, se presentó una rata y se puso a insistir en que el elefante saliera del agua. «No quiero», decía el elefante. «Estoy disfrutando y me niego a ser molestado». «Insisto en que salgas ahora mismo», le dijo la rata. «¿Por qué?», preguntó el elefante. «No te lo diré hasta que hayas salido de ahí», le respondió la rata. «Entonces no pienso salir», dijo el elefante. Pero, al final, se dio por vencido. Salió pesadamente del agua, se quedó frente a la rata y dijo: «Está bien; ¿para qué querías que saliera del agua?». «Para comprobar si te habías puesto mi bañador», le respondió la rata. Es infinitamente más fácil para un elefante ponerse el bañador de una rata que para Dios acomodarse a nuestras doctas ideas acerca de Él. LA PALOMA REAL Nasruddin llegó a ser primer ministro del rey. En cierta ocasión, mientras deambulaba por el palacio, vio por primera vez en su vida un halcón real. Hasta entonces, Nasruddin jamás había visto semejante clase de paloma. De modo que tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón. «Ahora pareces un pájaro como es debido», dijo. «Tu cuidador te ha tenido muy descuidado». ¡Ay de las gentes religiosas que no conocen más mundo que aquel en el que viven y no tienen nada que aprender de las personas con las que hablan! EL MONO QUE SALVO A UN PEZ «¿Qué demonios estás haciendo?», le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol. «Estoy salvándole de perecer ahogado», me respondió. Lo que para uno es comida, es veneno para otro. El sol, que permite ver al águila, ciega al búho. SAL Y ALGODÓN EN EL RÍO Llevaba Nasruddin una carga de sal al mercado.. Su asno tuvo que vadear un río y la sal se disolvió. Al alcanzar la otra orilla, el animal se puso a corretear, contentísimo de haber visto aligerada su carga. Pero Nasruddin estaba enfadado de veras. Al siguiente día en que había mercado Nasruddin cubrió los sacos con abundante algodón. Al cruzar el río, el asno casi se ahoga por culpa del exceso de peso. «¡Tranquilízate!», dijo alborozado Nasruddin. «¡Esto te enseñará que no siempre que cruces el río vas a ganar tú!». Dos hombres se aventuraron en la religión. Uno de ellos salió vivificado. El otro se ahogó. LA BÚSQUEDA DEL ASNO Todo el mundo se asustó al ver al Mullah Nasruddin recorrer apresuradamente las calles de la aldea, montado en su asno. «¿Adónde vas, Mullah?, le preguntaban. «Estoy buscando a mi asno», respondía Nasruddin al pasar. En cierta ocasión vieron a Rinzai, el Maestro de Zen, buscando su propio cuerpo. Ello hizo que se rieran mucho sus más estú¬pidos discípulos. ¡Llega uno a encontrarse con gente seriamente dedicada a buscar a Dios! LA VERDADERA ESPIRITUALIDAD Le preguntaron al Maestro: «¿Qué es la espiritualidad?». «La espiritualidad», respondió, «es lo que consigue proporcionar al hombre su transformación interior». «Pero si yo aplico los métodos tradicionales que nos han transmitido los Maestros, ¿no es eso espiritualidad?». «No será espiritualidad si no cumple para ti esa función. Una manta ya no es una manta si no te da calor». «¿De modo que la espiritualidad cambia?». «Las personas cambian, y también sus necesidades. De modo que lo que en otro tiempo fue espiritualidad ya no lo es. Lo que muchas veces pasa por espiritualidad no es más que la constancia escrita de métodos pasados». Hay que cortar la chaqueta de acuerdo con las medidas de la persona, v no al revés. EL PEQUEÑO PEZ «Usted perdone», le dijo un pez a otro, «es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado». «El Océano», respondió el viejo pez, «es donde estás ahora mismo». «¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte. Se acercó al Maestro, vestido con ropas sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi: «He estado buscando a Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas las partes donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de los montes, en el centro del desierto, en el silencio de los monasterios y en las chozas de los pobres». «¿Y lo has encontrado?», le preguntó el Maestro. «Sería un engreído y un mentiroso si dijera que sí. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?». ¿Qué podía responderle el Maestro? El sol poniente inundaba la habitación con sus rayos de luz dorada. Centenares de gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar... Y sin embargo, aquel buen hombre podía sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba buscándolo. Al cabo de un rato, decepcionado, salió de la habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte. Deja de buscar, pequeño pez. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo. ¿HAS OÍDO EL CANTO DE ESE PÁJARO? Los hindúes han creado una encantadora imagen para describir la relación entre Dios y su Creación. Dios «danza» su Creación. El es su bailarín; su Creación es la danza. La danza es diferente del bailarín; y, sin embargo, no tiene existencia posible con independencia de El. No es algo que se pueda encerrar en una caja y llevárselo a casa. En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir. En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado. Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el tiempo pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando, analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras... Ruido, ruido, ruido... Guarda silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra... Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a él, al Bailarín en persona. El discípulo se quejaba constantemente a su Maestro Zen: «No haces más que ocultarme el secreto último del Zen». Y se resistía a creer las consiguientes negativas del Maestro. Un día, el Maestro se lo llevó a pasear con él por el monte. Mientras paseaban, oyeron cantar a un pájaro. «¿Has oído el canto de ese pájaro?», le preguntó el Maestro. «Sí», respondió el discípulo. «Bien; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada». «Sí», asintió. el discípulo. Si realmente has oído cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol..., deberías saber (más allá de las palabras y los conceptos). ¿Qué dices? ¿Que has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya. Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro? ¡PUEDO CORTAR MADERA! Cuando el Maestro de Zen alcanzó la iluminación, escribió lo siguiente para celebrarlo: «¡Oh, prodigio maravilloso: Puedo cortar madera y sacar agua del pozo!». Para la mayoría de la gente no tienen nada de prodigioso activi¬dades tan prosaicas como sacar agua de un pozo o cortar madera. Un vez alcanzada la iluminación, en realidad no cambia nada. Todo sigue siendo igual. Lo que ocurre es que entonces el corazón se llena de asombro. El árbol sigue siendo un árbol; la gente no es distinta de como era antes; y lo mismo sucede con uno mismo. La vida no prosigue de manera diferente. Puede uno ser tan variable o tan ecuánime, tan prudente o tan alocado como antes. Pero sí existe una diferencia importante: ahora puede uno ver todas las cosas de diferente modo. Está uno como más distanciado de todo ello. Y el corazón se llena de asombro. Esta es la esencia de la contemplación: la capacidad de asombro. La contemplación se diferencia del éxtasis en que éste lleva a uno a «retirarse». Pero el contemplativo iluminado sigue cortando madera y sacando agua del pozo. La contemplación se diferencia de la percepción de la belleza en que ésta (un cuadro o una puesta de sol) produce un placer estético, mientras que la contemplación produce asombro, prescindiendo de que lo que se contemple sea una puesta de sol o una simple piedra. Y ésta es prerrogativa del niño, que con tanta frecuencia se asombra. Por eso se encuentra tan a sus anchas en el Reino de los Cielos. LOS BAMBÚES Nuestro perro, Brownie, estaba sentado en tensión, las orejas aguzadas, la cola meneándose tensamente, los ojos alerta, mirando fijamente hacia la copa del árbol. Estaba buscando a un mono. El mono era lo único que en ese momento ocupaba su horizonte consciente. Y, dado que no posee entendimiento, no había un solo pensamiento que viniera a turbar su estado de absoluta absorción: no pensaba en lo que comería aquella noche, ni si en realidad tendría algo que comer, ni en dónde iba a dormir. Brownie era lo más parecido a la contemplación que yo haya visto jamás. Tal vez tú mismo hayas experimentado algo de esto, por ejemplo cuando te has quedado completamente absorto viendo jugar a un gatito. He aquí una fórmula, tan buena como cualquier otra de las que yo conozco, para la contemplación: Vive totalmente en el presente. Y un requerimiento absolutamente esencial, por increíble qué parezca: Abandona todo pensamiento acerca del futuro y acerca del pasado. Debes abandonar, en realidad, todo pensamiento toda frase, y hacerte totalmente presente. Y la contemplación se produce. Después de años de entrenamiento, el discípulo pidió a su maestro que le otorgara la iluminación. El maestro le condujo a un bosquecillo de bambúes y le dijo: «Observa qué alto es ese bambú. Y mira aquel otro, qué corto es». Y en aquel mismo momento el discípulo recibió la iluminación. Dicen que Buda intentó practicar toda espiritualidad, toda forma de ascetismo, toda disciplina de cuantas se practicaban en la India de su época, en un esfuerzo por alcanzar la iluminación. Y que todo fue en vano. Por último, se sentó un día bajo un árbol que le dicen bodhi y allí recibió la iluminación. Más tarde transmitió el secreto de la iluminación a sus discípulos con palabras que pueden parecer enigmáticas a los no iniciados, especialmente a los que se entretienen en sus pensamientos: «Cuando respiréis profundamente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando profundamente. Y cuando respiréis superficialmente, sed conscientes de que estáis respirando superficialmente. Y cuan¬do respiréis ni muy profunda ni muy superficialmente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando ni muy profunda ni muy superficialmente». Conciencia. Atención. Absorción. Nada más. Esta forma de quedarse absorto podemos observarla en los niños, que son quienes tienen fácil acceso al Reino de los Cielos. CONSCIENCIA CONSTANTE Ningún alumno Zen se atrevería a enseñar a los demás hasta haber vivido con su Maestro al menos durante diez años. Después de diez años de aprendizaje, Tenno se convirtió en maestro. Un día fue a visitar a su Maestro Nan-in. Era un día lluvioso, de modo que Tenno llevaba chanclos de madera y portaba un paraguas. Cuando Tenno llegó, Nan-in le dijo: «Has dejado tus chanclos y tu paraguas a la entrada, ¿no es así? Pues bien: ¿puedes decirme si has colocado el paraguas a la derecha o a la izquierda de los chanclos?». Tenno no supo responder y quedó confuso. Se dio cuenta entonces de que no había sido capaz de practicar la Conciencia Constante. De modo que se hizo alumno de Nan-in y estudió otros diez años hasta obtener la Conciencia Constante. El hombre que es constantemente consciente, el hombre que está totalmente presente en cada momento: ése es el Maestro. LA SANTIDAD EN EL INSTANTE PRESENTE Le preguntaron en cierta ocasión a Buda: «¿Quién es un hombre santo?». Y Buda respondió: «Cada hora se divide en cierto número de segundos, y cada segundo en cierto número de fraccio¬nes. El santo es en realidad el que es capaz de estar totalmente presente en cada fracción de «segundo». El guerrero japonés fue apresado por sus enemigos y encerrado en un calabozo. Aquella noche no podía conciliar el sueño, porque estaba convencido de que a la mañana siguiente habrían de torturarle cruelmente. Entonces recordó las palabras de su Maestro Zen: «El mañana no es real. La única realidad es el presente». De modo que volvió al presente... y se quedó dormido. El hombre en el que el futuro ha perdido su influencia se parece a los pájaros del cielo y a los lirios del campo. Fuera preocupa¬ciones por el mañana. Vivir totalmente en el presente: He ahí al hombre santo. LAS CAMPANAS DEL TEMPLO El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban. Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo. Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, par decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón... ¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría. Si deseas escuchar las campanas del templo, escucha el sonido del mar. Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces: no reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala. LA PALABRA HECHA CARNE En el Evangelio de San Juan leemos: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros... Mediante ella se hizo todo; sin ella no se hizo nada de cuanto ha sido creado. Todo lo que llegó a ser estaba lleno de su vida. Y esa vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas jamás la han apagado. Fíjate en las tinieblas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la luz. Observa silenciosamente todas las cosas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la Palabra. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros... Resulta penoso comprobar los denodados esfuerzos de quienes tratan de convertir de nuevo la carne en palabra. Palabras, pala¬bras, palabras... EL HOMBRE ÍDOLO Una antigua historia hindú: Érase una vez un mercader que naufragó y fue arrastrado hasta las costas de Ceylán, donde Vibhishana era el rey de los monstruos. El mercader fue llevado a presencia del rey. Al verle, Vibhishana quedó extasiado de gozo y dijo: «¡Ah, cómo se parece a mi Rama. Es idéntico a él!». Entonces cubrió al mercader de ricos vestidos y joyas y le adoró. Dice el místico hindú Ramakrishna: «La primera vez que escuché esta historia sentí una alegría indescriptible. Si a Dios se le puede adorar a través de una imagen de barro, ¿por qué no se le va a Poder adorar a través del hombre? BUSCAR EN LUGAR EQUIVOCADO Un vecino encontró a Nasruddin cuando éste andaba buscando algo de rodillas. «¿Qué andas buscando, Mullab?». «Mi llave. La he perdido». Y arrodillados los dos, se pusieron a buscar la llave perdida. Al cabo de un rato dijo el vecino: «¿Dónde la perdiste?». «En casa». «¡Santo Dios! Y entonces, ¿por qué la buscas aquí?». «Porque aquí hay más luz». ¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos si donde lo has perdido ha sido en tu corazón? LA PREGUNTA Preguntaba el monje: «Todas estas montañas y estos ríos y la tierra y las estrellas... ¿de dónde vienen? Y preguntó el Maestro: «¿Y de dónde viene tu pregunta?». ¡Busca en tu interior! FABRICANTES DE ETIQUETAS La vida es como una botella de buen vino. Algunos se contentan con leer la etiqueta. Otros prefieren probar su contenido. En cierta ocasión mostró Buda una flor a sus discípulos y les pidió que dijeran algo acerca de ella. Ellos estuvieron un rato contemplándola en silencio. Uno pronunció una conferencia filosófica sobre la flor. Otro creó un poema. Otro ideó una parábola. Todos tratando de quedar por encima de los demás. ¡Fabricantes de etiquetas! Mahakashyap miró la flor, sonrió y no dijo nada. Sólo él la había visto. ¡Si tan sólo pudiera probar un pájaro, una flor, un árbol, un rostro humano... ! Pero ¡ay! ¡No tengo tiempo! Estoy demasiado ocupado en aprender a descifrar etiquetas y en producir las mías propias. Pero ni siquiera una vez he sido capaz de embriagarme con el vino. LA FÓRMULA El místico regresó del desierto. «Cuéntanos», le dijeron con avidez, «¿cómo es Dios?». Pero ¿cómo podría él expresar con palabras lo que había experimentado en lo más profundo de su corazón? ¿Acaso se puede expresar la Verdad con palabras? Al fin les confió una fórmula -inexacta, eso sí, e insuficiente-, en la esperanza de que alguno de ellos pudiera, a través de ella, sentir la tentación de experimentar por sí mismo lo que él había experimentado. Ellos aprendieron la fórmula y la convirtieron en un texto sagrado. Y se la impusieron a todos como si se tratara de un dogma. Incluso se tomaran el esfuerzo de difundirla en países extranjeros. Y algunos llegaron a dar su vida por ella. Y el místico quedó triste. Tal vez habría sido mejor que no hubiera dicho nada. EL EXPLORADOR El explorador había regresado junto a los suyos, que estaban ansiosos por saberlo todo acerca del Amazonas. Pero ¿cómo podía él expresar con palabras la sensación que había inundado su corazón cuando contempló aquellas flores de sobrecogedora belleza y escuchó los sonidos nocturnos de la selva? ¿Cómo comunicar lo que sintió en su corazón cuando se dio cuenta del peligro de las fieras o cuando conducía su canoa por las inciertas aguas del río? Y les dijo: «Id y descubridlo vosotros mismos. Nada puede sustituir al riesgo y a la experiencia personales». Pero, para orientarles, les hizo un mapa del Amazonas. Ellos tomaron el mapa y lo colocaron en el Ayuntamiento. E hicieron copias de él para cada uno. Y todo el que tenía una copia se consideraba un experto en el Amazonas, pues ¿no conocía acaso cada vuelta y cada recodo del río, y cuán ancho y profundo era, y dónde había rápidos y dónde se hallaban las cascadas? El explorador se lamentó toda su vida de haber hecho aquel mapa. Habría sido preferible no haberlo hecho. Cuentan que Buda se negaba resueltamente a hablar de Dios. Probablemente sabía los peligros de hacer mapas para expertos en potencia. TOMÁS DE AQUINO DEJA DE ESCRIBIR Cuentan las crónicas que Tomás de Aquino, uno de los teólogos más portentosos de la historia, hacia el final de su vida dejó de Pronto de escribir. Cuando su secretario se le quejaba de que su obra estaba sin concluir, Tomás le replicó: «Hermano Reginaldo, hace unos meses, celebrando la liturgia, experimenté algo de lo Divino. Aquel día perdí todas las ganas que tenía de escribir. En realidad, todo lo que he escrito acerca de Dios me parece ahora como si no fuera más que paja». ¿Cómo puede ser de otra manera cuando el intelectual se hace místico? Cuando el místico bajó de la montaña se le acercó. el ateo, el cual le dijo con aire sarcástico: «¿Qué nos has traído del jardín de las delicias en el que has estado?». Y el místico le respondió: «En realidad tuve intención de llenar mi faldón de flores para, a mi regreso, regalar algunas de ellas a mis amigos. Pero estando allí, de tal forma me embriagó la fragancia del jardín que hasta me olvidé del faldón». Los Maestros de Zen lo expresan más concisamente: «El que sabe no habla. El que habla no sabe». EL ESCOZOR DEL DERVICHE. Estaba pacíficamente sentado un derviche a la orilla de un río cuando un transeúnte que pasó por allí, al ver la parte posterior de su cuello desnudo, no pudo resistir la tentación de darle un sonoro golpe. Y quedó encantado del sonido que su golpe había producido en el cuello del derviche, pero éste se dolía del escozor y se levantó para devolverle el golpe. «Espera un momento», dijo el agresor. «Puedes devolverme el golpe si quieres, pero responde primero a la pregunta que quiero hacerte: ¿Qué es lo que ha producido el ruido: mi mano o tu cuello? Y replicó el derviche: «Respóndete tú mismo. A mí, el dolor no me permite teorizar. Tú puedes hacerlo porque no sientes lo mismo que yo». Cuando se experimenta lo divino, se reducen considerablemente las ganas de teorizar. UNA NOTA DE SABIDURÍA Nadie supo lo que fue de Kakua después de que éste abandonara la presencia del Emperador. Sencillamente, desapareció. He aquí la historia: Kakua fue el primer japonés que estudió Zen en China. No viajaba en absoluto. Lo único que hacía era meditar asiduamente. Cuando la gente le encontraba y le pedía que predicara, él decía unas cuantas palabras y se marchaba a otro lugar del bosque, donde resultara más difícil encontrarle. Cuando Kakua regresó al Japón, el Emperador oyó hablar de él y le hizo llegar su deseo de que predicara Zen ante él y toda su corte. Kakua acudió y se quedó en silencio frente al Emperador. Entonces sacó una flauta de entre los pliegues de su vestido y emitió con ella una breve nota. Después hizo una profunda inclinación ante el rey y desapareció. Dice Confucio: «No enseñar a un hombre que está dispuesto a aprender es desaprovechar a un hombre. Enseñar a quien no está dispuesto a aprender es malgastar las palabras». ¿QUE ESTÁS DICIENDO? El Maestro imprime su sabiduría en el corazón de sus discípulos, no en las páginas de un libro. El discípulo habrá de llevar oculta en su corazón esta sabiduría durante treinta o cuarenta años, hasta encontrar a alguien capaz de recibirla. Tal era la tradición del Zen. El Maestro Zen Mu-nan sabía que no tenía más que un sucesor: su discípulo Shoju. Un día le hizo llamar y le dijo: «Yo ya soy un viejo, Shoju, y eres tú quien debe proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de Maestro a Maestro durante siete generaciones. Yo mismo he añadido al libro algunas notas que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor». «Harías mejor en guardarte el libro», replicó Shoju. «Tú me transmitiste el Zen sin necesidad de palabras escritas y. seré muy dichoso de conservarlo de este modo». «Lo sé, lo sé ...» dijo con paciencia Mu-nan. «Pero aun así el libro ha servido a siete generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que tómalo y consérvalo». Se hallaban los dos hablando junto al fuego. En el momento en que los dedos de Shoju tocaron el libro, lo arrojó al fuego. No le apetecían nada las palabras escritas. Mu-nan; a quien nadie había visto jamás enfadado, gritó: «¿Qué disparate estás haciendo?». Y Shoju le replicó: «¿Qué disparate estás diciendo?». El Guru habla con autoridad de lo que él mismo ha experimen¬tado. Nunca cita un libro. EL DIABLO Y SU AMIGO En cierta ocasión salió el diablo a pasear con un amigo. De pronto vieron ante ellos a un hombre que estaba inclinado sobre el suelo tratando de recoger algo. «¿Qué busca ese hombre?», le preguntó al diablo su amigo. «Un trozo de Verdad», respondió el diablo. «¿Y eso no te inquieta?», volvió a preguntar el amigo. «Ni lo más mínimo», respondió el diablo. «Le permitiré que haga de ello una creencia religiosa». Una creencia religiosa es como un poste indicador que señala el camino hacia la Verdad. Pero las personas que se obstinan en adherirse al indicador se ven impedidas de avanzar hacia la Verdad, porque tienen la falsa sensación de que va la poseen. NASRUDDIN HA MUERTO Se hallaba en cierta ocasión Nasruddin -que tenía su día filosófico- reflexionando en alta voz: «Vida y muerte... ¿quién puede decir lo que son?». Su mujer, que estaba trabajando en la cocina le oyó y dijo: «Los hombres sois todos iguales, absolutamente estúpidos. Todo el mundo sabe que cuando las extremidades de un hombre están rígidas y frías, ese hombre está muerto». Nasruddin quedó impresionado por la sabiduría práctica de su mujer. Cuando, en otra ocasión, se vio sorprendido por la nieve, sintió cómo sus manos y sus pies se congelaban y se entumecían. «Sin duda estoy muerto», pensó. Pero otro pensamiento le asaltó de pronto: «¿Y qué hago yo paseando, si estoy muerto? Debería estar tendido, como cualquier muerto respetable». Y esto fue lo que hizo. Una hora después, unas personas que iban de viaje pasaron por allí y, al verle tendido junto al camino, se pusieron a discutir si aquel hombre estaba vivo o muerto. Nasruddin deseaba con toda su alma gritar y decirles: «Estáis locos. ¿No veis que estoy muerto? ¿No veis que mis extremidades están frías y rígidas?». Pero se dio cuenta de que los muertos no deben hablar. De modo que refrenó su lengua. Por fin, los viajeros decidieron que el hombre estaba muerto y cargaron sobre sus hombros el cadáver para llevarlo al cementerio y enterrarlo. No habían recorrido aún mucha distancia cuando llegaron a una bifurcación. Una nueva disputa surgió entre ellos acerca de cuál sería el camino del cementerio. Nasruddin aguantó cuanto pudo, pero al fin no fue capaz de contenerse y dijo: «Perdón, caballeros, pero, el camino que lleva al cementerio es el de la izquierda. Ya sé que se supone que los muertos no deben hablar, pero he roto la norma sólo por esta vez y les aseguro que no volveré a decir una palabra». Cuando la realidad choca con una creencia rígidamente afirmada, la que sale perdiendo es la realidad. HUESOS PARA PROBAR NUESTRA FE Un intelectual cristiano que consideraba que la Biblia es literalmente verdadera hasta en sus menores detalles, fue abordado en cierta ocasión por un colega que le dijo: «Según la Biblia, la tierra fue creada hace cinco mil años aproximadamente. Pero se han descubierto huesos que demuestran que la vida ha existido en este planeta durante centenares de miles de años». La respuesta no se hizo esperar: «Cuando Dios creó la tierra, hace cinco mil años, puso a propósito esos huesos en la tierra para comprobar si daríamos más crédito a las afirmaciones de los científicos que a su sagrada Palabra». Una prueba más de que las creencias rígidas conducen a distor¬sionar la realidad. POR QUÉ MUEREN LAS PERSONAS BUENAS El predicador de la aldea se hallaba visitando la casa de un anciano feligrés y, mientras tomaba una taza de café, respondía las preguntas que la abuela no dejaba de hacerle. «¡Por qué el Señor nos envía epidemias tan a menudo?», preguntaba la anciana. «Bien...», respondía el predicador, «a veces hay personas tan malas que es preciso eliminarlas, y por ello el Señor permite las epidemias». «Pero», objetó la abuela «entonces, ¿por qué son eliminadas tantas buenas personas junto con las malas?». «Las buenas personas son llamadas como testigos», explicó el predicador. «El Señor quiere que todas las almas tengan un juicio justo». No hay absolutamente nada para lo que el creyente inflexible no encuentre explicación. EL MAESTRO NO SABE El indagador se acercó respetuosamente al discípulo y le preguntó «¿Cuál es el sentido de la vida humana?». El discípulo consultó las palabras escritas de su maestro y, lleno de confianza, respondió con las palabras del propio maestro : «La vida humana no es sino la expresión de la exuberancia de Dios». Cuando el indagador se encontró con el maestro en persona, le hizo la misma pregunta; y el maestro le dijo: «No lo sé». El indagador dice: «No lo sé». Lo cual exige honradez. El maestro dice: «No lo sé». Lo cual requiere tener una mente mística capaz de saberlo todo a través del no-saber. El discípulo dice: «Yo lo sé». Lo cual requiere ignorancia, disfra¬zada de conocimiento prestado. MIRAR A SUS OJOS El comandante en jefe de las fuerzas de ocupación le dijo al alcalde de la aldea: «Tenemos la absoluta seguridad de que ocultan ustedes a un traidor en la aldea. De modo que, si no nos lo entregan, vamos a hacerles la vida imposible, a usted y a toda su gente, por todos los medios a nuestro alcance». En realidad, la aldea ocultaba a un hombre que parecía ser bueno e inocente y a quien todos querían, Pero ¿qué podía hacer el alcalde, ahora que se veía amenazado el bienestar de toda la aldea? Días enteros de discusiones en el Consejo de la aldea no llevaron a ninguna solución. De modo que, en última instancia, el alcalde planteó el asunto al cura del pueblo. El cura y el alcalde se pasaron toda una noche buscando en las Escrituras y, al fin, apareció la solución. Había un texto en las Escrituras que decía: «Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación». De forma que el alcalde decidió entregar al inocente a las fuerzas de ocupación, si bien antes le pidió que le perdonara. El hombre le dijo que no había nada que perdonar, que él no deseaba poner a la aldea en peligro. Fue cruelmente torturado hasta el punto de que sus gritos pudieron ser oídos por todos los habitantes de la aldea. Por fin fue ejecutado. Veinte años después pasó un profeta por la - aldea, fue directamente al alcalde y le dijo: «¿Qué hiciste? Aquel hombre estaba destinado por Dios a ser el salvador de este país. Y tú le entregaste para ser torturado y muerto». «¿Y qué podía hacer yo?», alegó el alcalde. «El cura y yo estuvimos mirando las Escrituras y actuamos en consecuencia».. «Ese fue vuestro error», dijo el profeta. «Mirasteis las Escrituras, pero deberíais haber mirado a sus ojos». TRIGO DE LAS TUMBAS EGIPCIAS En la tumba de uno de los antiguos . Faraones de Egipto fue hallado un puñado de granos de trigo. Alguien tomó aquellos granos, los plantó y los regó. Y, para general asombro, los granos tomaron vida y retoñaron al cabo de cinco mil años. Cuando alguien ha alcanzado la luz, sus palabras son como semillas, llenas de vida y de energía. Y pueden conservar la forma de semillas durante siglos, hasta que son sembradas en un corazón fértil y receptivo. Yo solía pensar que las palabras escritas estaban muertas y secas. Ahora sé que están llenas de energía y de vida. Era mi corazón el que estaba frío y muerto, así que ¿cómo iba a crecer nada en él? ENMIENDA LAS ESCRITURAS Se acercó un hombre sabio a Buda y le dijo: «Las cosas que tú enseñas, señor, no se encuentran en las Santas Escrituras». «Entonces, ponlas tú en las Escrituras», replicó Buda. Tras una embarazosa pausa, el hombre siguió diciendo: «¿Me permitiría sugerirle, señor, que algunas de las cosas que vos enseñáis contradicen las Santas Escrituras?». «Entonces, enmienda las Escrituras», contestó Buda. En las Naciones Unidas se hizo la propuesta de que se revisaran todas las Escrituras de todas las religiones del mundo. Cualquier cosa en ellas que pudiera llevar a la intolerancia, a la crueldad o al fanatismo, debería ser borrada. Cualquier cosa que de algún modo fuera en contra de la dignidad y el bienestar del hombre debería omitirse. Cuando se descubrió que el autor de la propuesta era el propio Jesucristo, los periodistas corrieron a visitarle en busca de una más completa explicación. Y ésta fue bien sencilla y breve: «Las Escrituras, como el Sábado, son para el hombre», afirmó, «no el hombre para las Escrituras». LA MUJER DEL CIEGO Enseñar a un hombre inmaduro puede ser tremendamente perju¬dicial: Había un hombre que tenía una hija muy fea y se la dio en matrimonio a un ciego, porque ningún otro la habría querido. Cuando un médico se ofreció a devolver la vista al marido ciego, el padre de la muchacha se opuso con todas sus fuerzas, pues temía que el hombre se divorciara de su hija. Afirma Sa di acerca de esta historia: «El marido de una mujer fea es mejor que siga ciego». LOS PROFESIONALES Mi vida religiosa ha estado enteramente en manos de profesio¬nales. Si yo quiero aprender a orar, acudo a un director espiritual; si deseo descubrir la voluntad de Dios con respecto a mí, acudo a un retiro dirigido por un experto; para entender la Biblia recurro a un escriturista; para saber si he pecado o no, me dirijo a un moralista; y para que se me perdonen los pecados tengo que echar mano de un sacerdote. El rey de unas islas del Pacífico Sur daba un banquete en honor de un distinguido huésped occidental. Cuando llegó el momento de pronunciar los elogios del huésped, Su Majestad siguió sentado en el suelo mientras un orador profesional, especialmente designado al efecto, se excedía en sus adulaciones. Tras el elocuente panegírico, el huésped se levantó para decir unas palabras de agradecimiento al rey. Pero Su Majestad le retuvo suavemente: «No se levante, por favor», le dijo. «Ya he encargado a un orador que hable por usted. En nuestra isla pensamos que el hablar en público no debe estar en manos de aficionados». Yo me pregunto: ¿no preferiría Dios que yo fuera más aficio¬nado en mi relación con El? LOS EXPERTOS Un cuento Sufí: Un hombre a quien se consideraba muerto fue llevado por sus amigos para ser enterrado. Cuando el féretro estaba a punto de ser introducido en la tumba, el hombre revivió inopinadamente y comenzó a golpear la tapa del féretro. Abrieron el féretro y el hombre se incorporó. «¿Qué estáis haciendo»?, dijo a los sorprendidos asistentes. «Estoy vivo. No he muerto». Sus palabras fueron acogidas con asombrado silencio. Al fin, uno de los deudos acertó a hablar: «Amigo, tanto los médicos como los sacerdotes han certificado que habías muerto. Y ¿cómo van a haberse equivocado los expertos?». Así pues, volvieron a atornillar la tapa del féretro y lo enterraron debidamente. LA SOPA DE LA SOPA DEL GANSO En cierta ocasión un pariente visitó a Nasruddin, llevándole como regalo un ganso. Nasruddin cocinó el ave y la compartió con su huésped. No tardaron en acudir un huésped tras otro, alegando todos ser amigos de un amigo «del hombre que te ha traído el ganso». Naturalmente; todos ellos esperaban obtener comida y alojamiento a cuenta del famoso ganso. Finalmente, Nasruddin no pudo aguantar más. Un día llegó un extraño a su casa y dijo: «Yo soy un amigo del amigo del pariente tuyo que te regaló un ganso». Y, al igual que los demás, se sentó a la mesa, esperando que le dieran de comer. Nasruddin puso ante él una escudilla llena de agua caliente. «¿Qué es esto?», preguntó el otro. «Esto», dijo Nasruddin, «es la sopa de la sopa del ganso que me regaló mi amigo». A veces se oye hablar de hombres que se han hecho discípulos de los discípulos de los discípulos de un hombre que ha tenido la experiencia personal de Dios. Es absolutamente imposible enviar un beso a través de un mensajero. EL MONSTRUO DEL RÍO El sacerdote de la aldea era distraído en sus oraciones por los niños que jugaban ¡unto a su ventana. Para librarse de ellos, les gritó: «¡Hay un terrible monstruo río abajo. Id corriendo allá y podréis ver cómo echa fuego por la nariz!». Al poco tiempo, todo el mundo en la aldea había oído hablar de la monstruosa aparición y corría hacia el río. Cuando el sacerdote lo vio, se unió a la muchedumbre. Mientras se dirigía resollando hacia el río, que se encontraba cuatro millas más abajo, iba pensando: «La verdad es que yo he inventado la historia. Pero quién sabe si será cierta... Es mucho más fácil creer en los dioses que hemos creado si somos capaces de convencer a los demás de su existencia. LA FLECHA ENVENENADA En cierta ocasión se acercó un monje a Buda y le dijo: «¿Sobreviven a la muerte las almas de los justos?». Como era propio de él, Buda no respondió. Pero el monje insistía. Y todos los días volvía a hacerle la misma pregunta; y un día tras otro recibía el silencio como respuesta. Hasta que no pudo soportarlo y amenazó con abandonar el monasterio si no le era respondida aquella pregunta de vital importancia para él; porque ¿a santo de qué iba él a sacrificarlo todo para vivir en el monasterio, si las almas de los justos no iban a sobrevivir a la muerte? Entonces Buda, compadecido, rompió su silencio y le dijo: «Eres como un hombre que fue alcanzado por una flecha envenenada y al poco tiempo estaba agonizando. Sus parientes se apresuraron a llevar a un médico junto a él, pero el hombre se negó a que le extrajeran la flecha o se le aplicara cualquier otro remedio mientras no le dieran respuesta a tres importantes preguntas: Primero, el hombre que le disparó ¿era blanco o negro? Segundo, ¿era un hombre alto o bajo? Y tercero, ¿era un bracmán o un paria? Si no le respondían a estas tres preguntas, el hombre se negaba a recibir todo tipo de asistencia». El monje se quedó en el monasterio. Es mucho más placentero hablar del camino que recorrerlo; o discutir acerca de las propiedades de una medicina que tomarla. EL NIÑO DEJA DE LLORAR Afirmaba aquel hombre que, en la práctica, era ateo. Si realmente pensaba por sí mismo y era honrado, tenía que admitir que no creía de veras las cosas que su religión le enseñaba. La existencia de Dios originaba tantos problemas como los que resolvía; la vida después de la muerte era un espejismo; las escrituras y la tradición habían causado tanto mal como bien. Todas estas cosas habían sido inventadas por el hombre para mitigar la soledad y la deses¬peración que él observaba en la existencia humana. Lo mejor era dejarle en paz. No decirle nada. Tal vez estaba atravesando una crisis de crecimiento y evolución. Una vez le preguntó el discípulo a su Maestro: «¿Qué es Buda?». Y el Maestro le respondió: «La mente es Buda». Volvió otro día a hacerle la misma pregunta v la respuesta fue: No hay mente. No hay Buda ». Y el discípulo protestó: «Pero si el otro día me dijiste: La mente es Buda... ». Replicó el Maestro: «Eso lo dije para que el niño dejase de llorar. Pero, cuando el niño ha dejado de llorar, digo: No hay mente. No hay Buda ». Tal vez el niño había dejado de llorar y ya estaba preparado para la verdad. De modo que lo mejor era dejarle solo. * * * Pero cuando empezó a predicar su recién descubierto ateísmo a otras personas que no estaban preparadas para ello, hubo que frenarle: «Hubo una época, la era pre-científica, en que los hombres adoraban al sol. Vino después la era científica y los hombres se dieron cuenta de que el sol no era un dios; ni siquiera era una persona. Por fin, vino la era mística y Francisco de Asís llamaría hermano al sol y hablaría con él». «Tu fe era la de un chiquillo aterrorizado. Y ahora que te has convertido en un hombre audaz, la has perdido. Ojalá llegues algún día a ser un místico y vuelvas a encontrar tu fe». * * * La fe no se pierde jamás por buscar sin miedo la verdad. Sólo las creencias que expresan la fe se ven nubladas durante algún tiempo; pero, llegado el momento, se purifican. EL HUEVO Nasruddin se ganaba la vida vendiendo huevos. Entró una persona en su tienda y le dijo: «Adivina lo que llevo en la mano». «Dame una pista», dijo Nasruddin. «Te daré más de una: Tiene la forma de un huevo y el tamaño de un huevo. Parece un huevo, sabe como un huevo y huele como un huevo. Por dentro es blanco y amarillo. Antes de cocerlo es líquido y, una vez cocido, es espeso. Además, ha sido puesto por una gallina...». «¡Ya lo tengo!», dijo Nasruddin, «¡es una clase de pastel!». El experto tiene el don de no acertar con lo evidente. El sumo sacerdote tiene el don de no reconocer al Mesías. GRITAR PARA QUEDAR A SALVO... E INCÓLUME Una vez llegó un profeta a una ciudad con el fin de convertir a sus habitantes. Al principio la gente le escuchaba cuando hablaba, pero poco a poco se fueron apartando, hasta que no hubo nadie que escuchara, las palabras del profeta. Cierto día, un viajante le dijo al profeta: «¿Por qué sigues predicando? ¿No ves que tu misión es imposible?». Y el profeta le respondió: «Al principio tenía la esperanza de poder cambiarlos. Pero si ahora sigo gritando es únicamente para que no me cambien ellos a mí». SE VENDE AGUA DEL RÍO Aquel día, el sermón del Maestro se redujo a una sola y enigmática sentencia. Se limitó a sonreír con ironía y a decir: «Todo lo que yo hago aquí es estar sentado en la orilla y vender agua del río». Y concluyó su sermón. El aguador había instalado su puesto a la orilla del río y acudían miles de personas a comprarle agua. Todo el éxito de su negocio dependía de que aquellas personas no vieran el río. Cuando, al fin, vieron, él cerró el negocio. El predicador tuvo un enorme éxito. Venían a él por millares a adquirir sabiduría. Cuando obtuvieron la sabiduría, dejaron de acudir a sus sermones. Y el predicador no podía ocultar su satisfacción, pues había logrado. su propósito, que no era sino el de retirarse lo antes posible, porque en el fondo sabía que él tan sólo ofrecía a la gente lo que ésta ya poseía, con tal de que fuera capaz de abrir los ojos y mirar. «Si yo no me voy», dijo Jesús a sus discípulos, &laq


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